
Descubre Cartagena. Una ciudad con mar
Hubo un tiempo en que Cartagena presumía de tener su propia cerveza local, una que los vecinos recuerdan con cariño y nostalgia: la cerveza El Azor. Nació a finales de los años 50, en una España diferente, cuando conseguir levantar una fábrica cervecera requería visión, empeño y también ciertos permisos oficiales. Corría el año 1958 cuando las puertas de la fábrica de El Azor se abrieron en la carretera del Hondón. Detrás de este logro estaban los hermanos Bernal, una familia de emprendedores murcianos de la pedanía de El Palmar, que soñaron con darle a la Región de Murcia una cerveza propia. No fue casualidad que eligieran Cartagena para alzar la fábrica: la ciudad acababa de asegurarse un suministro abundante de agua de excelente calidad gracias al río Taibilla, agua que aún no llegaba a la capital Murcia por aquel entonces. Ese detalle, junto con el empuje de las autoridades franquistas de la época que otorgaban los permisos de apertura, hizo que Cartagena —y no otra ciudad— fuera la cuna de El Azor.
Desde el principio El Azor estuvo arropada por una empresa cervecera mayor, la conocida El Águila, que por aquellos años expandía sus dominios por España. La estrategia de El Águila era curiosa y única: en cada región se asociaba con inversores locales para lanzar una marca de cerveza con nombre de ave rapaz. Así, mientras en Alicante existía “El Neblí” y en Extremadura “El Gavilán”, en Cartagena teníamos El Azor, nuestro halcón particular en forma de cerveza. Esta conexión con El Águila aportó recursos y conocimientos, pero la cerveza Azor mantuvo desde el primer día una personalidad muy cartagenera. La fábrica tardó unos tres años en construirse y, superando incluso desafíos como las posibles inundaciones de la zona, llegó a dar trabajo a unas 180 personas, incluyendo alrededor de 30 repartidores que se encargaban de que la bebida llegase a los bares y hogares de buena parte del sureste español. Porque sí, El Azor voló más allá de Cartagena: se consumía no solo en la ciudad portuaria, sino también en la Región de Murcia, en Almería, en parte de Alicante e incluso llegaba a Albacete, Granada y Valencia. Se dice que hasta en Melilla pudieron brindar con botellines de El Azor. Era, como rezaban sus eslóganes, “la cerveza del Sureste”, un motivo de orgullo regional servida en cada botella con la imagen inconfundible de un azor.
Los cartageneros pronto adoptaron esta cerveza como parte de su vida cotidiana. El Azor estaba en las reuniones familiares, en las terrazas frente al mar, en las celebraciones de amigos al atardecer. No era solo la novedad de tener una cerveza propia; es que realmente tenía buena calidad. La fábrica utilizaba lúpulo traído de Galicia y tal era el esmero en su elaboración que incluso El Azor logró ganar tres premios internacionales en concursos cerveceros en Alemania, algo que llenó de orgullo a los trabajadores y consumidores locales. La ciudad se engalanaba con el logotipo del ave: había rótulos luminosos de Cervezas El Azor colgados en las fachadas de bares y ultramarinos, posavasos, abridores, llaveros amarillos con el lema “la cerveza del sureste español” y calendarios con fotos de la fábrica adornando muchos negocios. Aún años después del cierre, algún viejo cartel con el halcón cervecero resistió, descolorido bajo el sol de Cartagena, como un recuerdo tenaz de aquella época dorada.
La empresa supo ganarse el corazón de la gente no solo a través del sabor, sino también con cercanía y detalles. En los primeros años, los dueños invitaron a numerosos hosteleros de la región a visitar la fábrica en Cartagena junto a sus familias. Imaginemos esos autobuses repletos de propietarios de bares y sus esposas e hijos, recorriendo las instalaciones industriales, maravillados al ver cómo se hacía la cerveza que luego servirían en sus locales. Aquel día terminó con una gran comida de hermandad donde se brindó, por supuesto, con El Azor, sellando un compromiso mutuo: la fábrica garantizaría un servicio rápido y directo, casi personalizado, para que nunca faltara El Azor en sus establecimientos. La marca se volcó en la promoción local con iniciativas pintorescas que aún se recuerdan. Por ejemplo, en 1961 durante el “Día sin accidentes de tráfico”, los camiones de El Azor desfilaron en caravana festiva repartiendo botellines gratis a los conductores sorprendidos, en una mezcla de celebración y publicidad ingeniosa. Y en más de una ocasión, aquellos camiones verdes con el azor dibujado en sus laterales recorrieron las calles principales a marcha lenta, haciendo sonar sus bocinas como anunciando a bombo y platillo que la cerveza de Cartagena llegaba para todos. Era un marketing cercano, casi entrañable, que hizo que la población sintiera El Azor como “su” cerveza en todos los sentidos.
Con el paso de los años, la pequeña gran cerveza de Cartagena pasó por cambios corporativos. A finales de los 60, la compañía El Águila, que ya era dueña de buena parte de la sociedad, integró la fábrica de Cartagena plenamente en su estructura. La cervecera local se convirtió oficialmente en la planta número 11 de El Águila en 1969. Aunque este cambio supuso que internamente la gestión se centralizara más, para los cartageneros de a pie poco cambió de inmediato: ellos seguían pidiendo “una Azor bien fresca” en la barra del bar, sin prestar atención a quién movía los hilos empresariales. Sin embargo, poco a poco la marca local fue perdiendo protagonismo en favor de las enseñas nacionales. A inicios de los años 70 empezó a asomar en las etiquetas el nombre “Águila Dorada”, la marca general de la empresa, sustituyendo al entrañable halcón cartagenero. Las botellas quizás ya no lucían el azor en grande, pero en muchos hogares y tabernas se siguió llamando de cariño “la Azor” a aquella cerveza rubia que sabía a su tierra. Las viejas cajas de madera con el logotipo de El Azor continuaron usándose un buen tiempo, como recordando, tozudas, de dónde venían.
Finalmente, llegó el trago más amargo de esta historia. En 1985, tras casi tres décadas de actividad, la fábrica de El Azor bajó el telón. La multinacional holandesa Heineken había adquirido el grupo El Águila y tomó la decisión de clausurar la planta de Cartagena. Eran tiempos de concentración industrial y, a ojos de la nueva dirección, una fábrica mediana en Cartagena quizá no encajaba en sus planes de producción centralizada. Aquella decisión, fría desde el punto de vista empresarial, supuso un golpe al corazón de muchos cartageneros. De la noche a la mañana, la Región de Murcia se quedaba sin su mejor cerveza. Los motivos oficiales hablaron de eficiencia económica, de modernización y de enfocar la producción en fábricas más grandes, pero en la ciudad portuaria solo se hablaba de la pena que dio ver apagarse las chimeneas de “la cervecera”. Muchos empleados locales perdieron su trabajo o fueron recolocados, y los consumidores tuvieron que acostumbrarse a pedir otras marcas, sabiendo que ya no habría más “Azor” saliendo de los grifos.
Hoy en día, a pesar de los años transcurridos, El Azor sigue muy viva en la memoria colectiva de Cartagena. En 2022 se organizó una exposición con viejos botellines, fotografías, carteles y hasta planos de la fábrica, que atrajo a numerosos nostálgicos deseosos de revivir aquellos tiempos. Los más veteranos cuentan a sus hijos y nietos anécdotas de cuando tomaban una Azor bien fría en verano o de cómo la cerveza se convirtió en “una más de la familia” en tantas casas del sureste. Ese cariño popular no se extingue: basta con mencionar El Azor en una tertulia para que a más de uno se le escape una sonrisa evocando su juventud.
¿Sería posible recuperar hoy la legendaria marca El Azor? Muchos entusiastas se lo han preguntado. El amor está, las ganas también, pero la realidad es que la marca original permanece registrada bajo la compañía que la absorbió en su día. En otras palabras, el nombre “El Azor” sigue teniendo dueño en los papeles, probablemente en manos del gran grupo cervecero heredero de El Águila. Hasta ahora, ninguno de los gigantes cerveceros ha optado por relanzarla al mercado, a diferencia de lo que ocurrió con otras marcas históricas como El Águila (que irónicamente ha vuelto a aparecer en estanterías en años recientes). Esto significa que cualquier intento de resurrección tendría que salvar obstáculos legales o negociar con los propietarios actuales de la marca. Aun así, en teoría nada impide que algún día, con permiso mediante o a través de una iniciativa nostálgica, volvamos a ver una botella etiquetada como El Azor. Quién sabe si alguna cervecera artesanal local se anima a rendir homenaje al viejo halcón de Cartagena, aunque fuera con otro nombre inspirado en él, para alegría de los vecinos más románticos.
Lo cierto es que, registrada oficialmente o no, El Azor pertenece a la gente de Cartagena en un sentido emocional y cultural. Es recordar una época de prosperidad industrial de la ciudad, de mediodías de mar y cañas, de familia y amigos brindando con orgullo local. Son muchos los cartageneros que hablan de esta cerveza con un brillo especial en los ojos, como si rememoraran a un antiguo amigo. Y es que El Azor no era solo una cerveza; fue un símbolo entrañable de la identidad cartagenera. Aunque la fábrica cerró hace ya décadas, el sabor sentimental de El Azor perdura. En cada anécdota contada, en cada objeto antiguo conservado y en cada deseo de volver a probarla, late el recuerdo vivo de aquella cerveza que nació del agua buena del Taibilla y del sueño de una ciudad por tener algo propio que compartir y saborear. Y mientras exista ese recuerdo colectivo, de algún modo El Azor seguirá volando en el corazón de Cartagena, invencible al paso del tiempo.