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14 de mayo de 1902: El día que Cartagena abrió sus alas

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PorJosé Antonio Martínez Pérez

14 de mayo de 2025
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Hay fechas que marcan un antes y un después en la vida de una ciudad. El 14 de mayo de 1902 fue, sin duda, una de ellas. Ese día, el joven rey Alfonso XIII, aún menor de edad pero ya figura simbólica del nuevo siglo, autorizaba por Real Orden la petición del alcalde de Cartagena, Ángel Bruna Egea, para derribar las murallas que aprisionaban la ciudad desde hacía más de un siglo.

Lo que comenzó como un acto administrativo se convirtió en una auténtica liberación urbana, en un giro decisivo hacia la modernidad y el progreso. Cartagena rompía sus cadenas de piedra para mirar al siglo XX con ojos nuevos, y lo hacía en uno de los momentos más significativos de su historia reciente.

Las murallas: una protección que se convirtió en prisión

Las murallas de Cartagena, construidas principalmente en tiempos de Carlos III (siglo XVIII), eran parte del gran proyecto de fortificación del puerto militar. Sus fines eran claros: defender a la ciudad de ataques exteriores, controlar el acceso, y resguardar un arsenal de primer orden.

Pero lo que fue símbolo de seguridad, con el paso del tiempo se convirtió en un corsé asfixiante. A finales del siglo XIX, Cartagena ya no era solo plaza militar: era ciudad obrera, industrial, comercial… y las murallas le impedían crecer.

El espacio intramuros se había vuelto insuficiente. Las calles se estrechaban, las casas se apilaban, las condiciones de vida se deterioraban. En los barrios altos como el Molinete o el cerro del Castillo, la insalubridad era crónica. Y en las zonas bajas, como el Almarjal, el estancamiento de aguas favorecía la proliferación de enfermedades como el paludismo.

Ángel Bruna y la valentía del cambio

Fue en ese contexto cuando el entonces alcalde, Ángel Bruna Egea, asumió con determinación la tarea de transformar la ciudad. Empresario progresista, comprometido con la educación y la reforma urbana, Bruna entendió que Cartagena debía abrirse al futuro.

Solicitó al Gobierno de España el permiso para derribar las murallas de la ciudad, una iniciativa que encontró eco en la corte. El 14 de mayo de 1902, se firmaba la Real Orden autorizando su demolición.

Solo tres días después, el 17 de mayo, y coincidiendo con los festejos por la mayoría de edad del rey Alfonso XIII, se celebró una ceremonia simbólica. En ella, el propio Bruna dio el primer golpe al muro con un zapapico de plata, sellando así el inicio del ensanche.

El nacimiento del Ensanche

Con la desaparición de las murallas, Cartagena conoció una nueva etapa: la del Ensanche. Se planificó la expansión hacia el este y el norte, abriendo avenidas como el Paseo de Alfonso XIII, la calle Ángel Bruna o la futura Alameda.

El nuevo urbanismo incorporó ideas modernas: calles amplias, manzanas regulares, plazas ajardinadas. Arquitectos como Víctor Beltrí encontraron en este espacio la libertad creativa para diseñar edificios modernistas, que hoy son orgullo del patrimonio local.

La ciudad se abría al comercio, a la industria, al arte… y también al mundo.

Pero… ¿y las puertas? ¿Y la memoria?

Sin embargo, no todo se hizo con la sensibilidad patrimonial que hoy esperaríamos. Las antiguas puertas de la muralla, como la de San José, la de San Ginés, la de Madrid o la del Muelle, fueron en su mayoría demolidas, vendidas o abandonadas. Piezas de enorme valor artístico e histórico desaparecieron sin registro, o acabaron en almacenes y colecciones privadas.

Hoy, desde la ciudadanía y los colectivos culturales, reclamamos su recuperación:

·       Que se devuelvan las piezas originales conservadas.

·       Que se reconstruyan simbólicamente algunas puertas en el entramado urbano.

·       Que se homenajee su papel como vigilantes de nuestra historia.

Las puertas no solo eran pasajes físicos: eran símbolos de entrada y salida, de defensa y acogida, de identidad y memoria. 

14 de mayo: una efeméride que merece reconocimiento

El 14 de mayo debería ser conmemorado cada año en Cartagena como el día en que la ciudad se liberó de sus propias murallas, como la jornada que marcó el paso de lo antiguo a lo moderno, sin renegar de su pasado, pero decidida a caminar hacia el porvenir.

Es el momento de reivindicar esta fecha como efeméride oficial del urbanismo cartagenero y como símbolo de cómo la historia y el progreso pueden ir de la mano, si se hacen con inteligencia y respeto.

Conclusión: Abramos las puertas del recuerdo

Hoy, más de 120 años después, Cartagena sigue creciendo, sigue evolucionando. Pero no puede permitirse seguir dejando atrás su memoria patrimonial. La desaparición de las murallas fue necesaria, pero la pérdida de las puertas fue un error que aún estamos a tiempo de corregir.

Volver a levantar esas puertas —aunque sea de forma simbólica— es abrir de nuevo el corazón de Cartagena al visitante, al vecino, al futuro.

Porque una ciudad sin memoria es una ciudad sin alma. Y Cartagena, nuestra Cartagena, merece tener todas sus puertas abiertas.

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