En la Cartagena de los albores del siglo XX, cuando el hierro y la pólvora marcaban el pulso de una ciudad que era puerto, industria y esperanza, surgió un hombre de palabra firme y espíritu europeísta que dejó huella en la historia local: Joaquín Payá López, el director del Banco de Cartagena, político liberal y benefactor de causas nobles.
Su nombre se asocia al progreso, a la oratoria refinada y al impulso financiero que, por unos años, convirtió a Cartagena en el corazón bancario del sureste español.
De Bilbao a la Trimilenaria.
Nacido en Bilbao en 1872, hijo de un funcionario alicantino de correos, Joaquín Payá se formó en Derecho, Filosofía y Letras, alcanzando doctorados en La Sorbona y Bolonia, lo que le dio una visión cosmopolita que pocos poseían en su tiempo.
Tras ejercer como diplomático en Shanghái, regresó a España en los albores del nuevo siglo y fijó su destino en Cartagena, donde la pujanza industrial y el ambiente modernista lo sedujeron.
En 1902 fue nombrado director general del Banco de Cartagena, institución que, bajo su mando, se expandió como nunca antes.
Desde la Plaza de San Francisco, donde residía con su esposa Mercedes Navarro Sánchez —murciana de Espinardo— y sus cinco hijos, entre ellos el joven Joaquín Payá Navarro, primer piloto civil de España, Payá trazó la red que conectó la economía cartagenera con el resto de la península.
Décima
De un norte vino a la orilla
del mar que forja destinos,
donde el hierro y los caminos
se cruzan en maravilla.
De verbo y mente sencilla,
fundó el crédito y el trato,
dio impulso, prestó el contrato
y fe al minero y al puerto;
Cartagena fue su acierto,
su amor, su fe y su relato.
El Banco de Cartagena: la expansión del sureste.
Durante sus años de dirección, el Banco de Cartagena multiplicó su presencia con sucursales en Murcia, Lorca, La Unión, Mazarrón, Águilas, Cieza, Yecla, Alicante y Sevilla.
Payá era un gestor riguroso, pero también un visionario. Creía en el crédito como motor del desarrollo, en el ahorro del pueblo como semilla de progreso.
Las cuentas y balances de la época muestran una entidad sólida, con dividendos constantes y operaciones audaces que respaldaron la minería, la agricultura y la exportación marítima.
No era un banquero encerrado entre papeles; era un hombre de ciudad. Su despacho se abría tanto a industriales como a trabajadores, sabiendo que el desarrollo solo se consolidaba con equilibrio social.
Cartagena le debía a su banco gran parte de la estabilidad económica que disfrutó entre 1900 y 1920.
Quintilla
En la plaza resonaba,
de los bancos el bullicio,
y Payá siempre mostraba
el don del justo oficio,
del crédito y del servicio.
El naufragio del Sirio: el hombre ante la tragedia.
El 4 de agosto de 1906, el vapor italiano Sirio naufragó frente a Cabo de Palos.
Joaquín Payá, que veraneaba en la costa, fue de los primeros en acudir al rescate.
Con medios improvisados, ayudó en la evacuación de náufragos, ofreció refugio y recursos, y movilizó contactos en Cartagena para atender a los heridos y dar sepultura a las víctimas.
Por su actuación solidaria fue condecorado con la Cruz del Mérito Naval, distinción reservada a los hombres que, sin uniforme, mostraron más valor que muchos soldados.
Su nombre quedó asociado a aquella jornada trágica, que fue también una lección de humanidad y civismo.
Décima
El Sirio llora en la arena,
los cuerpos del mar dolidos,
y el hombre, con alma plena,
socorre a los malheridos.
Entre llantos y sonidos
del faro, su fe se encierra;
ni el miedo ni la guerra
frenaron su corazón:
fue Payá la compasión
que abrazó toda la tierra.
Los payaínos: la política como tribuna y compromiso.
El liderazgo natural de Joaquín Payá lo llevó a encabezar el Partido Liberal en Cartagena.
Sus seguidores, conocidos como “los payaínos”, formaron un grupo político vigoroso, de disciplina y presencia pública.
Participaban en mítines, actos culturales y campañas, organizados con precisión casi militar.
En la Restauración, el caciquismo era práctica común, pero Payá la transformó en red cívica, canalizando ayudas, empleo y apoyo social a cambio de fidelidad política.
Sus adversarios lo criticaban; sus simpatizantes lo veneraban.
Cartagena, dividida entre facciones, encontró en él a un hombre de palabra, diplomático y carismático.
Quintilla
Entre azules liberales
y rivales conservadores,
sus mítines y tambores
eran fieles tribunales
de oradores y soñadores.
El hombre social, el mecenas y el benefactor.
A su paso por Cartagena no faltaron gestos de mecenazgo:
Apoyó iniciativas culturales y literarias, vinculadas al modernismo local.
Participó en instituciones benéficas y sociales, ayudando a viudas y estudiantes sin recursos.
Financió actividades culturales y recreativas, como tertulias, certámenes poéticos y veladas artísticas.
En sus fincas de Cieza y Calasparra, impulsó mejoras agrícolas y forestales, generando empleo y desarrollo rural.
También fue coleccionista y amante de las artes. Décadas después, sería nombrado vocal del Patronato del Museo del Prado, reconocimiento a su trayectoria y sensibilidad cultural.
Décima
De la banca a la pintura,
del crédito a la palabra,
su acción siempre se calibraba
por nobleza y por altura.
Fue la suya una hermosura
de verbo y manos abiertas,
su casa y su fe, desiertas
de rencor, llenas de abrigo;
Cartagena tuvo amigo
en sus obras más despiertas.
El ocaso del banquero y el legado del ciudadano.
En 1924, el Banco de Cartagena fue absorbido por el Banco Internacional de Industria y Comercio, y la sede trasladada a Madrid.
Aun así, Payá siguió vinculado a los negocios, a la cultura y a la política nacional.
Fue senador, subsecretario de Hacienda y figura respetada en la vida pública española hasta su muerte en 1958.
En Cartagena aún resuena su nombre con el eco de una época en que la palabra “progreso” tenía acento de justicia social.
No fue santo ni perfecto, pero sí un hombre que supo usar su influencia con responsabilidad y humanidad.
A su modo, fue un modernista de la acción: un alma práctica al servicio de una ciudad que soñaba con ser grande.
Quintilla final
De Payá queda el ejemplo,
del verbo, la cortesía,
y en la historia, el noble templo
de su honrada valentía
y su amor a Cartagena.