A las 10:15 de la mañana del 22 de abril de 1945, el agua, tan esperada, tan soñada y tantas veces negada, entraba por fin en Cartagena, cruzando montañas, túneles y esperanzas. Pero no fue hasta el 16 de mayo de 1945 cuando se inauguró oficialmente la fuente en la Alameda de San Antón, símbolo de vida, de modernidad y de justicia hídrica para una tierra que llevaba siglos clamando por ella.
Aquella fuente no era solo un surtidor: era un triunfo popular. Porque el agua que brotaba de sus caños no era cualquier agua. Era el resultado de un titánico esfuerzo de ingeniería y de voluntad política central, no regional, que comprendió la urgencia de llevar vida al sureste seco de España, a una comarca que históricamente había sido olvidada y castigada por la sed.
Cartagena y su histórica sed
Hablar de Cartagena es hablar de mar, de minas, de historia milenaria… y de sed. Durante siglos, el agua fue un bien escaso y caro. Los aljibes, las norias, los pozos salobres y las cisternas domésticas eran parte del paisaje cotidiano. El agua potable era un lujo; su ausencia, una condena. El crecimiento urbano e industrial chocaba una y otra vez contra el muro de la sequía. Los partes meteorológicos eran leídos con la devoción de una oración: si llovía, había esperanza; si no, el desaliento reinaba.
Y sin embargo, nunca la Confederación Hidrográfica del Segura, pese a tener competencia en la cuenca que atraviesa parte de la comarca, dio una solución integral a este problema ancestral. Años, décadas, siglos pasaron sin que el Campo de Cartagena tuviera el más mínimo gesto de justicia hídrica desde ese organismo. El agua del Segura siempre fluyó para otras zonas, mientras aquí se seguía padeciendo.
La solución vino de fuera: el río Taibilla
Fue entonces cuando, desde el Estado central, se gestó lo que cambiaría para siempre el destino de esta tierra. En 1927, por Real Decreto-ley, se constituyó la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, con el objetivo inicial de abastecer a la Base Naval de Cartagena, pero también a la ciudad y a otras poblaciones del sureste.
El proyecto, adelantado por el ingeniero José Eugenio Ribera, contemplaba una obra colosal:
- 72 kilómetros de túneles horadados en roca,
- 10 kilómetros de acueductos,
- 8 kilómetros de sifones,
- y nada menos que 135 kilómetros de canales subterráneos, para un total de más de 200 kilómetros de infraestructura que, en su momento, convirtieron a este canal en el mayor de Europa en su tipo.
Las obras comenzaron en 1932, pero la Guerra Civil Española interrumpió su avance. No fue hasta después de 1939, con el impulso económico del Tesoro Público, cuando las obras tomaron ritmo de nuevo.
El 16 de abril de 1945 se dio paso al agua en la presa de toma, y poco a poco el líquido fue bajando: Moratalla el día 17, Bullas el 18, Totana el 19, Perín el 20… y Cartagena el 22 de abril. El 16 de mayo, como colofón, se inauguraba la fuente que aún hoy nos recuerda que ese día cambió el destino de la ciudad.
Un antes y un después
La llegada del agua del Taibilla no fue solo una solución técnica, sino una victoria moral. Significó salud pública, crecimiento urbano, desarrollo industrial y dignidad para decenas de miles de cartageneros. Supuso la posibilidad de un futuro más justo, más seguro y limpio.
También fue el germen de un modelo de gestión del agua que aún hoy abastece a más de 3 millones de personas en Murcia, Alicante y Albacete.
¿Y el Campo de Cartagena?
El Campo de Cartagena fue, como siempre, el gran olvidado en los planes del Segura. Ni trasvases ni redistribuciones. Ni justicia hídrica ni inversiones sostenidas. Ni tan siquiera una mínima consideración estructural. Si hoy tenemos agua, es por una infraestructura que nació para otros fines, y cuya generosidad alcanza donde nunca llegó la voluntad política regional.
Por eso, en esta efeméride del 16 de mayo, reivindicamos la memoria del agua, la justicia del agua, y el derecho a no ser ciudadanos de segunda. Aún hoy el Campo de Cartagena sufre desequilibrios hídricos, maltrato presupuestario y abandono institucional por parte de las administraciones que deberían defender su desarrollo.
Conclusión
La llegada del agua del Taibilla en 1945 fue, sin duda, uno de los hechos más transformadores de la historia reciente de Cartagena. Fue también una muestra de lo que se puede conseguir con visión, compromiso y esfuerzo colectivo.
Hoy, cuando algunos parecen haber olvidado esa historia, es más necesario que nunca recordarla y luchar para que nunca más el agua —ese derecho básico y humano— sea un privilegio geográfico o político.
Porque sin agua, no hay vida. Y sin justicia hídrica, no hay futuro.