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La Catedral de Cartagena: historia, intrigas y defensa de un símbolo

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PorAida

31 de mayo de 2025
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La Catedral de Santa María la Mayor de Cartagena, hoy en ruinas, fue antaño el corazón espiritual de una de las diócesis más antiguas de España. Según la tradición, el propio apóstol Santiago predicó en Cartagena en el siglo I y fue su primer obispo, lo que convirtió a la iglesia cartagenera en la “Sancta Mater Ecclesia Carthaginensis, madre y primada de la cristiandad hispana. Siglos más tarde, tras la reconquista del reino de Murcia en el siglo XIII, Castilla restauró la diócesis de Cartagena: en 1246 el infante Alfonso (futuro Alfonso X) pidió al papa Inocencio IV restituir aquella sede episcopal que en época visigoda había sido metropolitana. Nacía así la nueva Catedral de Cartagena, dedicada a Santa María, erigida sobre el cerro de la Concepción. Cartagena recuperaba su rango eclesiástico, pero este renacer traería consigo luchas de poder que cambiarían el curso de su historia.

Lo que sucedió a finales del siglo XIII parece sacado de una novela medieval de intriga. En 1291, el infante Don Sancho (hijo rebelde de Alfonso X) decidió trasladar la sede del obispado desde Cartagena a la ciudad de Murcia, como parte de sus maniobras para asegurar el apoyo murciano en su disputa por el trono. Para ello contó con la complicidad del obispo de Cartagena de la época, don Diego Martínez de Magaz, y del concejo municipal de Murcia. El obispo Magaz alegaba que Cartagena era una ciudad pequeña, vulnerable a incursiones de piratas musulmanes y con caminos inseguros plagados de bandidos, lo que perjudicaba a los fieles y al ejercicio del culto. Pero este argumento levantó sospechas en Roma: el papa Nicolás IV no entendía que “ante el peligro que corren las ovejas, el pastor las abandone y huya a otra ciudad”. El pontífice ordenó entonces una discreta investigación. Envió una carta (la bula de Rieti, llamada así por haberse escrito en Rieti, Italia) a dos frailes de confianza para que averiguaran la verdad: ¿era realmente necesaria la marcha del obispo? ¿Lo pedía también el pueblo de Cartagena? En ese escrito, Nicolás IV dejó clara su preocupación: consideró que, de confirmarse las pretensiones de Magaz, aquello sería “materia de escándalo”, es decir, un asunto escandaloso dentro de la Iglesia.

Las pesquisas papales, sin embargo, fueron inútiles. Don Sancho (ya convertido en el ambicioso rey Sancho IV) urdió un complot junto a poderosos aliados para consumar el traslado sin el consentimiento pontificio. Aprovechando las guerras dinásticas, Sancho recompensó la lealtad de Murcia pagando un precio muy alto: nada menos que la cátedra de la diócesis. La sede episcopal antiquísima de Cartagena fue instalada ilegalmente en Murcia en 1291-1292. Para justificarlo, se esgrimió una supuesta bula papal autorizando el cambio, pero dicha autorización era falsa. De hecho, la verdadera misiva del Papa nunca dio permiso para el traslado: al contrario, Roma lo desaprobó y tachó aquel movimiento de fraudulento. Se montó, en palabras del historiador Iván Negueruela Martínez, “un engaño muy bien diseñado” que ha perdurado más de siete siglos. Durante siglos todos dieron por hecho que el Papa Nicolás IV había avalado el cambio mediante una bula, cuando en realidad la bula nunca existió como tal; la única carta auténtica quedó oculta mientras se imponía la mentira oficial. Aquella conspiración contó con personajes de leyenda: un infante regio apodado “el Bravo” (Sancho IV) sin escrúpulos ni moral, un obispo forastero descontento dispuesto a vender su lealtad por oro, y un concejo municipal ávido de prestigio que ansiaba para Murcia la catedral que envidiaban de otras capitales. El desenlace de este drama histórico fue trágico para algunos: el anciano Alfonso X, traicionado por su propio hijo, murió sin saber que Murcia –ciudad donde deseaba que enterrasen su corazón– le había dado la espalda en secreto.

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Consumado el traslado episcopal, Cartagena quedó privada de su obispo, y con el tiempo su espléndida catedral perdió categoría y atención. Paradójicamente, la diócesis siguió llamándose oficialmente Diócesis de Cartagena, nombre que conserva hasta hoy, a pesar de que el obispo reside desde 1292 en la ciudad de Murcia. Esta anomalía histórica hace que Murcia sea una de las pocas capitales cuyos obispos no ostentan el nombre de la ciudad (el título completo sigue siendo Obispo de Cartagena). Durante siglos, Cartagena mantuvo el recuerdo amargo de aquella pérdida. No obstante, la Catedral de Santa María siguió en pie y activa como templo –aunque ya sin ser sede principal– hasta tiempos mucho más recientes.

El golpe final para la catedral cartagenera llegó en el siglo XX. En plena Guerra Civil española, Cartagena sufrió intensos bombardeos por ser base naval republicana. Entre 1936 y 1939, la artillería y la aviación del bando sublevado castigaron la ciudad: la catedral fue alcanzada por las bombas de la Legión Cóndor alemana y de la aviación italiana, quedando sin techumbre y parcialmente destruida. Terminada la guerra, mientras en otras ciudades se emprendía la reconstrucción de iglesias dañadas, en Cartagena las ruinas de Santa María la Mayor quedaron abandonadas a su suerte. Décadas de desidia institucional y disputas administrativas hicieron que la catedral de Santa María la Mayor permaneciera cerrada y en deterioro progresivo. Es llamativo que Santa María de Cartagena sea la única catedral española devastada en 1936 que no haya sido reconstruida. Otras sedes, como la catedral de Alcalá de Henares, la de Oviedo o la de Sigüenza, fueron restauradas con ahínco tras el conflicto, pero Cartagena no corrió la misma suerte. Muchos en la ciudad interpretan esto como una prolongación simbólica de la injusticia de 1291: después de perder la sede, Cartagena también fue la única que no recuperó su templo.

En años recientes, sin embargo, la sociedad cartagenera se ha movilizado para rescatar su catedral del olvido. Plataformas ciudadanas y apoyos locales lograron que se abriera el recinto al público en 2016 y, sobre todo, que las administraciones asumieran la necesidad de una rehabilitación. Fruto de esa presión, el Ayuntamiento de Cartagena convocó un concurso internacional de ideas para la recuperación arquitectónica del monumento. A finales de mayo de 2025 se anunció el proyecto ganador: bautizado como Espartaria, obra del arquitecto Carlos Campos. Este diseño propone no reconstruir la catedral tal como era, sino consolidar sus restos y darles una nueva vida mediante una intervención contemporánea. En esencia, Espartaria plantea cubrir las ruinas con una gran cubierta flotante de madera de líneas modernas, que se sustentaría sobre pilares nuevos, pero dejando a la vista los pilares originales del templo (que atravesarían el techo). La estructura protegería lo que queda de la iglesia y crearía un espacio diáfano y polivalente en su interior, destinado tanto a posibles actos religiosos como culturales. Además, el conjunto se integraría con el cercano Parque Arqueológico del Teatro Romano, conectando mejor la catedral con el museo del teatro y añadiendo miradores panorámicos sobre las ruinas. En palabras del jurado, Espartaria busca “respetar la memoria del lugar” a la vez que abre la puerta a nuevos usos para este patrimonio histórico.

Sin embargo, la elección de este proyecto ha generado una acalorada polémica en Cartagena. Muchos ciudadanos, encabezados por la Plataforma Virgen de la Caridad –que lleva casi tres décadas luchando por la catedral– consideran que Espartaria es un error garrafal y una afrenta a la identidad e historia de la ciudad. ¿La razón? Sienten que, con esta solución, no se recupera de verdad la catedral, sino que se musealizan sus ruinas bajo un paraguas moderno. En lugar de reconstruir Santa María la Mayor en todo su esplendor original, devolviéndole su silueta y función sagrada, se opta por lo que ellos ven como un remedo: un techo postizo y minimalista que nunca podrá sustituir la majestuosidad perdida del templo. Para estos defensores del patrimonio cartagenero, la única forma de honrar la historia sería una reconstrucción fiel e íntegra de la catedral, piedra a piedra, tal como era antes de 1936. Solo así –argumentan– Cartagena recuperaría el símbolo que le fue arrebatado ilegalmente en el medievo y destruido en la guerra civil. Cualquier cosa menos que la restauración completa al culto supone perpetuar la condición de ciudad mutilada. De hecho, se preguntan indignados por qué en Cartagena no se hace lo que sí se hizo en tantas otras ciudades españolas: si otras catedrales devastadas lograron resurgir, ¿por qué no la nuestra? Alegan que Espartaria, con su estética contemporánea ajena al estilo del templo, “ofende la memoria” del lugar y banaliza un recinto sagrado de casi 800 años de historia. En vez de una catedral, temen obtener un híbrido de museo y auditorio que no satisface ni el corazón religioso ni el orgullo histórico de Cartagena.

Foto: Ayuntamiento de Cartagena
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Los partidarios de Espartaria responden que reconstruir ex novo la catedral original sería prácticamente imposible –por coste y por falta de suficiente documentación arquitectónica fidedigna–, y que una intervención moderna es la mejor forma de poner en valor los restos sin caer en una falsa historicidad. Insisten en que el proyecto ganador fue seleccionado por expertos de prestigio y que proporcionará por fin una solución real para frenar la ruina y abrir el espacio al público. Aun así, la polémica está servida. Muchos cartageneros ven la propuesta municipal como una victoria a medias, cuando no una derrota encubierta, y no descartan seguir presionando para conseguir en el futuro la ansiada reconstrucción total. El debate trasciende lo meramente arquitectónico: toca fibras emocionales e identitarias muy profundas. La Catedral de Santa María la Mayor no es solo un edificio, sino el símbolo de la diócesis originaria de Cartagena, la prueba material de que esta ciudad portuaria fue cuna del cristianismo hispano y sede obispal madre. Alterar su fisonomía histórica –o dejarla a medio recuperar– equivale, a ojos de muchos, a renunciar otra vez a ese legado.

Mientras en Cartagena se vive este intenso tira y afloja por el futuro de la catedral, en la vecina Murcia la situación se observa con cierta preocupación. Las investigaciones históricas de Iván Negueruela, especialmente sus libros Murcia por una mitra (2008) y el reciente Materia Scandali (2024), han sacado a la luz documentos incontestables que demuestran la ilegalidad del traslado de 1291. Cada nueva prueba es un golpe a la narrativa tradicional y refuerza la reivindicación cartagenera. En ámbitos murcianos se teme que, si este clamor sigue creciendo y llega hasta el Vaticano, pudiera exigirse una rectificación histórica. ¿Podría la Iglesia reconocer oficialmente aquel “engaño” medieval? ¿Y qué pasaría entonces? Algunos murcianos, incluso dentro de círculos eclesiásticos, ven con inquietud la posibilidad –aunque hoy por hoy remota– de que Cartagena reclame el retorno efectivo de la sede episcopal a su ciudad. Sería un terremoto institucional: Murcia perdería la condición de ciudad episcopal que ha ostentado durante más de siete siglos. El solo rumor de esa eventualidad causa nerviosismo. No en vano, el obispo de la diócesis de Cartagena (con residencia en Murcia) y las autoridades eclesiásticas difícilmente desearían reabrir un melón tan complejo. Pero el mero hecho de que se hable del tema refleja cuánto ha cambiado el viento a favor de Cartagena en los últimos años. Lo que antes se consideraba una quimera localista –la idea de “devolver” el obispo a Cartagena– ya no se descarta abiertamente en todas las conversaciones, dado el peso de las evidencias recopiladas.

En definitiva, la historia de la Catedral de Cartagena y su diócesis es un fascinante viaje a través de los siglos, con glorias antiguas, conspiraciones medievales y agravios contemporáneos. Hoy, sus muros heridos siguen en pie sobre el cerro, contemplando el Teatro Romano adyacente y la ciudad moderna que bulle a sus pies. Son un recordatorio silencioso de todo lo que Cartagena fue y de lo que, quizá, algún día podría volver a ser. La lucha por su restauración completa no es solo una cuestión de arquitectura, sino de dignidad histórica. En cada piedra caída de Santa María la Mayor subyace la memoria de un obispado fundado, usurpado y nunca olvidado. Por eso, para los cartageneros comprometidos con su patrimonio, reconstruir fielmente la catedral no sería solo levantar un edificio, sino resarcir una deuda de siglos con la ciudad. Y aunque el proyecto Espartaria marque un primer paso en la recuperación del monumento, la reivindicación de ver renacer la auténtica Catedral de Cartagena –tal como brilló en el pasado– sigue viva y llena de pasión.

Foto: Ayuntamiento de Cartagena
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