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Crónicas de un Pueblo: 1856–2025: El tren en Cartagena, entre raíles de gloria y abandono

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PorJosé Antonio Martínez Pérez

22 de junio de 2025
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Un 22 de junio que lo cambió todo.

El 22 de junio de 1856, Cartagena celebró con júbilo la llegada de una Real Orden firmada por la Reina Isabel II. En ella se aprobaba el proyecto del ferrocarril entre Albacete y Cartagena, redactado por el ingeniero Don José Almazán. Era mucho más que un documento oficial: era la promesa de un nuevo tiempo, el primer paso para enlazar nuestra ciudad con la meseta, con Madrid, con el progreso. Era, en esencia, la puerta abierta al futuro.

En esa fecha empieza a latir el hierro por nuestras tierras. Comienza la historia ferroviaria de Cartagena, una historia que durante décadas nos dio orgullo, conectividad, industria y horizonte, y que hoy, por la desidia de quienes deberían velar por ella, agoniza en el abandono.

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Un tren para una ciudad estratégica.

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La conexión ferroviaria con el centro peninsular no respondía a un capricho, sino a una necesidad geopolítica y económica de primer orden. Cartagena, puerto militar, industrial, agrícola y comercial, era punto neurálgico para la salida de los productos del interior hacia el mar. Las minas de La Unión, los campos de Jumilla, el esparto, las salazones, el vino, la almendra y más tarde los materiales de guerra y manufacturas… todo halló en el tren su aliado indispensable.

El primer tramo, entre Cartagena y Murcia, se inauguró en 1863, y en 1865 ya estaba en funcionamiento la conexión hasta Chinchilla (Albacete), completando así la vía hacia Madrid. Desde entonces, Cartagena dejó de estar en la periferia para estar en el mapa.

Estaciones que unían una comarca viva

La llegada del tren a Cartagena trajo consigo la vertebración real del Campo de Cartagena. No se trataba solo de llegar a la ciudad portuaria, sino de recorrer y conectar los pueblos que la alimentaban:

                 Apeaderos y estaciones al servicio del pueblo y del trabajo.

                 Torre Pacheco, Pozo Estrecho, Balsicas, Los Dolores, San Javier y hasta San Pedro del Pinatar, donde el tren llegó a mirar al mar Menor antes de ser desmantelado.

                 La línea de vía estrecha, Cartagena-Los Nietos, aún en funcionamiento, es hoy el único vestigio de un sistema que antes era amplio, útil y popular.

 

Toda una comarca se movía en tren. Personas, mercancías, jornaleros, turistas, reclutas, estudiantes… El tren no solo conectaba, sino que igualaba. Daba oportunidades.

Puerto y ferrocarril: una alianza de hierro.

El puerto de Cartagena, uno de los más importantes del Mediterráneo, se convirtió durante más de un siglo en la gran salida de productos nacionales e internacionales. Gracias al tren, el mineral del norte llegaba a nuestros muelles, los productos de Castilla cruzaban España hasta embarcar hacia América, y lo que Cartagena producía salía por mar o volvía a tierra adentro en vagones cargados de historia.

Incluso el tránsito militar usó intensamente la vía férrea: soldados en tránsito hacia África, hacia el norte, hacia la historia… El tren fue, también, el eco de la patria.

El principio del fin: abandono sin excusas.

Pero con el paso del tiempo, y sin razones técnicas sino políticas, comenzó el desmantelamiento silencioso. La falta de inversión, la obsolescencia, los retrasos eternos, y las promesas incumplidas fueron dejando a Cartagena en vía muerta.

Hoy, la estación principal de la ciudad es casi una reliquia, y la línea directa a Madrid ya no existe como tal. Para llegar a la capital hay que coger un autobús hasta Murcia, y desde allí subir al AVE. Un sistema indigno, tercermundista, inaceptable para una ciudad como Cartagena.

Y lo peor es que ni siquiera cuando coincidieron Ayuntamiento, Comunidad Autónoma y Gobierno de la Nación con el mismo color político, se aprovechó esa oportunidad histórica para dar a Cartagena las infraestructuras ferroviarias que merece.

No hubo voluntad. No hubo presión. No hubo visión. No hubo justicia.

La eterna marginación: ¿hasta cuándo?

Durante décadas, Cartagena ha sido sistemáticamente maltratada. Desde el centralismo de la Comunidad Autónoma hasta la tibieza del Gobierno Central, siempre hemos estado en la cola de la inversión, de la ejecución, de la palabra cumplida.

El AVE no llega. Los cercanías no se recuperan. Las estaciones de la comarca se caen a pedazos. Y los cartageneros seguimos esperando lo que ya era nuestro hace más de siglo y medio.

Hoy asistimos a una situación en la que ni los intereses de movilidad, ni los ambientales, ni los económicos, ni los sociales parecen importar. Cartagena sufre un castigo que no tiene justificación.

¿Y ahora qué? Justicia y compromiso.

Hoy, más que nunca, Cartagena necesita justicia. Justicia histórica, territorial y social. No es solo una ciudad; es una comarca viva, una historia latente, un presente que exige futuro.

Reclamamos el retorno del tren digno, la reapertura de estaciones, la electrificación total de la red, y la llegada inmediata del AVE a Cartagena, como cualquier ciudad de su categoría.

No pedimos privilegios. Exigimos igualdad. Exigimos respeto. Exigimos compromiso.

Del vapor al silencio, del silencio al grito.

El 22 de junio de 1856, Cartagena recibió la noticia de su conexión ferroviaria con el alma encendida. Hoy, 169 años después, esa llama no se ha apagado, pero necesita el viento firme de la justicia.

No dejemos que la historia se oxide entre raíles olvidados. Que el clamor de una ciudad hable más alto que el ruido del abandono.

Cartagena merece un tren. Merece dignidad. Y no vamos a parar hasta conseguirlo.

Poema.

RAÍLES QUE GRITAN JUSTICIA

Nació en un junio encendido, de Reina, tinta y papel, la promesa de un camino que traería a Cartagena el tren.

Hierro noble por la vega, mineral de sol y esparto, vagones llenos de sueños que alzaban pueblos de campo.

Por Almazán fue trazada la esperanza sobre el mapa, y el silbido del progreso despertó a toda la plaza.

El puerto abría sus brazos, la comarca abría su pecho, y el tren tejía el abrazo que unía alma, mar y techo.

Los Nietos, La Unión, El Algar, cada estación fue un latido. Cartagena era palpitante con su tren siempre encendido.

Pero llegaron los tiempos del olvido y del desprecio, del andén sin movimiento y del vagón sin regreso.

Y aunque el poder compartiera color, sillón y despacho, nadie alzó la voz sincera ni enderezó este gran tajo.

¡Ay, Cartagena herida!, de raíles mutilados, de promesas repetidas y futuros postergados.

Pero aún late tu memoria, aún el hierro guarda el eco, y aún reclama tu victoria un pueblo firme y recto.

No pedimos más que justo, no exigimos más que vida, un tren digno, fuerte y nuestro, que devuelva la partida.

Que vuelva el silbo a la vía, que retumbe en la estación,

que Madrid sepa algún día que Cartagena es nación.

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