El Apóstol del Árbol y el cartagenero olvidado por su propia tierra.
Nacido en Cartagena el 6 de julio de 1846, Ricardo Codorníu y Stárico representa uno de los pilares más sólidos y luminosos de la historia medioambiental española. Ingeniero de Montes, científico, educador y defensor incansable de la naturaleza, su vida fue un canto permanente al árbol, a la armonía del paisaje y a la paz entre los pueblos.
Su legado, sin embargo, aún espera el lugar que le corresponde en la memoria viva de Cartagena.
El alma verde de la Región de Murcia.
Desde su destino profesional en la región a finales del siglo XIX, Codorníu se convirtió en el alma forestal de la Región.
Con un espíritu visionario y una entrega poco común, se propuso repoblar la maltrecha Sierra Espuña, una montaña entonces esquilmada por la tala abusiva y la sobreexplotación.
Lejos de rendirse ante la dureza del clima o la falta de recursos, diseñó un sistema pionero de repoblación con especies autóctonas, planificación hidrológica y participación social.
Gracias a su labor, más de 5.000 hectáreas fueron reforestadas, creando un pulmón verde que hoy sigue dando vida a generaciones.
Sierra Espuña es, hoy día, Parque Regional y símbolo de la sostenibilidad ambiental, modelo a seguir internacionalmente, y todo ello gracias al impulso de este cartagenero universal.
Pero su huella no termina ahí. Participó en la fijación de las dunas móviles de Guardamar del Segura, diseñó parques y jardines urbanos como el Parque Ruiz Hidalgo (hoy Floridablanca) en Murcia, promovió la educación forestal a todos los niveles, impulsó la creación de la Sociedad Española de Amigos del Árbol, y fundó publicaciones técnicas y de divulgación.
En cada una de sus obras, latía la certeza de que el porvenir debía escribirse con raíces profundas en la tierra y ramas abiertas hacia el cielo.
Un esperantista por la fraternidad de los pueblos.
Pero Ricardo Codorníu no fue solo un amante del bosque. También fue un humanista convencido, pionero en la defensa del idioma esperanto como herramienta de entendimiento entre los pueblos. Fundó en 1902 la Sociedad Murciana de Esperanto, fue presidente de la Sociedad Española de Propaganda del Esperanto, y llegó a editar revistas bilingües en las que hablaba de bosques, aves y fraternidad en una lengua que simbolizaba la paz universal.
Su espíritu internacionalista y pacifista lo convierte, sin duda, en uno de los más avanzados pensadores españoles de su tiempo.
El olvido imperdonable de Cartagena.
Y sin embargo… Cartagena le ha dado la espalda.
Más allá de una escueta referencia en alguna placa de calle menor, no existe en su ciudad natal un verdadero monumento, un aula de la naturaleza, un centro educativo, ni siquiera un jardín con su nombre que honre el legado de quien fue uno de los mayores benefactores ecológicos de la Región de y de España entera.
Es triste, pero no nuevo. Cartagena arrastra una dolencia crónica: la incapacidad institucional para cuidar y divulgar la memoria de sus hijos más ilustres.
Ya lo hemos visto con Isaac Peral, relegado durante décadas al polvo del olvido institucional; lo hemos visto con Carmen Conde, cuya memoria aún lucha por alzarse sobre el desinterés político; lo sufrimos con decenas de sabios, artistas, militares, científicos o soñadores que partieron de esta tierra y jamás recibieron el retorno simbólico de su ciudad.
Ricardo Codorníu fue abuelo de Juan de la Cierva, pero no es por ese parentesco por lo que debe figurar en las páginas doradas de la historia de Cartagena, sino por su obra directa, su ejemplo, su legado inquebrantable de amor a la naturaleza y a la paz.
Fue un cartagenero que dio todo sin pedir nada a cambio.
Y hoy, cuando el planeta grita por sostenibilidad, deberíamos alzar su nombre con orgullo, con pasión y con justicia.
Un deber de reparación.
Es hora de corregir esa desmemoria. Cartagena debe recuperar la figura de Ricardo Codorníu con la dignidad que merece.
Un busto en el Parque Torres, una exposición permanente en el inexistente Museo de la Ciudad, una cátedra en la Universidad, un programa educativo en los colegios, una ruta ecológica con su nombre… las posibilidades son muchas, y el tiempo, urgente.
Porque olvidar a Codorníu es desperdiciar el ejemplo más puro de amor al paisaje que esta ciudad ha ofrecido al mundo.
Es negar que de esta tierra también brotaron hombres sabios, nobles, sensibles, comprometidos.
Es no querer ver que Cartagena no solo fue piedra y pólvora, sino también semilla, rama y hoja.
Poema.
El hombre que habló con los árboles.
Naciste entre sal y pólvora,
donde el mar besa la roca,
pero soñaste en silencio
con el canto de las hojas.
Tu cuna fue Cartagena,
de murallas y de historia,
pero hallaste en los pinares
tu verdad más luminosa.
Pusiste verde en la arena,
donde el sol abrasa y corta,
y sembraste en Sierra Espuña
una esperanza que brota.
Fuiste rama, tronco, y savia,
con paciencia de amapola,
y enseñaste a los caminos
a abrazarse con las sombras.
Tus manos hablaron lenguas
que no entienden de derrota,
como el viento que susurra
“esperanto” entre las copas.
Predicabas con los árboles
sin altar, ni cruz, ni toga,
y tu fe fue el horizonte
de una tierra más hermosa.
Pero tu ciudad callaba,
y aún calla, mientras se asombra
de otros nombres con más brillo
pero sin raíz ni historia.
¡Oh Cartagena dormida!
¡Mira al hijo que te nombra!
Que su bosque fue promesa
y su vida, una victoria.
Pongamos su nombre en alto,
como rama que se entona,
que no se marchite el fruto
de quien dio su alma toda.