Una inauguración esperada: 26 de julio de 1971
En un caluroso 26 de julio de 1971, Cartagena respiró aliviada. Después de años de peticiones, esperas y trabas burocráticas, se inauguraba el Hospital de la Seguridad Social Santa María del Rosell, una infraestructura moderna, imprescindible y soñada por generaciones de cartageneros que sabían que la sanidad pública era un derecho, no un privilegio. Su apertura supuso un antes y un después en la asistencia sanitaria de toda la comarca natural de Cartagena.
Antes de él, la ciudad contaba con el Santo y Real Hospital de Caridad —Los Pinos—, el Hospital de la Cruz Roja, y el Hospital de Marina, reservado exclusivamente para personal castrense. Todos cumplían una función, pero ninguno estaba preparado para afrontar los nuevos retos sanitarios de una población en crecimiento y con necesidades complejas. El Rosell llegaba como símbolo de progreso y justicia social.
Un referente sanitario para toda la comarca
Desde su puesta en marcha, el Rosell se convirtió en el hospital de referencia para Cartagena y sus municipios vecinos, cubriendo áreas como La Unión, Fuente Álamo, Mazarrón e incluso partes del Mar Menor. Años después, su labor se vería complementada por el Hospital Naval de Tentegorra —que hoy permanece cerrado, siendo otro ejemplo de abandono institucional—, y más tarde por el Hospital General Universitario Santa Lucía, inaugurado en 2010.
Pero lejos de reforzar el sistema público, la apertura de Santa Lucía trajo consigo una paradoja hiriente: el cierre progresivo del Rosell, su abandono parcial, su infrautilización. En vez de mantener dos grandes pulmones sanitarios que colaboraran, se dejó morir a uno, como si la salud pudiera dividirse por criterios administrativos y no por necesidades humanas.
La Comunidad Autónoma tiene una deuda con Cartagena
Desde su creación en 1982, la comunidad autónoma de la Región de Murcia —ese invento centralista que olvida sistemáticamente al sureste— no ha sido justa con Cartagena ni con su comarca. El Rosell es el ejemplo perfecto de esa discriminación: una infraestructura vital para más de 300.000 personas que ha sido relegada, troceada, utilizada políticamente y nunca tratada como merece.
Se han abierto clínicas privadas, centros concertados, ambulatorios que alivian —pero no sustituyen— a un gran hospital público. Mientras tanto, la presión asistencial en Santa Lucía crece, las listas de espera se alargan, y las urgencias se colapsan. ¿Qué sentido tiene haber cerrado un hospital funcional, dotado y preparado, cuando la demanda sanitaria crece sin cesar?
Recuperar el Rosell, reabrir el Naval: una exigencia, no una opción
Cartagena y su comarca necesitan dos grandes hospitales públicos plenamente operativos: el Santa Lucía y el Rosell. Y también urge recuperar el Hospital Naval de Tentegorra, reconvertido en centro geriátrico, unidad de salud mental o lo que el sistema requiera. Pero activo. Porque no se puede seguir mirando hacia otro lado cuando hablamos del derecho a la salud.
Hablar de sanidad no es hablar de política, sino de vidas, familias, dignidad y justicia. Quien enferma no lo hace en Murcia o en Cartagena: lo hace en su cuerpo. Y ese cuerpo tiene derecho a ser atendido con los mismos medios y el mismo respeto que cualquier otro en el resto de España.
Cartagena no pide, exige
No pedimos caridad. No suplicamos inversiones. Exigimos justicia. Justicia para una comarca que ha sido olvidada, marginada y humillada durante demasiado tiempo. Justicia para una ciudad que ha dado soldados, marinos, ingenieros, impuestos, talento y patrimonio… y que, a cambio, sólo ha recibido migajas.
La salud no puede depender de caprichos, ni de centralismos regionales que deciden desde despachos a más de 50 kilómetros lo que pasa en nuestros quirófanos. El Rosell debe funcionar al 100% de su capacidad. Y la administración regional tiene la obligación legal, moral y ética de garantizarlo.
Un hospital con alma
El Hospital del Rosell no es sólo un edificio. Es memoria, es orgullo colectivo, es donde nacieron miles de cartageneros, donde se salvaron incontables vidas, donde se tejieron historias de esperanza. Abandonarlo es traicionar todo eso. Y Cartagena, una ciudad milenaria y viva, no olvida ni perdona el olvido.
Que esta fecha sirva de recordatorio para quienes aún tienen poder de decisión. Que escuchen el clamor de una ciudad cansada de promesas rotas. Y que, de una vez por todas, se haga justicia sanitaria con el pueblo cartagenero.