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Crónicas de un Pueblo.- MARCOS JIMÉNEZ DE LA ESPADA: EL SABIO EXPLORADOR CARTAGENERO QUE ILUMINÓ EL MUNDO.

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Cartagena, tierra de historia milenaria, de mar y de ciencia, de arte y de lucha, ha dado al mundo personajes cuya huella ha cruzado fronteras. Y sin embargo, cuánto olvido pesa sobre sus nombres. Hoy levantamos la voz para rescatar a uno de ellos: Marcos Jiménez de la Espada, cartagenero de nacimiento y universal por su legado. Zoólogo, herpetólogo, explorador, americanista, académico, pionero. Un sabio íntegro que nació en nuestra ciudad un 5 de marzo de 1831, en el barrio de Santa María de Gracia, y que falleció en Madrid en 1898, dejando tras de sí una obra colosal que sigue siendo referencia para la ciencia y la historia.

Una vida entre especies, selvas y saberes

Marcos no fue un científico de despacho, sino un viajero incansable. Su figura se forjó al calor de las aulas de la Universidad Central de Madrid, pero su vocación lo llevó mucho más lejos. Participó en la Comisión Científica del Pacífico (1862-1865), una expedición histórica que recorrió América del Sur y el Amazonas, recolectando más de 80.000 especímenes y descubriendo especies hasta entonces desconocidas.

Su obra Vertebrados del viaje al Pacífico. Batracios (1875) es un tesoro de la zoología mundial, donde describe con rigor científico y pasión naturalista 2 géneros, 12 especies y 3 subespecies nuevas de anfibios. Uno de los primeros europeos en rebatir el mito de la rana de Darwin, demostró que no paría crías vivas, sino que incubaba huevos en su boca. Esta dedicación le valió el reconocimiento internacional y la Medalla de Primera Clase de la Sociedad Zoológica de Francia.

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Más allá de la ciencia: América, historia y geografía

Cuando dejó el microscopio, Marcos se convirtió en americanista y geógrafo. Fundó la Sociedad Geográfica de Madrid y fue miembro de la Real Academia de la Historia. Su obra en cuatro volúmenes Relaciones geográficas de Indias es una joya del conocimiento sobre el Virreinato del Perú, merecedora del Premio Loubat, otorgado por la Academia Francesa.

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Además, impulsó la recuperación de textos fundamentales de cronistas como Pedro Cieza de León, Bernabé Cobo o Garcilaso de la Vega, salvando del olvido fuentes esenciales para conocer la América precolombina y colonial.

Cartagena lo vio nacer, pero… ¿cuántos lo recuerdan?

Nació aquí. Jugó en sus calles. Creció entre nuestros muros. Y sin embargo, Cartagena no lo honra como merece. A pesar de algunas iniciativas puntuales, su nombre apenas aparece en una placa, en un rincón menor del callejero, y no forma parte del imaginario popular como debería. No hay bustos, no hay escuelas, no hay avenidas que lo nombren. No hay una ruta del saber que lo recorra, ni un aula magna en su honor.

Y como él, tantos otros. ¿Dónde está la gran galería de los hijos ilustres de esta ciudad? ¿Por qué no hay un espacio en cada barrio donde se cuenten sus historias? Cartagena debe mirar hacia sus raíces no para anclarse, sino para florecer. Porque solo se crece hacia arriba cuando se tiene claro de dónde se viene.

Basta de olvido: ¡una Cartagena orgullosa de su gente!

Es hora de despertar. Marcos Jiménez de la Espada no es una anécdota científica, es una joya del patrimonio cartagenero y español. Su vida es un ejemplo de talento, vocación, esfuerzo y entrega al conocimiento. Su nombre debe ocupar un lugar de honor en nuestra memoria colectiva.

Este artículo es más que un homenaje: es una reclamación. Una exigencia de justicia con todos los cartageneros y cartageneras ilustres que han sido injustamente condenados al silencio. ¡Que haya calles con sus nombres! ¡Que se cree un espacio permanente, una gran galería de la memoria, donde sus rostros, sus obras y sus vidas puedan ser conocidas por las generaciones presentes y futuras!

Cartagena, despierta: tus hijos esperan tu abrazo

Recuperar nuestra historia no es nostalgia: es reconstruir nuestra identidad, valorar nuestro potencial y encender la chispa del orgullo local que tanto necesitamos. Marcos Jiménez de la Espada nos mira desde la eternidad con su cuaderno de campo en mano. Su brújula apunta a su origen: Cartagena.

No lo olvidemos. No lo enterremos bajo el polvo del desinterés. Honrémoslo como merece.

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