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Crónicas de un Pueblo. – CHARITO: UN PERSONAJE INOLVIDABLE DE CARTAGENA

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El alma libre de la Calle Jara

En el corazón del casco antiguo de Cartagena, en la casa número 39 de la calle Jara, vivió una mujer cuyo nombre completo pocos conocían, pero cuyo apodo era sinónimo de presencia, de calle, de ciudad: María del Rosario Beriso Terrer, aunque para todos, simplemente, “La Charito”.

Nacida en Valencia el 11 de febrero de 1919, fue hija de Alfonso Beriso Lardín, teniente coronel del Ejército español, erudito, periodista y hombre de letras. La vida de Charito, como la de tantos hijos de militares, estuvo marcada en su infancia por el nomadismo castrense. Sin embargo, Cartagena fue la ciudad que eligió, o la que la eligió a ella, para ser su casa definitiva y su escenario vital.

Una vida junto a su madre

Charito fue hija única. Vivió durante décadas junto a su madre en la misma vivienda de la calle Jara. La cuidó con dedicación hasta su fallecimiento. Tras la muerte de ésta, Charito permaneció en la casa familiar, como si las paredes fueran un refugio de los recuerdos vividos. Nunca se casó, ni tuvo descendencia, pero a cambio, tejió un vínculo especial con su entorno, convirtiéndose en figura pública sin pretenderlo.

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El mar como templo y hábito

Si algo la distinguía —además de su forma de vestir o de expresarse— era su peculiar ritual diario: Charito se bañaba cada mañana en el muelle de La Curra, sin importar la estación, el viento ni la temperatura. Desde el invierno más crudo hasta el bochorno veraniego, su cuerpo tostado por el sol entraba en las aguas del puerto, como un acto sagrado de renovación personal.

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Desplazamiento de Imágenes

Esta costumbre había nacido durante su paso por Sidi Ifni, donde acompañó a su padre en tiempos coloniales. Allí se enamoró del mar, y Cartagena le ofreció su propia versión de aquella libertad. Sus baños eran un canto a la autonomía, a la fuerza de voluntad y al desafío contra lo establecido.

Apariencia, estilo y carácter

Charito era única. Su piel, perpetuamente bronceada, contrastaba con su forma de vestir: estrafalaria, llamativa, colorida y sin complejos. Llevaba a veces pelucas, otras veces pañuelos brillantes. Pendientes exagerados, gafas grandes, combinaciones imposibles. Su caminar era pausado pero firme. Tenía un aura de quien no le debe nada a nadie. Y eso, en los tiempos que corrían, era casi revolucionario.

No era una mujer sin cultura, como erróneamente algunos insinuaban. Sus allegados la describen como inteligente, culta y sumamente educada. Tenía un carácter afable, incluso dulce, aunque no consentía impertinencias. El pueblo la quería. La saludaba. La buscaba con la mirada en las plazas. Su figura inspiraba una sonrisa, y para muchos, era parte del paisaje sentimental de la ciudad.

“Eres más conocido que la Charito”

Así de famoso era su rostro. La expresión popular “eres más conocido que la Charito” sigue aún hoy viva en el habla cartagenera. Pocas frases dan mejor idea de lo que esta mujer representó: un ícono urbano, una referencia viva que durante décadas estuvo presente en las calles del centro, en los cafés, en los paseos marítimos.

La prensa y el archivo municipal no la olvidan. De hecho, el Archivo de Cartagena le dedica espacio y afecto. En uno de sus perfiles publicados se lee: “¡La alegría le bulle por su cuerpo sandunguero!”, retratando su energía contagiosa y su forma de estar en el mundo.

El adiós a una leyenda local

Charito falleció el 24 de julio del año 2000, a los 81 años. Se fue sin hacer ruido, como si su historia estuviese ya escrita en la memoria colectiva de la ciudad. Y sin embargo, Cartagena la sigue recordando. En redes, en documentos municipales, en tertulias de mayores que aún la nombran con afecto.

Uno de los testimonios más emotivos es el de una médica que la trataba:

“Murió en mi cumpleaños. Era peculiar, inteligente y libre… Y no la olvidaré jamás.”

¿Por qué nos sigue importando?

Porque Charito representa lo que fuimos y lo que podríamos ser: una sociedad que respeta a quienes piensan y viven diferente, que entiende que la libertad no está reñida con la educación ni con el cariño. Ella fue una mujer libre cuando serlo aún costaba miradas, críticas o desprecios.

Fue símbolo de una Cartagena viva, de barrio, de rutina con carácter. Fue una persona sin cargos, sin títulos, pero con el respeto ganado a fuerza de autenticidad. Y eso, en los tiempos de lo uniforme, vale oro.

Epílogo

A veces, los grandes personajes no escriben libros ni aparecen en la televisión. A veces no están en las placas de las calles ni en los currículos escolares. Pero están en la memoria popular, en el alma urbana, en los dichos que sobreviven a los siglos. Así es La Charito.

Gracias a ella, Cartagena es un poco más nuestra. Y por ella, merece la pena seguir recordando que ser diferente también es un acto de amor a la ciudad.

 

Poema.

Charito

Vivía en la Jara, número treinta y nueve,

donde el tiempo pasaba pero ella no envejece.

Con su madre querida, hasta el último aliento,

vivió entre la ternura, la calle y el viento.

 

Charito era el sol, tostado y sin medida,

que cada mañana al mar ofrecía su vida.

La Curra la esperaba como un viejo ritual,

como quien reza al agua su fe más inmortal.

 

Vestía lo que quiso, brillaba sin permiso,

con pañuelos, pendientes y un andar sin aviso.

La ciudad la miraba, la ciudad la entendía,

era libre, era fuerte, era rara poesía.

 

Nadie supo su historia completa ni entera,

pero todos sabían que era alma sincera.

No tenía laureles, ni un diploma en la frente,

pero fue tan querida como poca gente.

 

Hoy su nombre resuena entre el puerto y la brisa,

en la boca de abuelos, en charlas sin prisa.

Y aquel viejo refrán, como eterno estribillo:

“Eres más conocido que La Charito”.

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