Un cartagenero universal olvidado por su propia tierra.
Cartagena, a lo largo de su historia, ha dado al mundo marinos, científicos, artistas, políticos, ingenieros y literatos de primer orden. Sin embargo, demasiados nombres han quedado sepultados por el polvo del olvido, en parte por la desidia de unas instituciones que poco han hecho por conservar y difundir la memoria de sus hijos ilustres. Uno de esos nombres, que debería figurar con letras de oro en la historia de la ciudad, es el de Leopoldo Augusto de Cueto y López de Ortega (1815-1901), diplomático, político, académico, escritor y crítico literario, primer cartagenero que se sentó en un sillón de la Real Academia Española.
Un cartagenero nacido para las letras y la diplomacia.
Leopoldo Augusto de Cueto nació en Cartagena el 16 de julio de 1815, en el seno de una familia distinguida. Su padre, militar de prestigio, le abrió las puertas de una educación sólida y rigurosa. Estudió Filosofía en el Seminario de San Fulgencio en Murcia y posteriormente Derecho en la Universidad de Sevilla, donde se doctoró en Jurisprudencia. Allí fue discípulo de dos figuras colosales de la literatura española: Juan Nicasio Gallego y Alberto Lista, maestros que marcarían su vocación humanista y literaria.
Desde muy joven mostró interés por la política y la diplomacia, y en 1835 ingresó en la carrera diplomática, iniciando un periplo que lo llevaría a capitales como París, La Haya, Lisboa, Copenhague, Viena, Múnich y Washington, donde ejerció como ministro plenipotenciario durante los turbulentos años en los que la cuestión cubana tensaba las relaciones con Estados Unidos.
Su labor conciliadora en la capital norteamericana fue tan apreciada que Isabel II le otorgó la Gran Cruz de Isabel la Católica, y años más tarde, Alfonso XII le concedió el marquesado de Valmar (1877) como reconocimiento a una vida de servicios a la monarquía y a la nación.
Político y consejero de Estado.
Además de diplomático, Cueto fue hombre de Estado. Ocupó brevemente la cartera de ministro de Estado en 1857, fue consejero de Estado desde 1863 y senador vitalicio a partir de 1864. Estas responsabilidades lo situaron en la primera línea de la política española en un siglo convulso, marcado por pronunciamientos, guerras civiles y cambios de dinastía.
Académico y crítico literario.
Pero si en algo brilló con luz propia fue en su faceta cultural. Ingresó en la Real Academia Española en 1858, ocupando la silla “J”, y desempeñó el cargo de tesorero de la institución durante más de cuarenta años. También fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, desde donde pronunció en 1872 su memorable discurso “El realismo y el idealismo en las artes”.
Su obra literaria abarca desde el teatro histórico (Doña María Coronel o No hay fuerza contra el honor, 1844) hasta la tragedia (Cleopatra, 1845), pero lo que realmente lo consagró fueron sus estudios filológicos y críticos:
Estudio sobre el Cancionero de Baena.
Edición y comentario de las Cantigas de Santa María de Alfonso X (1889).
Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana del siglo XVIII (1893).
Estos trabajos lo situaron entre los grandes críticos y eruditos de su tiempo, junto a nombres como Menéndez Pelayo. Su estilo, elegante y sobrio, reflejaba siempre un profundo respeto por la tradición y una visión integradora de la literatura como pilar de identidad nacional.
Honores internacionales.
El Marqués de Valmar recibió numerosas condecoraciones extranjeras: la Orden de Cristo de Portugal, la Orden de San Mauricio y San Lázaro de Italia, la Orden de San Estanislao de Rusia, la Orden del Águila Roja de Prusia, la Orden del Dannebrog de Dinamarca y fue comendador de la Legión de Honor de Francia. Estos reconocimientos hablan del prestigio que alcanzó fuera de España, donde era visto como un embajador ejemplar de la cultura y la diplomacia españolas.
Su huella en Cartagena.
En 1896, cuando aún vivía, el Ayuntamiento de Cartagena dio a una de sus calles el nombre de Marqués de Valmar, gesto que hoy ha quedado reducido a una simple placa que pocos recuerdan. Y sin embargo, estamos ante el primer cartagenero académico de la RAE, un hombre que representó a su patria en medio mundo y que legó a la literatura española obras de referencia.
Es lamentable que Cartagena, que tanto presume de pasado, olvide a figuras como Cueto. Ni un busto, ni una placa conmemorativa en el lugar de su nacimiento, ni un acto de homenaje en el aniversario de su fallecimiento. Apenas una calle. Una muestra más de la memoria frágil de una ciudad que no acaba de reconciliarse con su historia.
Fallecimiento y legado.
Leopoldo Augusto de Cueto falleció en Madrid el 20 de enero de 1901. Fue enterrado como lo que era: un hombre de Estado y de letras. Su hija Flavia heredó el título de marquesa de Valmar, pero el verdadero legado de Cueto está en sus obras críticas, en su labor como académico y en su ejemplo de cartagenero que supo proyectar su talento en el mundo entero.
Una deuda de memoria.
Hoy, más de un siglo después de su muerte, es justo y necesario reclamar su lugar en la memoria colectiva de Cartagena. El Marqués de Valmar no solo fue un diplomático brillante o un crítico erudito: fue la prueba de que desde esta tierra se pueden alcanzar las más altas cumbres de la cultura y la política españolas.
Rescatar su figura, divulgar su vida y rendirle homenaje no es un capricho, es un deber de justicia histórica. Cartagena necesita reconciliarse con sus hijos ilustres y dejar de enterrar su memoria bajo el abandono y la indiferencia. Que el nombre de Leopoldo Augusto de Cueto no sea una mera calle, sino un referente de orgullo para las generaciones presentes y futuras.
Poema.
A Leopoldo Augusto de Cueto, Marqués de Valmar
Naciste en Cartagena, puerto de historia,
con verbo y con juicio forjaste tu gloria,
fuiste en la palabra noble centinela,
honor de tu tierra, pluma y aquilea.
Tu voz en el mundo supo ser baluarte,
diplomático sabio, maestro en el arte,
la lengua castellana te dio su tesoro,
y aún guardan tus letras un brillo de oro.
De Washington a Viena tu huella dejaste,
y en la Academia un sillón conquistaste,
tesorero incansable, firme en tu labor,
cultivando la crítica con celo y ardor.
Hoy Cartagena calla, ciudad desmemoria,
no alza tu estampa, ni cuenta tu historia,
apenas una calle recuerda tu andar,
¡oh marqués olvidado, Cueto de Valmar!
Que el pueblo despierte, que honre a su hijo,
al sabio que dio dignidad y prestigio,
y que tu recuerdo, cual faro en la mar,
nos guíe a la gloria que supo alumbrar.