I. Introducción: La piel de piedra de una ciudad amurallada
Desde sus inicios, Cartagena ha vivido a la sombra de murallas. Fue así con los púnicos, los romanos, los bizantinos, los árabes y, siglos después, con los monarcas ilustrados de la España borbónica. Pero ninguna dejó una huella tan profunda, sólida y simbólica como la Muralla de Carlos III, el último y más ambicioso cinturón defensivo de la ciudad.
Esta muralla no fue sólo una barrera física. Fue frontera entre la guerra y la paz, entre el bullicio urbano y el viento salado del Mediterráneo. Fue, también, un escenario donde el mar jugó el papel de eterno actor secundario, batiendo con insistencia contra sus sillares, reclamando lo que fue suyo.
II. Génesis de una muralla ilustrada
En 1766, en plena época de reformas ilustradas, Carlos III —el llamado “mejor alcalde de Madrid” y el rey pragmático por excelencia— ordena la construcción de una nueva muralla que diera seguridad a la capital del Departamento Marítimo del Mediterráneo: Cartagena.
Los encargados del proyecto fueron Mateo Vodopich y Sebastián Feringán, dos ingenieros militares de renombre que diseñaron un recinto fortificado moderno, racional, adaptado al terreno, siguiendo el modelo de la fortificación abaluartada.
Las obras comenzaron oficialmente el 3 de junio de 1771 y se extendieron hasta diciembre de 1792. Se trataba de una estructura imponente de más de cinco kilómetros de longitud, que abrazaba todo el casco urbano con sus bastiones, cortinas, fosos y puertas monumentales.
III. La Muralla del Mar: el abrazo de piedra al Mediterráneo
El tramo más simbólico y representativo fue, sin duda, la Muralla del Mar. Su robusta línea de sillares se enfrentaba directamente al oleaje, a las tormentas, a los navíos enemigos… y al tiempo.
Una muralla que hablaba con el mar
Allí, el mar lamía la piedra, golpeaba con furia en los días de levante y se acurrucaba en calma los días de bonanza. Los cañones apuntaban hacia el horizonte, vigilando el puerto, protegiendo el Arsenal, prestos a disuadir ataques ingleses o franceses.
Sí, el mar batía en la muralla,
con fuerza, espuma y bramido,
como quien besa a su amada
o quiere romper el nido.
Y entre cañones y almenas,
se alzaba firme el sonido
del mar que canta sus penas
contra el muro erguido.
Hoy, los muelles modernos han desplazado al mar de ese abrazo directo, pero la muralla sigue ahí. Y si te acercas en silencio… todavía se escucha al mar hablar con la piedra.
IV. Tres puertas hacia la ciudad amurallada
La Muralla de Carlos III se estructuraba en torno a tres grandes puertas monumentales, cada una orientada a un eje vital de la ciudad:
- Puerta de Madrid: orientada hacia el interior peninsular, situada al final de la actual calle del Carmen.
- Puerta de San José: en la calle San Diego, conectaba con el norte y la zona del ensanche.
- Puerta de Santa Catalina o del Muelle: daba acceso al puerto, a la ciudad naval y al comercio marítimo.
Estas puertas eran símbolos del poder real, flanqueadas por escudos borbónicos y decoraciones neoclásicas. Algunas se desmontaron, otras fueron demolidas sin piedad… y Cartagena perdió parte de su alma de piedra.
V. De baluarte a escombro: declive y demolición
Con la llegada del siglo XIX y el desarrollo de la artillería moderna, las murallas se volvieron obsoletas. Ya no eran garantes de seguridad, sino obstáculos urbanísticos para una ciudad que crecía.
En 1902, una real orden autoriza su demolición para facilitar el ensanche. El entonces alcalde Ángel Bruna inicia el proceso. Poco a poco, la muralla fue cayendo, devorada por la piqueta, sepultada bajo nuevas calles, plazas, edificios… aunque la Muralla del Mar y otros tramos sobrevivieron gracias a su vinculación militar.
VI. Restauraciones, errores y juicios
A finales del siglo XX y principios del XXI, Cartagena intenta recuperar su patrimonio perdido. Se restauran algunos lienzos de la muralla, especialmente en el Hospital de Marina (hoy sede de la UPCT), siguiendo criterios de autenticidad.
Pero no todo fue acierto. En la Muralla del Mar, un proyecto contemporáneo de coronamiento con hormigón rojo desató la polémica. Fue denunciado, anulado judicialmente y declarado ilegal por el Tribunal Supremo. Aun hoy, la cicatriz sigue allí, como recordatorio de que la historia no se puede modernizar a martillazos.
VII. El legado de piedra que aún resiste
Hoy, aún podemos caminar por tramos de la muralla. La Muralla del Mar sigue en pie, digna, recia, junto al Arsenal. Hay partes visibles cerca del Parque de Artillería, del Campus Muralla del Mar, del Paseo de Alfonso XII…
Pero más allá de sus piedras, lo que queda es la memoria de un tiempo en que Cartagena fue fortaleza, puerto, bastión, faro del Mediterráneo. Y sobre todo, queda ese vínculo poético y profundo entre la muralla y el mar, como si ambos se hubieran prometido no olvidarse nunca.
VIII. Epílogo en verso:
“Cuando el mar besaba la piedra”
Cuando el mar besaba la piedra,
y en su espuma le cantaba,
la muralla se erguía entera,
como reina que esperaba.Era escudo, era frontera,
fortaleza consagrada,
y aunque el tiempo, con su espera,
fue dejando la jornada,sigue viva, aunque partida,
su silueta enamorada,
del rumor de aquella vida
que en el muelle se abrazaba.Y si escuchas en la brisa
cuando cruces la calzada,
oirás al mar que se avisa
con la piedra… aún enamorada.