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Por qué la Región de Murcia debería cambiar su nombre oficial

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PorNota de Prensa

7 de julio de 2025
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La denominación oficial de la Región de Murcia merece ser replanteada. Bajo este nombre coexiste una dualidad confusa: “Murcia” designa tanto a la comunidad autónoma como a su ciudad capital. Esta coincidencia genera malentendidos dentro y fuera de la región, diluyendo la identidad de otros municipios y zonas. Además, el nombre actual parece reforzar un centralismo administrativo que favorece desproporcionadamente a la capital en perjuicio del resto del territorio. Por último, no refleja la pluralidad de identidades históricas y culturales que conviven en esta comunidad, desde Cartagena hasta el Noroeste. A continuación, se argumenta, punto por punto, por qué un cambio de nombre sería beneficioso y se plantean posibles denominaciones alternativas más inclusivas y equitativas.

En primer lugar, la confusión nominal entre región y capital dificulta la diferenciación externa e interna. La Región de Murcia comprende 45 municipios, sin embargo, su nombre solo evoca a uno de ellos. Cuando se habla de “Murcia” en contextos nacionales o internacionales, es habitual preguntarse si se alude a la ciudad o a toda la región. Esto contrasta con otras comunidades autónomas españolas cuyo nombre no coincide exactamente con el de su capital (por ejemplo, Comunidad Valenciana vs. Valencia ciudad), evitando así ambigüedades. En el caso murciano, la equiparación entre el gentilicio regional y el de la capital ha llevado a que logros o productos de cualquier localidad acaben etiquetados genéricamente como “murcianos”, desdibujando su verdadero origen. Por ejemplo, un turista poco familiarizado puede creer que el patrimonio histórico de Cartagena o los vinos de Jumilla provienen de la ciudad de Murcia, cuando en realidad son propios de otras zonas destacadas de la provincia. Esta situación “falsea, asfixia, anula y liquida cualquier intento” (en palabras de activistas locales) de visibilizar la diversidad interna. Incluso desde dentro, los habitantes de municipios periféricos sienten esa confusión: se ven obligados a aclarar si son de Murcia capital o de la región. En suma, el nombre actual no aporta la claridad necesaria; más bien, genera equívocos que una nueva denominación podría evitar fácilmente.

En segundo lugar, el nombre “Murcia” para toda la región refleja y perpetúa un centralismo administrativo históricamente arraigado. Desde la instauración de la autonomía en 1982, con la capital fijada en la ciudad homónima, las instituciones regionales han tendido a concentrarse allí. Es cierto que se intentó cierto equilibrio ubicando la Asamblea Regional en Cartagena, pero simbólicamente el predominio nominal de Murcia ha reforzado la idea de que lo regional se confunde con lo municipal de la capital. Este centralismo nominal tiene consecuencias prácticas: inversiones, infraestructuras y atención política suelen gravitar en torno a la ciudad de Murcia, a menudo en detrimento de otras comarcas. Habitantes de Cartagena, la segunda ciudad más poblada de la comunidad, o de Lorca, la tercera, perciben un trato desigual en cuanto a recursos y protagonismo público. De hecho, son frecuentes las denuncias de que el Gobierno autonómico prioriza proyectos en la capital mientras localidades como Cartagena, el Campo de Cartagena o el Altiplano quedan relegadas. La propia elección del nombre oficial contribuye a esa jerarquía: al llevar la marca “Murcia”, la administración transmite (aunque sea de forma implícita) que el centro político-cultural es uno solo. Esto resulta injusto para los 44 municipios restantes, cuyos ciudadanos no ven su identidad local reconocida en la denominación de su autonomía. Tal sentimiento ha alimentado movimientos reivindicativos —por ejemplo, la Plataforma por la Biprovincialidad— que proponen crear una provincia separada con capital en Cartagena, o al menos un cambio simbólico que equilibre la balanza. Diversos sondeos recientes reflejan este malestar: una abrumadora mayoría de cartageneros (en torno al 80%) apoya reformas que atenúen el centralismo, y una proporción significativa de ciudadanos de otras zonas también ve con buenos ojos un nuevo enfoque administrativo y nominativo. En resumen, mantener el nombre actual consolida un centralismo que ya no se corresponde con las aspiraciones de equilibrio territorial en el siglo XXI.

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En tercer lugar, la Región de Murcia abarca una pluralidad de identidades históricas y culturales que la denominación vigente no logra representar. La actual comunidad autónoma incluye comarcas con características muy diferenciadas: el esplendor portuario y legado cartaginés de Cartagena, la tradición huertana del valle del Segura en torno a Murcia capital, la rica historia medieval y barroca de Lorca, la cultura vinícola del Altiplano (Yecla y Jumilla) o las fiestas y tradiciones singulares del Noroeste (Caravaca de la Cruz, Cieza, etc.). Sin embargo, al llamar a todo el conjunto “Murcia”, se proyecta externamente una imagen homogénea que invisibiliza esa diversidad interna. Muchos habitantes de estas zonas se sienten primero cartageneros, lorquinos, yeclanos, aguileños, etc., y solo de manera forzada “murcianos”. Nadie nacido en Águilas, Cartagena, Yecla o Lorca debería verse obligado a negarse su gentilicio local para asumirse únicamente como “murciano”. La denominación regional debería ser un paraguas integrador, no un nombre que identifique solo a una parte. Históricamente, esta tierra ha tenido nombres más amplios y menos localistas. Cabe recordar que durante siglos buena parte del sureste peninsular formó la provincia romana Cartaginense, con capital en Carthago Nova (la actual Cartagena). Aquella Provincia Cartaginense —que no equivalía únicamente a la ciudad de Cartagena, sino que abarcaba territorios vastos del centro y sureste hispano— demuestra que ya entonces se concebía esta zona como una entidad regional extensa con identidad propia, independiente del nombre de cualquier urbe concreta. Posteriormente, en la época medieval y moderna, existió el Reino de Murcia, circunscripción histórico-cultural cuyo territorio aproximado coincide con la comunidad autónoma actual (aunque incluía también la hoy provincia de Albacete). Estos antecedentes evidencian que el concepto regional trasciende el municipio de Murcia: la región es un mosaico de pueblos con trayectorias particulares que merecen visibilidad en la denominación colectiva.

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Dado todo lo anterior, resulta razonable plantear un cambio en el nombre oficial de la comunidad autónoma. Se trataría de una medida simbólica, pero de gran calado, orientada a mejorar la claridad comunicativa, corregir desequilibrios identitarios y reconocer la rica diversidad de la región. El nuevo nombre debería diferenciarse claramente de “Murcia” ciudad, evitando la dualidad actual, a la vez que representar equitativamente a todos los territorios. Por supuesto, un cambio así requeriría amplio consenso social e institucional, pero varios ejemplos y propuestas ya existen sobre la mesa. Un caso destacado es el de aquellos que sugieren rebautizarla como “Región del Segura”, en alusión al río Segura que vertebra buena parte de la comunidad. Esta opción presentaría la ventaja de ser un término geográfico neutral: desligaría el nombre regional de cualquier localidad concreta y honraría a un elemento natural común a gran parte del territorio (el río Segura atraviesa numerosas comarcas y ha sido históricamente fuente de vida de la huerta murciana). Según sus promotores, “Región del Segura” suena evocador y evitaría conflictos de identidad entre Murcia y Cartagena, al establecer un denominativo completamente distinto para el conjunto. Otra alternativa firme, defendida por plataformas ciudadanas, es “Región del Sureste”. Esta denominación situaría inmediatamente a la comunidad en el mapa de España, aludiendo a su ubicación en el sureste ibérico, y cobijaría bajo un mismo gentilicio a todos los habitantes sin exclusiones. Cualquiera, desde Yecla hasta Águilas, podría sentirse sencillamente habitante del “sureste español”, una identidad amplia que no anula las locales, pero las conecta en un proyecto común. Asimismo, “Región del Sureste” eliminaría de un plumazo la confusión con la ciudad capital y preservaría el término “murciano” solo para referirse a la ciudad de Murcia, restituyendo su sentido original. Otras denominaciones podrían contemplarse en el debate público, desde recuperar nomenclaturas históricas (por ejemplo, un guiño a la antigua Carthaginensis latinizada) hasta fórmulas compuestas que integren dos polos principales (se llegó a barajar “Región de Murcia-Cartagena” durante la redacción del Estatuto de Autonomía, precisamente con la idea de reflejar mejor la identidad regional). Lo esencial es que el nuevo nombre sea inclusivo y equilibrado.

En conclusión, cambiar el nombre oficial de la Región de Murcia no es un capricho menor, sino una oportunidad para fortalecer la cohesión territorial y la proyección identitaria de esta comunidad. Un nombre más descriptivo y abarcador contribuiría a evitar malentendidos externos, mitigaría el centralismo simbólico que hoy incomoda a tantas localidades y celebraría la diversidad cultural e histórica que enriquece al antiguo Reino de Murcia. La elección de un nuevo nombre —sea Región del Segura, Región del Sureste u otra denominación consensuada— debería sustentarse en ese principio de equidad representativa. Al adoptar un nombre que todos sientan suyo, la comunidad autónoma enviaría un mensaje de unidad en la diversidad: todos sus habitantes, de la costa a la montaña, se verían reconocidos en la identidad común sin renunciar a sus raíces locales. Así, la región podría reforzar su identidad colectiva ante España y el mundo, dejando atrás confusiones y agravios, y avanzando con un nombre que verdaderamente pertenezca a todos.

Las opiniones vertidas en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de dondecomemosct.es

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