martes, octubre 14, 2025

Cartagena levantará un monumento al capitán Alatriste como homenaje a los Tercios y a Arturo Pérez-Reverte

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En la Real Academia Española, donde las palabras se visten de solemnidad y la historia parece tener siempre una silla reservada, Cartagena ha vivido este martes una de esas escenas que huelen a memoria y orgullo. Allí, la alcaldesa Noelia Arroyo presentó el proyecto del monumento al capitán Alatriste, acompañada por Arturo Pérez-Reverte, el pintor Augusto Ferrer-Dalmau y el escultor Salvador Amaya. No se trataba solo de anunciar una escultura, sino de sellar un pacto entre la literatura, el arte y la ciudad que vio crecer al escritor. El monumento, que se instalará en la plaza del Cuartel del Rey, junto a los Jardines de Capitanía General, rendirá homenaje no solo al personaje, sino también a los hombres de los Tercios y al autor que les devolvió el pulso desde la novela.

La obra, de 2,40 metros de altura, será de bronce y mostrará a Alatriste con el gesto sobrio y la dignidad de quien ha visto demasiadas guerras pero conserva intacto el sentido del honor. Ferrer-Dalmau lo ha concebido con su habitual precisión histórica, y Amaya, escultor de batallas detenidas en el tiempo, lo transformará en materia perdurable. Se inaugurará el próximo año, cuando se cumplan tres décadas de la publicación de El capitán Alatriste, la novela que abrió una saga y una época para miles de lectores.

La alcaldesa lo resumió con emoción: “Nos hemos confabulado para utilizar a Alatriste como coartada y hacerle el homenaje que se merece nuestro paisano Arturo Pérez-Reverte”. Porque el homenaje, en realidad, va más allá del personaje. Es también al escritor que imaginó al capitán, al muchacho que un día caminó por las calles de Cartagena mirando el mar y soñando historias, al periodista que aprendió a ver el mundo con mirada de soldado viejo.

Pérez-Reverte, con la serenidad de quien sabe que los personajes a veces sobreviven a sus creadores, recordó que “el sueño de cualquier escritor es que su personaje sea conocido incluso por quienes no leen sus novelas”. Y añadió, con esa mezcla de orgullo y nostalgia tan suya, que “esta estatua de bronce, de un personaje que salió de mi cabeza, perdurará en el tiempo y en la ciudad que me vio nacer, en la que yo me crié, como lector, como viajero, mirando el mar, mirándolo todo, donde me nutrí. Además, Alatriste pertenece al tercio viejo de Cartagena, que nunca existió, pero que yo inventé para el personaje”.

El propio escritor quiso subrayar que el proyecto no habría sido posible sin el empeño personal de Noelia Arroyo y de algunos amigos, como Julio Mínguez, y sin la generosidad del escultor Salvador Amaya, que ha ajustado costes para hacerlo viable. “El diseño es magnífico, como todo lo suyo. Y partiendo de un boceto de Ferrer-Dalmau, que cuando lo vi, dije: este es Alatriste”, confesó el académico entre sonrisas.

La alcaldesa, que cerró el acto con un guiño afectuoso, le devolvió la palabra con otro encargo literario: “Todos esperamos que sigas encargando nuevas misiones al capitán, pero su último encargo, querido Arturo, va a ser el que te hacemos nosotros en el siglo XXI: Alatriste, misión en Cartagena”.

Pocas ciudades pueden presumir de una relación tan directa con los Tercios como Cartagena, que desde el siglo XVI fue puerto de partida y de regreso de las tropas que marchaban a Flandes, Nápoles o el norte de África. En el Arsenal se reunían los hombres, se preparaban los barcos y se cruzaban las historias de los que iban y los que volvían. Allí, en los alrededores del Cuartel del Rey, donde ahora se alzará la escultura, la ciudad recordará a esos soldados que un día embarcaron sin saber si regresarían.

Será, como dijo la regidora, “difícil que un personaje de ficción haya hecho tanto por tantas personas reales y por tantos personajes históricos”. Y quizás por eso el monumento no solo honrará a Alatriste, sino también a ese vínculo invisible entre la palabra y la memoria. Cartagena mostrará así a sus visitantes que fue en sus calles donde un muchacho curioso aprendió a mirar el mundo con los ojos del capitán, y que, al fin y al cabo, toda gran historia —como todo buen soldado— siempre vuelve a casa.

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