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Coronada por la Fe: Cartagena, abril de 1923

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PorJosé Antonio Martínez Pérez

14 de abril de 2025
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El 14 de abril de 1923, Cartagena despertó envuelta en un aire de júbilo y reverencia. El cielo, azul como el manto de la Señora, se abrió sobre el puerto para acoger un acto que marcaría para siempre la historia emocional y espiritual de la ciudad trimilenaria: la coronación canónica de la Santísima Virgen de la Caridad, patrona de Cartagena desde el siglo XVIII.

Fue una jornada de fe viva, de lágrimas contenidas y rezos que sonaban como campanas en el alma. En el muelle de Alfonso XII, engalanado como nunca antes, el pueblo se fundió con su Virgen en un acto de amor y de promesa eterna.

La corona de todos

La corona no fue joya impuesta desde un trono lejano, sino forjada con devoción popular, alimentada por el oro de cientos de alianzas, broches y medallas donadas por cartageneros de todos los rincones y clases. Cada gramo de aquel oro hablaba de abuelas, de promesas, de agradecimientos silenciosos y súplicas fervorosas.

Pesaba más de dos kilos y costó 165.000 pesetas, pero su valor era incalculable. La elaboró la prestigiosa Casa Granda de Madrid, orfebres de emociones, quienes también firmaron el trono del Cristo Yacente de los marrajos. La corona era más que un símbolo: era un lazo de luz entre el pueblo y su Reina.

Una procesión con alma

El cortejo que acompañó a la Virgen fue de una belleza sobrecogedora. Salió de su basílica a hombros de artilleros voluntarios, con la solemnidad de quien lleva en brazos a su madre. Las calles se vistieron con flores y colgaduras; los balcones lloraban claveles y lágrimas, y por las aceras desfilaban los recuerdos de siglos de fervor.

Más de 1.500 personas marchaban con ella: cofrades, asociaciones, niños de la Casa de Misericordia… todos con la emoción dibujada en la mirada. El recorrido —calle de la Caridad, plaza de Risueño, Cuatro Santos, plaza del Ayuntamiento— era una peregrinación de corazones.

Y al llegar al muelle, la multitud enmudeció. El obispo, con manos temblorosas y voz firme, colocó la corona sobre las sienes sagradas de la Virgen. En ese instante, retumbaron 21 cañonazos, no de guerra, sino de gloria. Cartagena proclamaba Reina a su Madre.

La Casa Real se hace presente

El peso del acontecimiento no pasó desapercibido para la monarquía. La Casa Real española, encabezada por una representación de Alfonso XIII, quiso estar presente en esta ceremonia histórica. Desde Madrid llegaron saludos regios, damas de honor, y la confirmación de que la Corona de España reconocía a la Virgen como símbolo espiritual de una ciudad leal y valerosa.

En los días previos, la ciudad fue remozada con esmero. Se colocaron estandartes reales en los edificios oficiales, y en el muelle se levantó un altar majestuoso con elementos traídos desde Murcia y Madrid. Cartagena, puerto de batallas y esperanzas, era ahora puerto de fe coronada.

Una fiesta que abrazó a todos

No fue solo una celebración religiosa. Toda Cartagena se volcó en el acontecimiento: hubo certámenes literarios, conciertos, funciones teatrales y una corrida de toros con cartel de lujo. El Cartagena F.C. disputó un partido histórico contra el Racing de Madrid, en un encuentro simbólico entre la fe local y el orgullo nacional.

Las noches se encendieron con fuegos artificiales que pintaban Ave Marías en el cielo, y la Alameda de San Antón acogió una batalla de flores, donde los pétalos sustituyeron a los dardos, y las sonrisas a los tambores.

Una corona que voló… y volvió

Aquel símbolo sagrado que con tanto amor se alzó sobre la Virgen fue robado durante los oscuros días de la Guerra Civil. Pero la memoria no se borra tan fácilmente. En 1955, el pueblo volvió a regalarle una corona. Y lo hizo con el mismo amor, con el mismo oro anónimo, con la misma promesa de nunca olvidarla.

Un siglo de amor intacto

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En 2023, Cartagena conmemoró el centenario de aquella coronación inolvidable. También se celebraron los 300 años desde la llegada de la imagen de la Virgen desde Nápoles, reafirmando que la Caridad no es solo una advocación mariana: es un sentimiento arraigado en la entraña misma de la ciudad.

Hoy, como entonces, su rostro sereno sigue mirando al pueblo desde su camarín. Sigue recibiendo besos invisibles y promesas calladas. Porque en Cartagena, la Virgen de la Caridad no solo reina… ama.

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