Aquel 8 de abril de 1907, Cartagena se vistió de gala. La ciudad, orgullosa y vibrante, recibía al rey Alfonso XIII y al monarca británico Eduardo VII. La ocasión no podía ser más solemne ni simbólica: la inauguración oficial del nuevo Palacio Consistorial, emblema del progreso, y la celebración de un encuentro diplomático de trascendencia internacional. Cartagena, puerto estratégico del Mediterráneo, se convertía en escenario de historia.
El Palacio Consistorial: símbolo de modernidad
El recién finalizado Palacio Consistorial, obra modernista de Tomás Rico, se levantaba imponente frente a la Plaza del Ayuntamiento. Su elegante fachada de mármol blanco, granito y detalles de hierro forjado reflejaba el auge económico de una ciudad impulsada por la industria minera, el comercio y la actividad portuaria. Esta joya arquitectónica no solo acogía al gobierno local, sino que representaba un nuevo rostro para Cartagena: el de una ciudad que rompía sus murallas físicas y mentales para mirar de frente al siglo XX.
Los Acuerdos de Cartagena: diplomacia en el corazón del Mediterráneo
En paralelo a la fastuosa inauguración, se desarrollaban discretas pero determinantes conversaciones diplomáticas. De ellas surgirían, un mes después, los llamados Acuerdos de Cartagena (16 de mayo de 1907), por los cuales España, Francia y el Reino Unido se comprometían a mantener el equilibrio geoestratégico en el Mediterráneo occidental. Cartagena fue, así, la antesala de una Europa que buscaba alianzas en un tiempo de tensiones crecientes. Para España, este acuerdo supuso salir de su aislamiento internacional tras el Desastre del 98 y reafirmar su influencia en el norte de África.
El Puerto de Cartagena: testigo de la historia
Durante aquellos días de abril, el puerto de Cartagena ofrecía una imagen inolvidable. Sus muelles acogieron a los buques insignia de las armadas británica, francesa y española. Fragatas, acorazados y cruceros militares ondeaban sus banderas en señal de respeto y alianza. El Puerto de Cartagena, orgullo de la ciudad desde tiempos fenicios, volvía a brillar como enclave estratégico de primer orden en el Mare Nostrum.
La Cartagena Modernista: esplendor de una ciudad industrial
Cartagena no era solo una ciudad de diplomacia y ceremonias. Era una ciudad viva, próspera, en pleno auge industrial. Su economía, impulsada por la minería en la Sierra
de La Unión y por su astillero naval, la había convertido en una de las urbes más dinámicas del Levante español. La burguesía local, enriquecida por el comercio y la industria, invirtió en arquitectura, cultura y urbanismo. El resultado fue una ciudad modernista, con edificios singulares, teatros, plazas y cafés, donde el progreso y el arte se daban la mano.
Cartagena en 1907 no era una ciudad más: era un referente de modernidad, un cruce de caminos, un puerto que miraba al mundo.
Una efeméride para recordar
Hoy, al cumplirse más de un siglo de aquella jornada memorable, recordamos con orgullo y emoción el día en que Cartagena abrió sus puertas al mundo, se reconcilió con el mar y abrazó con fuerza la modernidad. Fue mucho más que una visita real o una inauguración municipal. Fue el comienzo de una nueva era

