UNA HISTORIA DE VOCACIÓN Y ENTREGA.
Cartagena, ciudad con alma milenaria, también ha sido cuna y estandarte de la vocación enfermera. Desde los tiempos del Hospital de la Caridad, fundado en el siglo XVII por Francisco García Roldán para cuidar a pobres y mujeres desatendidas, hasta los modernos quirófanos del Hospital Santa Lucía, la labor de las enfermeras y enfermeros ha sido un hilo de vida que atraviesa nuestra historia.
En la Cartagena del pasado, donde la tuberculosis, el cólera o la sífilis eran palabras temidas, las enfermeras, muchas de ellas religiosas como las Hijas de la Caridad, curaban no solo con ungüentos y vendajes, sino con ternura y presencia, en hospitales, asilos o improvisadas salas en conventos y barcos.
En el siglo XX, la profesionalización dio un gran paso. En 1906, Carmen de Arco de la Torre se convirtió en la primera diplomada en enfermería en Cartagena. Poco a poco, la enfermería dejó de ser vista como vocación subordinada para consolidarse como una ciencia autónoma, esencial y reconocida. Ya en las décadas de los 20 y 30, las enfermeras lideraban campañas de vacunación, atendían partos en los hogares más humildes y recorrían barrios y diputaciones para llevar salud a cada rincón del municipio.
El Hospital Naval, con su esplendor técnico y su plantilla de enfermería militar, convirtió a Cartagena en referencia sanitaria. Fue uno de los primeros centros en tener rayos X y quirófanos de alta complejidad, todo ello con un personal de enfermería altamente preparado y entregado.
La actual Escuela Universitaria de Enfermería, integrada en la UMU, nació en 1987 con un claro propósito: dotar a Cartagena de un centro de formación superior específico para enfermería. Sin embargo, su historia ha estado marcada por las carencias y los desafíos.
Durante más de tres décadas, el centro funcionó sin un edificio propio, repartido entre el Hospital Santa María del Rosell, aulas cedidas por la UPCT y otras instalaciones provisionales. Esta dispersión no solo dificultaba la calidad educativa, sino que afectaba la dignidad de alumnos y docentes. En 2024, tras un encierro estudiantil indefinido en protesta por la precariedad, por fin se logró una sede permanente en el edificio de la UNED en Cartagena. Un paso adelante, sí, pero aún quedan muchos por dar.
La Sanidad en España está en manos de las Comunidades Autónomas, sus máximos responsables.
El caso de Cartagena no es único. En toda España, y especialmente en muchas comunidades autónomas, la sanidad pública sufre una lenta pero constante degradación. La descentralización del sistema sanitario ha permitido una cierta adaptación a las necesidades territoriales, pero también ha generado desigualdades flagrantes entre regiones.
Hoy en día, se da una paradoja: hay enfermeros y enfermeras recién graduados sin contrato, mientras hospitales y centros de salud claman por personal. ¿El motivo? Condiciones laborales insufribles: contratos temporales, turnos interminables, sueldos congelados, plazas sin cubrir y una sobrecarga que roza lo inhumano.
Las consecuencias son evidentes:
· Aumento del cansancio físico y mental entre los profesionales.
· Burnout creciente, con bajas laborales prolongadas.
· Reducción en la calidad de atención al paciente.
· Mayor riesgo de errores clínicos.
· Fuga de talento joven al extranjero o al sector privado.
En Cartagena, como en tantas otras ciudades, vemos a profesionales entregados hasta el límite, que doblan turnos y renuncian a sus descansos por amor a su trabajo. Pero el sacrificio no puede ser la norma. No puede ser el precio a pagar por una sanidad pública universal.
La enfermería no puede seguir siendo invisible. No basta con aplaudirles durante una pandemia. Necesitan:
· Condiciones laborales justas y estables.
· Dotación de personal adecuada.
· Reconocimiento retributivo acorde con su responsabilidad.
· Recursos materiales modernos y suficientes.
· Participación real en la toma de decisiones sanitarias.
Es imprescindible que los gobernantes, de todas las ideologías y territorios, comprendan que la sanidad es la columna vertebral de una sociedad justa y avanzada. Y que, sin una enfermería dignificada, la columna se quiebra.
Cartagena puede presumir de historia, de arquitectura, de cultura y mar. Pero también puede, y debe, presumir de sus enfermeras y enfermeros. Son los ángeles modernos, los que han salvado miles de vidas en silencios, en noches frías, en quirófanos y en domicilios humildes.
Han estado ahí en guerras, en pandemias, en partos y en despedidas. Han aprendido a cuidar y a consolar, a diagnosticar y a intervenir, con precisión científica y corazón humano. Por eso, su historia merece ser contada. Y su futuro, protegido.
Porque no hay medicina sin cuidados.
Ni hospitales sin humanidad.
Ni salud sin enfermería.
Poema.
“Manos que curan, alma que espera”
En la vieja Cartagena de aljibes y cal,
donde el mar canta historias al puerto leal,
nacieron las manos de blanca humildad,
que curan heridas, sin pedir más.
Bajo bóvedas tristes del Rosell dormido,
las enfermeras luchan, sin ser aludido
su nombre en los tronos del poder perdido,
mientras salvan vidas con gesto vencido.
No llevan espada, ni escudo, ni voz,
pero el alma que tienen, la puso Dios.
Turno tras turno, sin tregua ni flor,
cosen esperanzas con hilo de amor.
La historia recuerda su paso callado,
en tiempos de peste, de guerra y de estrado.
La ciencia y el alma en pacto sellado,
la ternura al servicio del ser quebrado.
Y ahora, cansadas, en salas sin sol,
esperan justicia, respeto y honor.
Que la bata blanca no tape el dolor
de una profesión que merece valor.

Gobernante que lees desde tu sillón,
no ignores su clamor, ni su condición.
La enfermería es vida, es redención,
el pilar que sostiene tu propia nación.
Por Cartagena, por ellas, por cada rincón,
levantemos palabras con convicción:
¡Dignidad y respeto para esta misión!
Que cuidar no es deber… ¡es una bendición!