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En la cocina de la abuela, donde el reloj no marcaba las horas sino los aromas, se respiraba un aire distinto cuando llegaban los días de vigilia. Aquella estancia, con su cocina de hierro fundido y su mesa de madera desgastada por el uso y las anécdotas, se convertía en el templo donde nacían los manjares más esperados.
La abuela comenzaba temprano, con la claridad tímida del amanecer entrando por la ventana pequeña. Sobre la encimera ya descansaban los ingredientes: un manojo de perejil fresco, unos dientes de ajo, los huevos de la alacena y las migas de bacalao que había dejado desalando desde la tarde anterior. Todo tenía su sitio y su momento, porque en esa cocina, como en la vida, nada se hacía a lo loco.
—Hoy tocan buñuelos de bacalao, niños —anunciaba ella con una sonrisa pícara, sabiendo que aquello era casi mejor que decir “hoy hay tarta”.
Contaba siempre que los buñuelos eran un plato con historia, que allá por el siglo XIII, en tiempos de penurias y asedios, se salvó un pueblo entero con bacalao y harina. Y que lo que nació de la necesidad, se convirtió con el tiempo en un manjar de reyes y abuelas sabias.
Mientras hervía el bacalao, los nietos rondaban la cocina como gatos. La abuela lo colaba, lo desmigaba con paciencia y apartaba las espinas como quien deshoja recuerdos. Luego, en una cazuela ponía a hervir el agua con la mantequilla y, cuando el burbujeo era justo, echaba la harina con levadura, toda de golpe, y removía con fuerza. El olor a masa caliente empezaba a perfumar la estancia, y los niños sabían que lo bueno se acercaba.
Uno a uno, los huevos se incorporaban a la mezcla, con movimientos sabios y acompasados. Después, los ajos muy picaditos y el perejil, como lluvia verde, caían sobre la masa. Y por último, el bacalao desmigado se integraba como si siempre hubiera formado parte de aquella familia de ingredientes.
—Ahora a reposar, como los buenos recuerdos —decía mientras dejaba la masa en la fresquera y se limpiaba las manos en su delantal a cuadros.
Una hora después, el aceite danzaba en la sartén, y con dos cucharillas, la abuela iba dejando caer montoncitos dorados que se inflaban como si tuvieran vida propia. El chisporroteo llenaba la cocina, y los buñuelos, redondos y tentadores, saltaban del aceite al plato forrado de papel como si fueran monedas de oro.
Todos los esperaban. Con el primer bocado, el silencio llenaba la casa. La suavidad de la masa, el sabor profundo del bacalao, el toque del ajo y el abrazo del perejil… todo se fundía en una sola palabra: tradición.
Y mientras los nietos pedían repetir, la abuela, con su gesto de siempre, les decía:
—No hay que tener prisa, que los buñuelos, como la vida buena, se disfrutan de uno en uno.
Ingredientes para los buñuelos de bacalao:
- 400 g de bacalao desalado (en migas)
- Un manojo de perejil fresco
- 2 dientes de ajo
- 200 g de harina de trigo
- 3 huevos grandes
- 150 g de mantequilla
- 300 ml de agua
- 1 cucharadita de levadura química
- Aceite de oliva virgen extra
- Sal al gusto