viernes, octubre 10, 2025

Crónicas de un Pueblo – El Combate Naval de Portmán (11–13 de octubre de 1873)

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Tres días en que Cartagena desafió al mar y al poder.

En aquel otoño ardiente de 1873, mientras la Península se desgarraba entre repúblicas federales, guerras carlistas y pronunciamientos, Cartagena mantenía su pulso como último bastión cantonal. El mar, como tantas veces en la historia trimilenaria, se convirtió en campo de batalla.

El contexto.

La escuadra cantonal llevaba meses bloqueada. El almirante Miguel Lobo y Malagamba, al mando de la escuadra del Gobierno, había situado sus buques para impedir que la ciudad recibiera suministros. Pero Cartagena no era ciudad de rendirse: tenía en su arsenal las joyas de hierro de la Armada, tomadas en julio al alzarse el Cantón.

La Numancia, primer blindado que dio la vuelta al mundo; la Tetuán, fragata de línea de poderosa artillería; y la Méndez Núñez, de probado valor, eran el orgullo naval cantonal. A ellas se sumaban vapores como el Fernando el Católico o el Vigilante.

11 de octubre: el choque frontal.

Ese día, la escuadra cantonal salió en formación romboidal, intentando mantener el grupo unido. Sin embargo, la Numancia, más veloz, se adelantó demasiado. La Vitoria, nave insignia del almirante Lobo, aprovechó para cerrar el paso y atraer sobre sí el combate.

El fuego fue intenso: cañonazos, humo espeso y la mar erizada de astillas. La Ciudad de Cádiz y el Colón se vieron acosados. La Méndez Núñez, rezagada y en apuros, se libró casi de milagro de ser destruida gracias a la inesperada intervención de la fragata francesa Semiramis, alcanzada por un proyectil errante. Este incidente diplomático tensó aún más la situación internacional del Cantón.

Cuando la pólvora comenzó a escasear, las naves cantonales regresaron a puerto. No había hundimientos, pero el bloqueo se mantenía.

12 de octubre: el pulso contenido.

La jornada del 12 fue de reparación y espera. El contralmirante Lobo trató de reorganizar el bloqueo, consciente de que el choque no había debilitado lo suficiente a los cantonales. El carbón, la munición y la moral eran cada vez más escasos entre sus marinos.

En Cartagena, mientras tanto, la población seguía atenta desde las murallas, conscientes de que el mar era el escenario donde se jugaba la libertad de la ciudad.

13 de octubre: la victoria moral.

Ese día, las fragatas cantonales salieron de nuevo. Esta vez, la Numancia mantuvo el ritmo del grupo, la Tetuán sostuvo firme su línea y la Méndez Núñez acompañó con brío. El almirante Lobo, viendo la solidez enemiga y la precariedad de sus propios recursos, optó por la retirada hacia Gibraltar.

No había sido un triunfo naval clásico, con buques hundidos y trofeos de guerra. Pero fue una victoria moral inmensa: el Cantón había obligado a la escuadra gubernamental a abandonar la zona, rompiendo el bloqueo durante unos días. La consecuencia inmediata fue el cese de Lobo, destituido por su fracaso.

El eco histórico.

El Combate de Portmán quedó como uno de los episodios más épicos de la Sublevación Cantonal. Tres días de lucha, en los que Cartagena, sitiada por tierra y mar, se permitió desafiar al Gobierno con sus colosos de hierro.

Más allá de la derrota final en enero de 1874, el recuerdo de Portmán es símbolo del orgullo cartagenero, de su temple marinero y de esa capacidad inquebrantable de resistir, aunque el mundo entero se ponga enfrente.

Poema épico a la Batalla de Portmán.

“Canto del hierro y la espuma”

En Portmán rugió la historia,

tronó el cañón sobre el mar,

Cartagena quiso hablar

con pólvora y con memoria.

 

Tres días guardó la gloria

el hierro de Numancia fiera,

la Tetuán que nunca espera

y la Méndez, alma pura,

¡tres días fue la armadura

de una patria verdadera!

 

Retumbó la Vitoria altiva,

sangró el aire con metralla,

cada ola fue batalla,

cada ráfaga, explosiva.

Mas la voz siempre cautiva

de Cartagena encendida,

no cedió, no dio salida,

y aunque al fin volvió al abrigo,

supo alzarse frente al enemigo

con la pólvora de su vida.

 

Llegó el trece y con el día

la escuadra volvió a salir,

firme el paso, al resistir,

toda el alma contenía.

Y Lobo ya presentía

que el carbón era cadena,

y en retirada serena

buscó puerto en Gibraltar,

mientras pudo Cartagena

gritar al mundo: ¡Luchar!

 

¡Oh Portmán, cala bendita,

testigo del desafío,

guardaste el eco bravío

de la pólvora infinita!

La epopeya se recita,

con décimas de madera,

con trovos de voz sincera,

y en la mar queda grabado:

Cartagena no ha callado,

Cartagena siempre espera.

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