El 23 de junio de 1880. El Casino de Cartagena, compra el palacio existente en la calle Mayor.
Hay edificios que, más allá de sus muros, contienen la historia viva de una ciudad. Uno de ellos se alza señorial en plena calle Mayor de Cartagena, resguardando entre estucos y salones el alma social y cultural de generaciones. Es el antiguo Palacio del Marqués de Casa Tilly, actual sede del Casino de Cartagena, cuya historia, desde el 23 de junio de 1880, forma parte inseparable del pulso noble y bullicioso de la ciudad.
Un pasado con título nobiliario
Corría el año 1761 cuando el rey Carlos III concedía el título de Marqués de Casa Tilly a Francisco Javier Everardo-Tilly, marino de carrera y Capitán General de la Armada. Para su residencia en Cartagena, encargó la construcción de un palacete acorde a su rango. Lo levantó en la entonces pujante calle Mayor entre 1762 y 1763, como testigo barroco del poder y esplendor de la Cartagena ilustrada.
Años después, el edificio pasó a manos de su descendencia: María Pascuala y, más tarde, María Dolores de Borja y Fernández-Buenache, III marquesa de Casa Tilly, casada con el político local Pedro Rosique y Hernández. La familia lo mantuvo hasta finales del siglo XIX, alquilándolo desde 1853 a una institución que marcaría una nueva etapa: el Círculo Cartagenero, o lo que es lo mismo, el Casino.
El Casino encuentra su hogar
El 23 de junio de 1880, la entidad acuerda su adquisición definitiva por 160.000 pesetas, aunque la venta no se formaliza hasta 1890, tras un acuerdo progresivo impulsado por Francisco Martínez Hernández y Ricardo Spottorno, presidente de la sociedad. Así, el Casino, hasta entonces inquilino, se convirtió en orgulloso propietario.
La compra fue más que un trámite económico: significó establecer una sede estable y simbólica, acorde con el peso cultural y social que la institución representaba en la
ciudad. Aquí florecieron tertulias, bailes de sociedad, conferencias, recitales, conciertos, salas de esgrima, biblioteca, cafés literarios y hasta partidas de billar con sabor vienés.
Una reforma con sello artístico
Lejos de conformarse con la compra, el Casino emprendió una reforma integral del edificio para adaptarlo a sus nuevos fines y a los gustos estéticos del cambio de siglo. En 1896 se encargó una nueva fachada al arquitecto Francisco de Paula Oliver, y en 1897 el gran maestro del modernismo cartagenero, Víctor Beltrí, supervisó detalles decorativos.
El resultado fue una joya arquitectónica: elegante, refinada y funcional. La fachada —única en su estilo— combina estructura metálica con madera tallada y ornamentos de cinc. En el interior, se preservaron elementos nobles: columnas de mármol, patio porticado con claraboya, escalera imperial, salones decorados con dragones orientales, espejos franceses, techos pintados y mobiliario de inspiración sevillana y francesa.
Mucho más que un edificio
La llegada del Casino al antiguo palacio supuso una transformación urbana y social. No solo consolidó su estatus como centro de referencia de la élite cartagenera, sino que dio un nuevo esplendor a la calle Mayor, convirtiéndola en paseo obligado de modernidad, cultura y reunión. El Casino fue —y es— un espacio de encuentro para amantes del arte, la conversación y las buenas costumbres.
Y aún hoy, tras casi siglo y medio de permanencia, sigue latiendo: acoge actos culturales, exposiciones, visitas guiadas y encuentros ciudadanos que mantienen viva su vocación de lugar para la cultura y el buen gusto.
La necesidad de mirar al futuro
Pero como todo edificio con historia, el tiempo también pasa por sus piedras. La casa del Marqués de Casa Tilly, ahora Casino de Cartagena, enfrenta hoy el reto de su conservación y modernización. El paso de los años y la complejidad estructural de un inmueble tan antiguo requieren una intervención valiente y respetuosa, que garantice su seguridad y funcionalidad sin alterar su belleza.
Se hace necesario restaurar elementos sensibles, mejorar instalaciones, adaptar accesos y optimizar energías, siempre bajo criterios patrimoniales que conserven su estética.
Esta empresa, sin embargo, no es sencilla. Implica una inversión considerable, que excede las capacidades de una entidad privada. Por ello, se plantea la necesidad de que organismos públicos, instituciones culturales y empresas privadas colaboren en un proyecto común que permita no solo preservar este monumento, sino también convertirlo, llegado el caso, en un recurso público disponible para la ciudad.
Porque Cartagena no puede permitirse perder su patrimonio. Porque este Casino, que lleva casi 150 años sirviendo de escenario a la vida social de la ciudad, debe seguir siendo símbolo de elegancia, historia compartida y futuro posible.