En el corazón de Cartagena, cada mes de mayo, florecen cruces que no son meros adornos: son símbolos vivos de nuestra identidad. Las Cruces de Mayo no son una copia ni una imitación. Son nuestras. Y como tales, merecen respeto, difusión y orgullo. Porque esta fiesta —nacida de la fe y de la historia— es un canto a lo que fuimos y seguimos siendo: un pueblo con alma, con raíces profundas y con una cultura tan rica como muchas veces ignorada.
La celebración conmemora el hallazgo de la Cruz de Cristo por Santa Elena, madre del emperador Constantino, y se celebra el 3 de mayo desde tiempos antiguos. En Cartagena, hay registros de esta festividad desde el siglo XVII, cuando las calles se llenaban de cruces floridas, rezos del rosario y música tradicional de la región. Cada barrio se volcaba en levantar la cruz más hermosa, y las cofradías competían en devoción y belleza. Era una fiesta genuina, sin artificios, en la que la tradición se respiraba en cada rincón.
Pero hoy, algunos rincones de nuestra ciudad parecen más una extensión de la Feria de Abril que una celebración cartagenera. Las sevillanas y los farolillos andaluces —sin desmerecer su arte y su alegría— se han infiltrado como si fueran lo nuestro. Y no lo son. Nuestra cultura no necesita disfraces ni préstamos. Tiene su propia fuerza, su propia voz, su propio ritmo. Cartagena no es un decorado andaluz: es una tierra milenaria con identidad propia, con orgullo, con historia.
Y esa historia también se come. Porque la defensa de nuestras tradiciones pasa, cómo no, por poner en valor nuestra gastronomía: sabrosa, variada, y admirada allá donde va. El arroz de Calasparra, los pescados del Mediterráneo, las tapas marineras, el pastel cartagenero, los michirones, las marineras, el asiático… ¿cómo no ser parte también de la fiesta? La comida es cultura, y en Cartagena, es una declaración de amor a lo nuestro. Incluir nuestra cocina en las Cruces de Mayo es celebrar nuestra esencia con los cinco sentidos.
Por eso, esta fiesta debe seguir siendo una exaltación de lo propio. Debemos enseñar a nuestros hijos que la identidad no se alquila ni se cambia según la moda. Que tenemos tradiciones que valen, que emocionan, que nos representan. Que nuestras Cruces no son un photocall flamenco, sino una celebración profunda y alegre de nuestra historia.
Reivindiquemos lo nuestro. Desde la cruz florida hasta la cazuela humeante. Desde la música de nuestra tierra hasta la palabra dicha con acento cartagenero. Que nadie nos haga sentir que lo de fuera es mejor que lo de aquí. Porque aquí tenemos de sobra.
Cartagena no necesita copiar. Cartagena necesita recordar.
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