
Descubre Cartagena. Una ciudad con mar
Cartagena no se prepara para la Semana Santa. Cartagena se transforma. Desde la madrugada del Viernes de Dolores, cuando todavía la ciudad duerme y las luces de los balcones apenas comienzan a encenderse, un tambor sordo resuena por las calles más antiguas del casco histórico. Es la primera señal de que algo extraordinario está ocurriendo. Con la procesión del Cristo del Socorro, la más temprana de toda España, comienza un viaje de diez días en los que la ciudad entera se convierte en un escenario vivo de fe, arte y tradición.
Durante esos días, Cartagena deja de ser solo un lugar para convertirse en una experiencia. Declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional, su Semana Santa es un reflejo de su alma colectiva. Las cuatro grandes cofradías —el Socorro, los Californios, los Marrajos y los Resucitados— despliegan un repertorio visual y emocional que no deja indiferente a nadie. Cada una con su color distintivo y su personalidad propia. Cada una con sus momentos gloriosos, recogidos y profundamente humanos. Las procesiones se suceden día y noche, sin repetir escenas, con una planificación milimétrica que sorprende por su precisión, incluso para los que acuden año tras año.
Lo que diferencia a la Semana Santa de Cartagena no es únicamente la belleza de sus tronos, sus imágenes o la riqueza de sus bordados. Es la perfección del desfile, la simetría en los pasos de los penitentes, el respeto en cada gesto, el equilibrio entre la emoción y el orden. Es ver avanzar un trono entre un silencio sobrecogedor, roto solo por el eco de una marcha procesional o una saeta cantada a media voz desde un balcón. Es sentir cómo la ciudad entera respira al mismo ritmo, como si cada calle, cada acera, cada piedra antigua, estuviera llamada a formar parte de algo sagrado.
El momento del Encuentro en la madrugada del Viernes Santo es una de esas escenas que se graban para siempre en la retina. Cuatro procesiones que han salido desde distintos puntos de la ciudad confluyen en la Plaza de la Merced para encontrarse en un acto que no es solo una representación de la Pasión, sino un ejercicio de coordinación y sentimiento difícil de describir con palabras. Otro momento especialmente emotivo es el Traslado de los Apóstoles, que parte desde tres acuartelamientos militares diferentes en el Martes Santo, mezclando liturgia religiosa con solemnidad castrense, en un protocolo que solo se da en Cartagena.
Y es que los vínculos entre lo religioso, lo civil y lo militar forman parte del ADN de esta celebración. En ningún otro lugar de España la marcialidad se funde de forma tan armoniosa con la devoción popular. Los piquetes del Ejército, la Guardia Civil, la Policía Nacional y la Local escoltan tronos e imágenes con una presencia impecable que eleva aún más la emoción. Ver marchar a los Granaderos, escuchar los redobles de los tambores, contemplar los pasos firmes y acompasados de los penitentes o el temblor de una vela entre las manos de un niño son momentos que no necesitan ser entendidos: basta con sentirlos.
La Semana Santa de Cartagena también se vive fuera del ámbito estrictamente procesional. Durante esos días, la ciudad ofrece un sinfín de actividades culturales y familiares que enriquecen la experiencia. Las rutas guiadas de Puerto de Culturas permiten redescubrir la historia milenaria de la ciudad a través de sus monumentos más icónicos, como el Teatro Romano, el Barrio del Foro o el Castillo de la Concepción. Hay paseos en barco por la bahía, talleres infantiles, visitas teatralizadas con personajes históricos como Leonardo Da Vinci o la romana Lucrecia Prima, y espectáculos que conectan pasado y presente a través de la imaginación.
No menos importante es la dimensión gastronómica. En Cartagena, el sabor de la Semana Santa se paladea en cada rincón. Desde los platos tradicionales de la Cuaresma —como el potaje de bacalao con garbanzos, las espinacas con huevo, las tortillitas de camarones o el arroz con verduras— hasta los dulces que endulzan la espera de la Resurrección: torrijas, leche frita, arroz con leche o tartas artesanas. La ciudad invita a recorrer sus bares y tabernas entre procesión y procesión, para completar la experiencia con una pausa cargada de sabor y conversación.
Más allá de la belleza de lo visible, hay una Cartagena profunda que late en cada paso, en cada aplauso contenido, en cada oración susurrada. Una ciudad que mantiene viva su esencia gracias al compromiso de sus cofrades, de sus nazarenos, de sus portapasos y de las familias que cada año trabajan con mimo para que todo esté perfecto. Es en los talleres de costura, en los ensayos nocturnos, en los encuentros de agrupaciones y en las aulas de las escuelas donde empieza a forjarse esta pasión. Proyectos como el de las Escuelas con Alma Cofrade demuestran que la Semana Santa también se enseña, se transmite, se siembra desde la infancia. Más de 800 alumnos del colegio San Vicente de Paúl desfilarán este año en su propia procesión escolar, vestidos como granaderos, penitentes o soldados romanos, con tronos realizados a escala con una fidelidad impresionante. Son ellos los que asegurarán que esta tradición no solo perdure, sino que siga creciendo.
La Semana Santa de Cartagena no se ve. Se siente. Se escucha en los pasos firmes de quienes desfilan, se huele en el incienso que impregna las madrugadas, se saborea en cada plato compartido, se toca en los bordados de terciopelo y se mira con los ojos llenos de asombro y emoción. Es historia, es presente, es futuro. Es una ciudad entera que, durante diez días, pone el alma en la calle. Quien la ha vivido, lo sabe: la Pasión en Cartagena no se cuenta, se vive.
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