Hubo un tiempo en que España latía al ritmo de sus tradiciones. Los pueblos vibraban con el estruendo de los tambores en Semana Santa, las plazas se teñían de colores con el paso de los gigantes y cabezudos, y en las noches de San Juan, el fuego purificador iluminaba el alma de todo aquel que osaba saltar sus llamas. El Día de Todos los Santos llenaba los cementerios de flores y recuerdos, honrando a quienes nos precedieron. Y en las plazas, la tauromaquia, con su mezcla de arte y valor, encarnaba el espíritu ancestral de un pueblo que nunca temió al desafío. Era un país de fiestas con siglos de historia, de costumbres heredadas de generación en generación, de raíces profundas que daban sentido a nuestra identidad. Pero hoy, ese latido se apaga.
Las tradiciones españolas, esas que han definido nuestra cultura y nuestra forma de ser, están en peligro. En un mundo dominado por la inmediatez, la digitalización y el culto a lo efímero, lo auténtico se desvanece. Nos enfrentamos a un enemigo silencioso pero implacable: la indiferencia. Y con ella, se desvanecen los ecos de antiguas romerías, los olores de las cocinas en las festividades locales y el sonido inconfundible de una guitarra flamenca en la penumbra de una taberna.
¿Por qué se están perdiendo nuestras tradiciones?
Podríamos culpar al avance de la globalización, que impone tendencias ajenas y deja en el olvido lo propio. Podríamos señalar la falta de interés de las nuevas generaciones, más pendientes de una pantalla que del repicar de las campanas en la verbena del pueblo. Podríamos incluso reprochar a las instituciones su pasividad ante un legado que se desvanece. Pero hay un factor clave en esta decadencia: la intervención del propio gobierno estatal. Con leyes restrictivas, la reducción de ayudas a festividades y la estigmatización de costumbres como la tauromaquia, las administraciones han empujado nuestras tradiciones hacia la desaparición. En su afán por modernizar, han olvidado preservar, dejando a la cultura popular en una lenta agonía.
Desafíos y esperanza: la lucha por recuperar lo nuestro.
Pero aún no todo está perdido. Si algo nos ha enseñado la historia de España es que somos un pueblo de resistencia, de lucha y de pasión. Si queremos recuperar nuestras tradiciones, debemos actuar ahora. Y la respuesta no está en la nostalgia, sino en la acción.
Educar en la tradición: Es necesario que en las escuelas se enseñe el valor de nuestras costumbres, que los niños conozcan la historia detrás de cada fiesta y la sientan como suya.
Incentivar la participación: No basta con mirar desde la barrera. Es hora de volver a bailar jotas, de vestir los trajes típicos, de organizar eventos que atraigan a la juventud y la hagan sentir parte de la historia viva.
Modernizar sin perder la esencia: Las redes sociales y las nuevas tecnologías pueden ser aliadas en esta lucha. Debemos adaptar nuestras festividades a los tiempos actuales, sin renunciar a su autenticidad.
Compromiso institucional y social: Los ayuntamientos, las peñas, las asociaciones culturales y cada ciudadano deben asumir su papel en la conservación de nuestro legado.
Revertir políticas perjudiciales: Exigir a las administraciones públicas que protejan nuestras tradiciones en lugar de marginarlas es fundamental para su supervivencia.
España es un país de leyendas, de mitos, de historias que merecen seguir siendo contadas. Si permitimos que nuestras tradiciones mueran, habremos perdido algo más que unas fiestas o costumbres: habremos perdido una parte irremplazable de nuestra alma.
Hoy es el día para levantarnos, para encender de nuevo las hogueras de San Juan, para hacer resonar el eco de las gaitas y tambores, para llenar las calles de risas y danzas. Porque un pueblo sin tradiciones es un pueblo sin memoria. Y España, nuestra España, jamás ha sido un pueblo que olvide.
Es el momento de resistir. Es el momento de recuperar lo que nos pertenece.
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