Hay lugares que nacen en silencio, ocultos entre montes agrestes y acantilados olvidados, esperando pacientemente a que el hombre les tienda un camino. Así ocurrió con Cala Cortina, una pequeña y recóndita cala al este del puerto de Cartagena, que ha pasado de ser un rincón desconocido y de difícil acceso, a convertirse en uno de los enclaves costeros más queridos y emblemáticos de la ciudad, y sin duda, en una de las joyas del litoral español.
Un rincón casi secreto
Durante gran parte del siglo XX, Cala Cortina era un paraje solitario, usado por pescadores y militares, sin camino directo desde la ciudad. Apenas algunos senderos permitían su acceso a pie, bordeando el monte o descendiendo desde Santa Lucía. Era una playa bravía, sin servicios ni equipamientos, pero con un encanto natural innegable: su mar limpio, el abrigo de los cerros, y una paz solo rota por el rumor de las olas o el crujir de algún barco pesquero.
Aunque algunos cartageneros la conocían y se aventuraban a llegar hasta ella, era casi un territorio reservado para los que sabían moverse entre rocas y caminos de tierra. No había chiringuitos, ni duchas, ni aparcamiento. Solo la naturaleza y el mar.
El túnel: primer paso hacia la transformación
Todo comenzó a cambiar en los años 60, cuando se proyectó la construcción de una carretera de acceso a la dársena de Escombreras, pieza clave para el desarrollo industrial del puerto. Dentro de esa obra se incluía un túnel que atravesaba el cerro de la Cortina. Este túnel, concluido en los años 70, supuso por primera vez la posibilidad real de acceder a la cala en coche. Fue el comienzo de una historia de transformación y recuperación del entorno.
Aunque el túnel no se pensó con fines turísticos, su existencia abrió la puerta a imaginar otro futuro para aquella playa escondida. Poco a poco, los cartageneros más curiosos comenzaron a acercarse en verano, atraídos por su tranquilidad y sus aguas cristalinas. Aquel rincón secreto empezaba a ser descubierto.
Nace Mares Bravas, sabor y tradición
En 1974, apenas una década después de la apertura del túnel, nació uno de los pilares de este paraíso: el restaurante Mares Bravas, abierto por una familia cartagenera que supo ver el potencial del lugar. Sin apenas urbanización alrededor, este restaurante fue el primer gesto de amor permanente a Cala Cortina, ofreciendo cocina local, pescado fresco y una terraza con una de las vistas más privilegiadas de la costa.
Durante años, Mares Bravas fue refugio de pescadores, familias y curiosos. Allí se cocinaban arroces con sabor a mar y se servían cervezas frías mientras se contemplaban las barquitas meciéndose en la cala. Hoy, sigue siendo el corazón gastronómico de la playa, fiel a su origen, pero adaptado a los tiempos.
Acondicionamiento y apertura al gran público
En los años 90, el Ayuntamiento de Cartagena —con especial impulso durante el mandato de José Antonio Alonso Conesa y más tarde con Pilar Barreiro— impulsó una serie de obras para acondicionar Cala Cortina como playa urbana. Se asfaltaron accesos, se habilitaron zonas de aparcamiento, se instalaron duchas, papeleras, vigilancia y pasarelas de madera. En 1998, la playa ya contaba con todos los servicios y fue reconocida oficialmente como playa de baño.
Desde entonces, Cala Cortina pasó a formar parte del imaginario veraniego de miles de cartageneros. Urbanitas que buscaban una escapada rápida, sin tener que salir de la ciudad, encontraban en ella su particular rincón de descanso. La playa no solo se consolidó como opción habitual, sino que se ganó a pulso el cariño de todo un pueblo.
Senderos con historia y vistas de ensueño
En los últimos años, nuevos proyectos han revalorizado el entorno de Cala Cortina más allá del baño. Se han habilitado senderos peatonales que permiten recorrer la costa y disfrutar de vistas impresionantes sobre la bahía de Cartagena. Desde estos caminos se pueden observar antiguas baterías de costa, testimonios del pasado militar de la ciudad: San Leandro, Trincabotijas, Aguilones…
Estos senderos no solo conectan con la naturaleza, sino también con la historia. Andar por ellos es una forma de hacer turismo pausado, de respirar aire marino y contemplar el esplendor de un puerto natural cargado de siglos. Son paseos accesibles, bien señalizados y cada vez más visitados, que invitan a disfrutar del paisaje desde otra perspectiva.
Orgullo cartagenero
Hoy, Cala Cortina no es solo una playa. Es un símbolo. Un ejemplo de cómo una ciudad puede recuperar, proteger y compartir su entorno natural con respeto y cariño. Es lugar de baños al atardecer, de tertulias bajo sombrillas, de risas infantiles y comidas entre amigos. Un enclave con alma propia, donde el mar sigue escribiendo versos sobre la orilla cada día.
En tiempos de aglomeraciones y playas saturadas, Cala Cortina mantiene ese equilibrio perfecto entre naturaleza, comodidad y esencia local. No es casual que cada vez más visitantes la incluyan en sus rutas. Pero para los cartageneros, sigue siendo su rincón especial, ese en el que se sienten en casa.
Final con sabor a verdad
Cala Cortina nos recuerda que el paraíso puede estar a la vuelta de la esquina. Solo hace falta conocer su historia, pisar su arena y dejarse mecer por sus aguas para comprenderlo.
Quienes crecieron bañándose allí, quienes la descubrieron de adultos, quienes la visitan por primera vez… todos coinciden en lo mismo: es imposible no enamorarse de Cala Cortina.