martes, octubre 14, 2025

Crónicas de un Pueblo. – María Dolores Bas Bonald: la voz libre del Ateneo Cartagenero.

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En los albores del siglo XX, cuando Cartagena aún olía a hierro, carbón y salitre, surgió una mujer que, como una chispa en la penumbra, quiso encender su tiempo.

Su nombre era María Dolores Bas Bonald, aunque todos la conocían como Lolita Bas, y su vida, breve como una llamarada, dejó en la ciudad un perfume de inteligencia, ternura y coraje.

Nació en 1905, en la calle Cuatro Santos, corazón del casco histórico. Murió muy joven, en 1930, con solo veinticinco años. Pero en ese cuarto de siglo hizo más por la cultura, la educación y el alma femenina que muchos en toda una vida.

A pocos pasos del saber.

Desde la ventana de su casa, Lolita podía ver el ir y venir de la gente hacia el Ateneo, situado a apenas unos pasos.

Era el centro del pensamiento cartagenero: allí se debatía sobre literatura, ciencia, política y arte.

Y allí, entre el humo de los cigarrillos y las palabras solemnes de los doctos varones, una joven mujer se atrevió a tomar la palabra.

Habló de educación, de igualdad, de la dignidad del trabajo femenino.

Sus conferencias en el Ateneo fueron un soplo de aire fresco: su voz pausada, su verbo claro y su mirada serena hicieron que muchos cambiaran su percepción sobre el papel de la mujer.

“La mujer no ha de pedir permiso para pensar —decía—, sino ocasión para demostrarlo.”

Desde su casa en Cuatro Santos al Ateneo apenas había unos metros,

pero en lo simbólico, el trayecto era un salto de siglos:

de la reclusión doméstica al pensamiento público,

del silencio impuesto a la palabra encendida.

Décima El Ateneo y su voz

De Cuatro Santos salía,

con paso firme y sereno,

y en el salón del Ateneo

su pensamiento lucía.

Nadie igual la valentía

de su verbo transparente,

que alzaba noble y valiente

por la mujer y el saber,

buscando en todo aprender

a ser libre y consecuente.

 

Maestra, enfermera y pionera del volante.

Lolita fue maestra de primera enseñanza, dama enfermera de la Cruz Roja y escritora.

Pero además tuvo un gesto que la historia no debería olvidar: fue una de las primeras mujeres de la Región de Murcia en sacarse el carnet de conducir.

En los años veinte, lograr aquel permiso no era tarea fácil.

Había que presentarse ante el Gobernador Civil, aportar certificados médicos y de buena conducta, pagar tasas, y, en el caso de las mujeres, presentar una autorización paterna o marital.

Conducir un automóvil era entonces un acto de independencia, casi un desafío social.

Por eso, cuando se vio al volante de su coche, Cartagena entera giró la cabeza: no solo manejaba un vehículo, conducía su destino.

Quintilla La pionera del volante

En tiempos de voz callada,

pidió permiso al destino,

y en su ruta iluminada

el volante fue camino

de su libertad soñada.

 

Las letras de su alma.

En 1923 publicó su libro “Leyendas”, una recopilación de relatos que mezclan la tradición oral con un lenguaje poético y moderno.

Sus cuentos huelen a plaza, a calle empedrada, a superstición de barrio, pero también a sensibilidad femenina y cultura popular.

En ellos, Lolita retrata una Cartagena íntima, misteriosa y profundamente humana.

Su pluma era espejo de su mente: elegante, culta, inquieta.

Y aunque no dejó una obra extensa, dejó una huella visible en el alma de su tiempo.

Décima a la escritora

Dejó escritos sus amores,

su fe, su sueño y su anhelo,

tendiendo en la tierra un verbo

dorado con sus valores.

Sembró leyendas y flores

que aún brotan en su memoria,

porque su breve trayectoria

fue como un faro encendido,

que aun muerto sigue erguido

guardando luz y victoria.

 

La despedida y el legado.

Murió en su casa de Cuatro Santos en 1930.

Las crónicas hablan de una grave enfermedad que apagó su vida, pero no su recuerdo.

El Ateneo, su casa espiritual, guardó silencio por ella.

Aquel salón que tantas veces escuchó su voz fue testigo de un homenaje sencillo, íntimo, sentido.

Décadas después, Cartagena la rescata del olvido.

Un mural de Clara Ledo en el proyecto Huellas de Mujer devuelve su rostro al barrio que la vio vivir y morir.

Y una plaza con su nombre en San Ginés perpetúa su memoria entre e ruido moderno del tráfico que ella tanto habría disfrutado recorrer.

 

Quintillas a su memoria.

Hoy su voz vuelve a sonar,

con fuerza y con sentimiento,

su ejemplo viene a enseñar

que el saber es movimiento

y el alma no debe parar.

 

Del Ateneo a su calle,

del aula al limpio motor,

su vida fue un bello valle

donde floreció el valor

que hoy Cartagena no acalle.

 

Epílogo: una mujer adelantada a su tiempo.

María Dolores Bas Bonald fue maestra, escritora, feminista y pionera, pero sobre todo fue una cartagenera valiente, una mujer que condujo su vida con firmeza, sin pedir permiso, sin renunciar a soñar.

Su historia nos recuerda que las grandes revoluciones nacen a veces en pequeñas calles, como la Cuatro Santos, donde una mujer cruzaba cada mañana hacia el Ateneo, y con cada palabra que pronunciaba, acercaba el futuro un poco más.

 

Décima final

En su nombre va el latido,

del saber y la ternura,

que en la historia deja hondura

del valor esclarecido.

Fue maestra, fue sentido,

fue Ateneo y fue canción,

fue volante y fue razón,

fue palabra que no cesa,

fue Cartagena y promesa,

fue cultura y corazón.

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