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Crónicas de un Pueblo. – VIGILANTES DEL PUERTO DE CARTAGENA: FAROS DE HISTORIA Y LUZ

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PorJosé Antonio Martínez Pérez

2 de julio de 2025
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El puerto más inexpugnable del Mediterráneo.

El puerto de Cartagena, guardado celosamente entre murallas naturales y artificios humanos, ha sido durante siglos un refugio seguro, estratégico y casi inexpugnable. Desde tiempos de Aníbal y Escipión, pasando por la armada imperial de Roma, los piratas berberiscos, los cañones de las guerras napoleónicas y los ecos de la Guerra Civil, Cartagena ha resistido, observando en silencio a través de los ojos encendidos de sus faros.

A la entrada del puerto, dos guardianes de piedra y luz custodian la bahía: el Faro de Navidad y el Faro de la Curra. Juntos marcan la bocana, vigilando día y noche el tránsito de embarcaciones. Pero su historia va mucho más allá de la linterna y el destello: es un legado de ingenieros, torreros, militares y marinos. Es la historia de los vigilantes del puerto.

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Un plan para guiar la noche (1847–1892).

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A mediados del siglo XIX, la navegación en la entrada al puerto era peligrosa. Una laja submarina –la célebre “losa del puerto”– había provocado numerosos accidentes. Por ello, en 1847 se creó un Plan General de Alumbrado Marítimo en toda España. Cartagena, puerto de primera categoría, sería uno de los puntos clave.

En 1856 se construyó el Faro de la Podadera, el primero en dar luz en la bahía. Estaba integrado dentro de la batería militar del mismo nombre, en la Punta de la Podadera, y aunque su existencia fue efímera, marcó el inicio del sistema de señalización de entrada.

No mucho después, se instaló el Faro de la Isla de Escombreras, aún hoy en funcionamiento, como guía en el extremo este del puerto. El puerto empezaba a alumbrarse, pero faltaba una entrada segura. Fue entonces cuando nació la idea de construir dos diques gemelos con faros a cada extremo: así se levantarían el Dique de la Curra (752 metros) y el Dique de Navidad (190 metros), separados por 500 metros de agua: la boca del puerto.

Curra y Navidad: dos guardianes frente al mar.

El 1 de julio de 1892, tras más de una década de planificación, se encendieron por primera vez los faros de la Curra y de Navidad. Los primeros destellos pintaron de verde y rojo la entrada al puerto, señalizando el paso seguro entre las piedras. El primer farero de estos fue Braulio Badiola y Madurga, un nombre que resplandece en la historia local como el primer torrero de la luz moderna de Cartagena.

Ambos faros fueron modernizados entre 1917 y 1920, alcanzando su diseño actual:

  • El Faro de Navidad: torre cilíndrica blanca con franja roja, luz centelleante roja cada 5 segundos, con un alcance de 10 millas náuticas. Se asienta en el histórico Fuerte de Navidad, bastión defensivo desde el siglo XVII.
  • El Faro de la Curra: torre blanca con parte superior verde, luz verde intermitente, visible a 5 millas. Está ubicado en el extremo del dique militar homónimo.

 

Ambos faros están gestionados hoy por la Autoridad Portuaria de Cartagena, pero su origen está entremezclado con funciones militares. Formaban parte de un sistema integral de defensa junto a baterías como Santa Ana, Podadera, San Leandro, Trincabotijas o Castillitos, que protegían la bahía ante cualquier invasión.

¿Por qué se llaman así?

El Faro de Navidad toma su nombre de la Batería de Navidad, una fortificación del siglo XVII que ocupaba ese paraje y que ya se conocía así en tiempos antiguos. Aunque hay quien relaciona el nombre con algún hecho ocurrido en fechas navideñas, lo cierto es que “Navidad” es el topónimo tradicional de esa zona del puerto.

Por su parte, el Faro de la Curra tiene un origen más curioso. “Curra” es la evolución popular del término latino Scurra, que designaba en Roma a un liberto, un bufón o personaje del pueblo. Según la tradición, un antiguo esclavo romano llamado Scurra vivió o fue enterrado en esa punta rocosa, que fue bautizada como “la Punta de la Curra”. Así, su nombre ha perdurado en el tiempo, dándole identidad al dique y al faro que allí se erige.

Los faros del ayer: Podadera y Escombreras.

Antes de que Curra y Navidad brillaran, ya lo hicieron otros:

  • El Faro de la Podadera (1856–1866) fue pionero, pero fue sustituido por el sistema actual. Hoy solo quedan ruinas junto a la antigua batería.
  • El Faro de Escombreras, sobre la isla homónima, sigue activo. Su posición elevada lo convirtió en uno de los faros más eficaces del litoral.

 

Estos faros fueron testigos silenciosos de siglos de historia, y su construcción estuvo siempre ligada a la defensa marítima y la vigilancia.

Torreros y soldados: vidas al servicio de la luz.

Los faros no funcionaban solos. Desde 1892, torreros como Braulio Badiola y sus sucesores se encargaban de:

  • Encender las linternas con aceites y más tarde con gas y electricidad.
  • Limpiar los cristales, mantener la óptica y vigilar las mareas.
  • Comunicar cualquier anomalía, temporal o avistamiento extraño.

 

Muchos vivían en pequeñas casetas junto al faro, en soledad, con el rumor del mar como única compañía. Sus diarios y testimonios hoy son fuente de inspiración para poetas y novelistas.

Además, las estructuras defensivas militares cercanas a los faros sirvieron de alojamiento para soldados de reemplazo, sobre todo durante el siglo XX. Se han documentado grafitis en muros de la Podadera y la Curra, firmados por reclutas entre los años 60 y 90, testimonio del paso de generaciones de vigilantes de uniforme y mochila.

Faros del presente y futuro.

Hoy, los faros de Cartagena siguen cumpliendo su misión. Pero también se han abierto al público y al arte. El dique de la Curra, por ejemplo, se ha convertido en un paseo urbano y artístico con murales y exposiciones al aire libre. El Faro de Navidad puede visitarse, y forma parte de rutas turísticas donde se cuenta su historia.

Juntos forman parte de un patrimonio vivo, una cadena de luz y memoria que custodia el alma marinera de la ciudad.

Homenaje a los vigilantes.

Este artículo es un homenaje a los torreros, soldados, ingenieros, marineros y pescadores que han velado por la seguridad del puerto de Cartagena durante siglos. Ellos son los verdaderos vigilantes del puerto, los que han mantenido encendida la esperanza, incluso en las noches más oscuras.

Que su luz no se apague nunca. Que sus historias sigan contándose. Que el mar siempre nos encuentre preparados.

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