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El Cordero de la Resurrección. Cuento de un Domingo que sabe a gloria

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PorJosé Antonio Martínez Pérez

20 de abril de 2025
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Amanecía el Domingo de Resurrección, y en la vieja casa del campo, el aire olía a tomillo, a leña y a fiesta. El gallo cantaba más alto, las campanas del pueblo repicaban con alegría, y la abuela ya tenía el delantal puesto. Había pasado la Semana Santa entre rezos, ayunos, y platos de vigilia, pero ese día… ese día se rompía la cuaresma con todos los honores. Era tiempo de cordero.

En el patio, los nietos correteaban, jugando con ramitas de olivo y flores silvestres, mientras del interior de la casa salía el aroma inolvidable de la manteca derritiéndose en la fuente de barro. La abuela había elegido dos paletillas de cordero lechal, tiernas como la mañana, pequeñas y perfectas para la ocasión.

El horno, de leña vieja o carbón, había sido encendido al alba. Ella sabía medir la temperatura sin termómetros: por el color del humo, por el tacto de la puerta de hierro, por la experiencia escrita en sus manos. Untaba con cariño cada paletilla con manteca de cerdo, como quien acaricia una reliquia, y preparaba en una jarrita de barro una mezcla de vinagre suave con agua clara del pozo. Picaba un diente de ajo, el justo, para no opacar la nobleza del cordero.

—Hoy no cocinamos solo carne, cocinamos alegría —decía mientras colocaba las paletillas en la cazuela de barro y vertía con mimo parte de la mezcla aromática.

El horno crujía al cerrarse, como si bendijera el manjar que guardaba. Cada veinte minutos, la abuela abría la boca humeante de aquel horno y, con una brocha hecha de ramas de romero, barnizaba el cordero con más mezcla de vinagre y agua. El dorado se volvía brillante, y el aroma se extendía por todo el campo, haciendo que los vecinos de lejos supieran que en esa casa ya se celebraba la Resurrección.

—¡Huele que alimenta! —gritaban los nietos, pegados a la puerta de la cocina.

—El cordero habla cuando empieza a separarse del hueso —respondía la abuela—. Ahí sabéis que ya está listo para contar su historia.

La mesa se preparó con mantel de lino, flores del campo y pan recio. No faltó el vino de la cosecha pasada, ni los pimientos asados de la víspera, ni la tarta de natillas que la tía preparaba con amor. Pero todos sabían que el centro de la fiesta era ese cordero, tierno, jugoso, dorado como el sol recién nacido de la Pascua.

Cada bocado era un canto a la vida, un abrazo a la tradición, una promesa de esperanza cumplida. El silencio se imponía por segundos, solo roto por suspiros de satisfacción. Y la abuela, con las mejillas sonrosadas del calor del horno y la emoción del día, miraba a su familia y sonreía.

—Así se celebra la Resurrección —dijo—. Con lo mejor del campo, lo mejor del alma… y el horno encendido desde el amanecer.

 

Ingredientes para 4-6 personas:

  • 2 paletillas de cordero lechal
  • 1 diente de ajo
  • Manteca de cerdo (para untar)
  • 75 ml de agua
  • 25 ml de vinagre suave
  • Sal al gusto

 

Elaboración tradicional:

  • Untar las paletillas con manteca y sal.
  • Colocarlas en fuente de barro. Añadir ajo picado y mitad de la mezcla agua-vinagre.
  • Hornear a 160–180ºC durante 90 minutos, girando cada 20 minutos.
  • Barnizar con mezcla de agua y vinagre para dorado brillante.
  • Estará listo cuando la carne empiece a separarse del hueso.
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