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Crónicas de un Pueblo. – Los Aznar en Cartagena: Ingenieros del Poder y del Recuerdo.

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Hay familias que se instalan en una ciudad como quien se adentra en un puerto seguro. Otras, en cambio, parecen desplegar un mapa secreto en el que cada enlace, cada inversión, cada gesto social, encaja con la precisión de una maquinaria invisible. Tal es el caso de los Aznar, llegados desde Totana, que a finales del XIX y comienzos del XX encontraron en Cartagena el escenario perfecto para ensanchar sus dominios y multiplicar su memoria.

El patriarca y su salto a Cartagena.

El hilo lo toma Justo Aznar y Butigieg (1849–1915), hombre de toga y de armas, de verbo parlamentario y ambiciones bien medidas. Diputado por Cartagena en 1891 y senador por Murcia en varias legislaturas, llevó en su pecho la Gran Cruz de Isabel la Católica y la del Mérito Naval. No fue sólo político: fue también estratega familiar, capaz de vislumbrar que el verdadero poder se construía tanto en el Congreso como en los salones de baile del Casino.

Con su matrimonio con Florentina Pedreño Deu, heredera de los capitales mineros de la saga Pedreño, colocó la primera piedra de un edificio que no se medía en metros cúbicos, sino en apellidos encadenados.

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Quintilla I

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En Cartagena afianzaron

sus huertos y su bandera,

con alianzas sembraron

riqueza que siempre espera

que sus ramas se enlazaron.

 

Los enlaces: arquitectura de un linaje.

No dejaron nada al azar. Los hijos de Justo se casaron con la precisión de un tablero de ajedrez:

Guadalupe Aznar Pedreño unió su destino al del doctor Alberto Gray Peinado, voz de prestigio en la medicina cartagenera.

Florentina Aznar Pedreño se desposó en 1917 con José Maestre Zapata, hijo del ministro José Maestre Pérez. De este enlace nacería Tomás Maestre Aznar, futuro señor de La Manga.

Cada boda era un ladrillo invisible que levantaba un palacio social. Cada apellido que se añadía a la casa Aznar era un timbre de gloria en las tertulias del Ateneo, en los corrillos del Casino, en los anuncios de prensa.

Décima I

De Totana vino el paso,

Cartagena fue su suerte,

Justo Aznar buscó la puerta

de un linaje firme abrazo.

Con Pedreño halló el lazo,

con Maestre la corona,

y Gray la herencia entona.

Casas, calles, cementerio,

todo escrito en su misterio

de fortuna que no abona.

 

El Carmen: calle y escaparate.

La calle del Carmen, columna vertebral del ensanche, fue espejo de esta ascensión. Allí figuraron propiedades de Justo Aznar, y allí Víctor Beltrí, arquitecto mayor del modernismo, levantó y reformó fachadas que aún hoy guardan la huella de aquella burguesía que jugaba a competir en altura, en hierro forjado y en vitrales.

No se trataba sólo de vivir en una buena casa: se trataba de estar en la calle exacta, en el número correcto, en el balcón más visible, porque las piedras también hablan de poder.

Quintilla II

El Carmen guarda en su esquina

la memoria de aquel día,

cuando Aznar dejó su firma

en balcones de alegría

y en la urdimbre que destina.

 

Política, muerte y memoria.

El hombre que había hilado esta tela de araña murió en Cartagena en 1915. Sus restos reposan en el cementerio de los Remedios, en Santa Lucía. Allí los panteones familiares

cuentan historias sin palabras: arcos, cruces, mármoles que murmuran la misma sentencia —el poder también necesita reposar bajo tierra.

La ciudad perdió a un senador, a un abogado, a un hombre de Estado; la familia ganó la certeza de que su apellido ya era inseparable de la urbe.

Décima II

Allí duerme su memoria,

bajo cipreses callados,

los recuerdos enterrados

de su vida y su victoria.

El mármol guarda la historia,

el viento sus decisiones,

las bodas y sus razones,

los pactos que dio su mano,

y el eco cartagenero

le escribe eternos renglones.

 

Herederos y proyección en La Manga.

El tiempo se encargó de confirmar la estrategia. Cuando Tomás Maestre Aznar emprendió la transformación de La Manga del Mar Menor en los años cincuenta, ya llevaba en su sangre la cartografía de alianzas heredada. No era un capricho aislado, sino la culminación de una estirpe que había aprendido que un apellido puede ser tanto un título de propiedad como una llave política.

Hoy, la presencia de los Aznar sigue latiendo en el recuerdo de La Manga, en sus urbanizaciones y en los ecos de aquel tiempo en que las familias trazaban sus futuros con pluma, contrato y misa nupcial.

Quintilla III

De Cartagena a La Manga

se extendieron sus raíces,

cada boda fue una estampa,

cada herencia cicatrices

de poder que nunca mengua.

 

Epílogo

La historia de los Aznar en Cartagena es la de una ingeniería familiar que no precisó de planos ni de compases, sino de un arte más sutil: el arte de enlazarse.

Un linaje que supo elegir con quién compartir la mesa, qué calle habitar, qué tumba levantar y qué mar conquistar.

Cartagena fue su escenario, y sus piedras aún guardan la memoria de quienes supieron que, en la vida de las ciudades, no hay herencia más duradera que el nombre que se escribe en ellas.

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