En la Cartagena del siglo XIX, que asomaba al Mediterráneo con su puerto estratégico y su alma ilustrada, nació un 16 de julio de 1815 uno de sus hijos más universales: Leopoldo Augusto de Cueto López de Ortega, quien acabaría siendo conocido como el Marqués de Valmar. Fue escritor, político, diplomático, filólogo y académico… pero, sobre todo, un hombre de letras comprometido con su tiempo, con su patria y con su ciudad natal, a la que llevó con orgullo allá donde fue.
Raíces cartageneras y juventud brillante
Hijo del brigadier de artillería Gonzalo García de Cueto y Enríquez de Luna y de María de los Dolores López de Ortega y Prado, Leopoldo creció en un entorno familiar culto y orientado al servicio público. Desde joven mostró una gran pasión por las humanidades y el derecho, formándose primero en el Colegio de San Fulgencio de Murcia y posteriormente doctorándose en Derecho en Sevilla.
Pronto su camino lo llevaría lejos de Cartagena, pero nunca se despegó del todo de su raíz mediterránea. La brisa salada de su infancia seguiría impregnando sus letras y su visión del mundo.
Diplomático al servicio de España
La carrera diplomática le abrió las puertas del mundo. Ingresó como agregado en la embajada española en París, y de ahí fue escalando destinos: La Haya, Lisboa, Copenhague, y más tarde embajador plenipotenciario en Washington D.C., Viena y Múnich.
En todos estos lugares representó a España con distinción. Su elegancia en el trato, su dominio de idiomas y su vasta cultura le granjearon respeto y amistad entre personalidades extranjeras. En 1857, fue nombrado Ministro de Estado (equivalente actual al Ministro de Asuntos Exteriores), llegando a lo más alto de la diplomacia nacional.
El alma de un poeta y erudito
A pesar de su carrera política, nunca abandonó la pluma. Fue un hombre de letras en el más noble sentido: escribió teatro romántico, cultivó la poesía y realizó ediciones críticas que aún hoy siguen siendo referencia.
Entre sus obras más destacadas se encuentran las piezas teatrales Doña María Coronel y Cleopatra, así como sus Poesías líricas y dramáticas, que vieron la luz en 1900. Como filólogo y erudito, destacó por la edición de las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio (1889) y por su Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana del siglo XVIII (1893).
Su estilo, elegante y profundo, reflejaba un idealismo romántico pero también un afán didáctico. No escribía solo para emocionar, sino también para formar.
Primer cartagenero en la Real Academia Española
El gran hito que une su figura a la historia de Cartagena es su ingreso en la Real Academia Española en 1858, convirtiéndose en el primer cartagenero académico de número. Ocupó la silla J, y durante más de cuarenta años fue secretario, tesorero y gran impulsor de las labores académicas.
Su compromiso con la lengua y la cultura no se quedó ahí: también fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde pronunció conferencias memorables como El realismo y el idealismo en las artes (1885).
Honores y título nobiliario
Su labor fue reconocida por la reina Isabel II y, más tarde, por Alfonso XII, quien en 1877 le otorgó el título de Marqués de Valmar. También recibió importantes condecoraciones de España y del extranjero: la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Legión de Honor francesa, la Orden del Cristo de Portugal, la del Águila Roja de Prusia y la de Dannebrog de Dinamarca, entre otras.
Vida personal y humana
En París contrajo matrimonio con María del Amparo Fernández de Cáceres y González de Quintanilla, con quien tuvo una hija, Flavia, nacida en Ruan en 1838. A pesar de su ajetreada vida diplomática, siempre mantuvo contacto con su familia y con las raíces de su tierra natal.
Cartagena y su legado
Aunque gran parte de su vida transcurrió lejos de la ciudad portuaria que lo vio nacer, Cartagena siempre estuvo presente en su corazón. Su trayectoria fue una fuente de inspiración para futuras generaciones de intelectuales y artistas cartageneros.
Hoy, su figura apenas ocupa una línea en los manuales escolares, pero su nombre debería resonar con más fuerza en las calles, bibliotecas y centros culturales de la ciudad. Fue un pionero, un embajador de la palabra y un ejemplo de excelencia y dedicación.
El valor de recordar
En tiempos donde muchas veces se olvida a quienes nos han representado con dignidad, Leopoldo Augusto de Cueto, Marqués de Valmar, nos recuerda que la cultura, la diplomacia y la palabra tienen poder, y que Cartagena ha dado grandes nombres que merecen ser reconocidos y celebrados.
Si Cartagena quiere recuperar su protagonismo histórico, debe empezar por recuperar la memoria de sus hijos ilustres, y el Marqués de Valmar merece estar en un lugar de honor. Que su vida no quede solo en una nota a pie de página, sino como ejemplo de lo que esta tierra es capaz de aportar al mundo.