Una historia de esplendor arquitectónico, política ilustrada y descanso elegante en el corazón del Mar Menor
La tierra donde nació el sosiego
San Pedro del Pinatar, enclavado entre las aguas del Mediterráneo y la calidez del Mar Menor, fue durante siglos un refugio de pescadores, salineros y agricultores. Pero algo empezó a cambiar a mediados del siglo XIX. Las salinas fueron desamortizadas en 1869, se abrió la aduana marítima en 1857, y poco a poco, los caminos comenzaron a llenarse de carrozas que venían desde Murcia, Cartagena y Madrid. No eran comerciantes ni arrieros: eran burgueses, nobles, políticos, intelectuales… que buscaban en este rincón la salud, la calma y el prestigio del retiro elegante.
Las casas que anunciaban distinción
El primer gran signo del cambio llegó con las quintas de veraneo, mansiones levantadas por familias adineradas, rodeadas de jardines, fuentes, palmeras, capillas privadas y balcones que miraban al mar. Entre ellas, dos siguen siendo emblemas del alma señorial de Pinatar:
La Casa del Reloj (Villa San Sebastián)
Construida entre 1888 y 1895 por la familia Servet-Spottorno, fue obra del renombrado arquitecto Pedro Cerdán, natural de Torre Pacheco. Su estilo ecléctico, con aires centroeuropeos y toques modernistas, no solo impresionaba por su arquitectura, sino por el reloj ornamentado que la bautizó y la hizo eterna.
Allí, en 1899, falleció el expresidente de la Primera República Española, Emilio Castelar, invitado por sus amigos para descansar de sus dolencias. Su muerte allí convirtió la casa en lugar casi sagrado para los republicanos y amantes del progreso.
El Palacio del Barón de Benifayó
Encargado por Julio Falcó d’Adda, barón de Benifayó, y finalizado en 1892, este palacete neomudéjar, de torreones y estética palaciega, recibió con los años a una marquesa rusa y más tarde a la Condesa Villar de Felices, lo que le valió el apodo popular de la Casa de la Rusa.
Hoy es sede del Museo Arqueológico y Etnográfico Municipal, y en sus salas reviven los salineros, los juguetes, las raíces marineras y las exposiciones de una burguesía que modeló Pinatar con gusto y delicadeza.
Los nombres que trajeron luz
La historia de San Pedro en esta etapa no puede entenderse sin algunas figuras clave:
Pedro Pagán y Ayuso, político, empresario y escritor, dio renombre a Lo Pagán, donde fundó su finca Vistabella, lugar de tertulias literarias y progreso agrario. Fue diputado, alcalde de Murcia y defensor de una cultura burguesa y progresista.
Emilio Castelar, símbolo del republicanismo ilustrado, dio prestigio eterno a San Pedro con su presencia final en la Casa del Reloj. Su muerte allí fue noticia en toda España.
Marqués de Sestlavine, figura enigmática, introdujo un aire internacional y glamuroso al municipio, siendo ejemplo de cómo Pinatar atraía a la nobleza foránea que buscaba clima, discreción y elegancia.
El despertar cultural: teatro y elegancia
La burguesía no solo trajo casas lujosas, sino también vida social y cultura. A principios del siglo XX, el municipio levantó el Teatro Cine Moderno, también obra de Pedro Cerdán. Su fachada de ladrillo visto, sus ventanales y su interior acogieron películas, obras teatrales y eventos sociales que consolidaron a Pinatar como un centro cultural emergente en la costa.
No hay registros específicos de cupletistas o actrices famosas actuando en el pueblo en esa época, pero no sería extraño que compañías itinerantes, que recorrían el levante español, hicieran parada en este nuevo enclave de moda.
La salud como destino de élite
Además del teatro y las tertulias, la burguesía encontró en San Pedro un santuario natural. Las propiedades medicinales del barro del Mar Menor, los baños de sal, el aire marino y el sosiego natural, convirtieron el pueblo en un destino de salud. Los médicos lo recomendaban, y pronto surgieron balnearios improvisados, jardines botánicos, paseos frente al mar, bancos sombreados, glorietas y pequeñas construcciones para el descanso.
Villas y símbolos desaparecidos
Junto a las casas emblemáticas, existieron otras villas hoy perdidas o transformadas, como Villa Alegría o Villa Teresa, que en su día fueron epicentros de reuniones sociales. Y en el paisaje, el Molino de la Calcetera, símbolo agrícola del siglo XIX, recordaba que, mientras la élite veraneaba, la economía seguía latiendo entre campos y salinas.
Un eco moderno: Geli Albaladejo
Aunque ajena a esta época, no podemos cerrar esta historia sin mencionar a Geli Albaladejo (1966–2021), actriz pinatarense, parte del cine español moderno (Manolito Gafotas, Rencor, etc.) y directora de casting.
Hoy, el nuevo auditorio municipal de San Pedro lleva con orgullo su nombre, como puente entre la escena de ayer y la de hoy.
Un presente con vocación de futuro: el legado en buenas manos
Hoy, San Pedro del Pinatar, guardián de siglos de historia, vuelve a mirar hacia su pasado con ojos nuevos. Tras décadas en las que muchos capítulos de su rica memoria quedaron en segundo plano, se abre una etapa prometedora con el reciente nombramiento de Don Marcos Gracia Antolinos como Cronista Oficial de la Villa.
Este hecho no es menor. Es, en realidad, una oportunidad única para recuperar el esplendor de una época en la que San Pedro fue destino de élites, cuna de cultura y escenario de transformaciones sociales que dejaron una profunda huella en su arquitectura, en sus tradiciones y en su forma de vivir.
Con la mirada rigurosa del cronista y su compromiso con la historia local, se inicia el camino hacia una revalorización plena del patrimonio pinatarense, desde sus villas modernistas hasta sus oficios tradicionales, desde sus personajes ilustres hasta sus rincones olvidados.

Este impulso no solo enriquece la identidad de los vecinos, sino que ofrece un nuevo horizonte para la vida cultural, educativa y turística de la Ribera del Mar Menor, que puede encontrar en San Pedro del Pinatar un faro de autenticidad, memoria y belleza recuperada.
El tiempo, como aquel reloj forjado que corona la mansión Servet, sigue marcando las horas. Y este nuevo capítulo nos invita a escucharlo con atención, con orgullo y con la voluntad de hacer del pasado una semilla fértil para el futuro.