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Crónicas de un Pueblo. – Castillo del Vizconde de Ros en Balsicas

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Historia, linaje y memoria de una familia en el Campo de Cartagena.

Una casa de religiosos que se convirtió en palacio.

En el corazón de Balsicas, frente a la iglesia parroquial, se levanta todavía el Castillo-Palacio de los Vizcondes de Ros. Aunque el nombre suene a fortaleza medieval, no nació como castillo de guerra, sino como casa principal de la Congregación de San Felipe Neri, que había fijado aquí una hacienda de labor en los siglos XVII y XVIII.

La desamortización de Mendizábal en 1836 arrebató estas posesiones a los filipenses. El Estado quedó como propietario, hasta que Isabel II las concedió al general Antonio José de Ros de Olano, héroe de la Primera Guerra Carlista, político y escritor romántico.

El edificio, con su torre almenada y su aire de fortaleza señorial, empezó a ser conocido como “el castillo”, aunque más bien fue palacio rural, símbolo de un poder nobiliario en tierras humildes.

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Décima

De Neri fue la mansión,

despojo de desamparo,

que el Estado dio de amparo

a Ros con justa razón.

Nació en Balsicas pasión,

creció su sombra señera,

y en plaza principal era

orgullo de un pueblo entero,

palacio noble y sincero

del Campo de Cartagena.

 

El general Ros de Olano y su nuevo señorío

Nacido en Caracas en 1808, Antonio Ros de Olano llegó a Cartagena en 1841 destinado con el regimiento de Infantería. Desde aquí tejió alianzas, amistades y negocios. Su matrimonio con María del Carmen Quintana, hija de un general, lo introdujo en la alta sociedad. La reina le concedió los títulos de vizconde de Ros, conde de la Almina y marqués de Guad-el-Jelú.

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Desplazamiento de Imágenes

En Balsicas encontró algo más que tierras: halló un lugar de reposo y de arraigo. Compró heredades, cultivó secanos, levantó bodegas y casas de labor. Su figura, que alternaba Madrid con Cartagena, el Senado con las minas, acabó vinculada de lleno al Campo de Cartagena, donde sus descendientes perpetuaron su nombre.

 

Quintilla

Del Caribe vino un día,

de uniforme y de valor,

y en la tierra del sabor

dejó huella y señoría,

y un palacio en su honor.

 

La familia y su herencia

De su primer matrimonio nacieron Gonzalo, María Antonia e Isabel. Gonzalo murió joven, y fue Isabel quien transmitió el vizcondado al casarse con Alfredo de Vega. Su hijo, Antonio de Vega y Ros de Olano, se convirtió en tercer Vizconde de Ros y reformó el palacio a comienzos del siglo XX, adaptándolo al gusto burgués y dotándolo de elementos modernistas en la decoración interior.

La familia no se limitó a vivir entre muros: financió la restauración de la iglesia del Rosario, donde erigieron su panteón; promovió mejoras en caminos y apoyó el desarrollo de la estación de tren de Balsicas, nodo vital entre Cartagena y Murcia.

 

Décima

La iglesia tuvo un altar

que Ros dejó como herencia,

un panteón de presencia

y limosna para ornar.

Su nieto quiso dejar

palacio de nueva traza,

y el linaje que se abraza

al terruño campesino,

hizo un destino divino

de la villa que lo abraza.

 

Balsicas en el mapa comarcal

La influencia de la familia Ros no quedó en la pedanía. Su vínculo con Cartagena fue constante: negocios mineros en La Unión, relaciones con militares del puerto, presencia en la vida social de la ciudad trimilenaria.

El castillo de Ros se convirtió en centro de un pequeño señorío rural, reflejo de lo que ocurrió en otras partes de la comarca: casas solariegas que ordenaban el territorio, uniendo la economía agrícola con el dinamismo de la ciudad puerto.

La estación de Balsicas, documentada ya en los planos de 1863 como paso cercano a las propiedades de Ros, consolidó a la pedanía como cruce de caminos. Sin esa estación, Balsicas no hubiera alcanzado la importancia que hoy mantiene dentro de Torre Pacheco.

 

Quintilla

La vía trajo progreso,

y el tren paraba en la villa,

donde el castillo destila

un abolengo expreso

que al campo entero se humilla.

 

El ocaso y la memoria

Con el paso del tiempo, el castillo dejó de ser residencia familiar. Las nuevas generaciones marcharon a Madrid y otras ciudades, y el palacio quedó como símbolo de un pasado aristocrático en una pedanía agrícola.

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El edificio pasó a manos privadas, conoció épocas de abandono y restauraciones parciales, y hoy permanece en pie, cerrado al público, pero protegido por la ley de patrimonio.

Balsicas mira todavía con orgullo esa torre almenada. Aunque no se visite por dentro, su sola presencia junto a la iglesia recuerda que hubo un tiempo en que la pedanía era residencia de nobles, vizcondes y marqueses, y que el Campo de Cartagena fue también tierra de adopción para familias que venían de lejos.

 

Décima

Aunque el tiempo lo castigó,

aún resiste su figura,

la torre guarda su altura

y la historia lo nombró.

El pueblo siempre heredó

de Ros la noble semilla,

y en la plaza de la villa

su sombra es fiel centinela,

como faro y como escuela

del alma cartagenera.

 

Trovo final

 

En Balsicas queda escrito,

con voz clara y verdadera,

que la familia señera

dio al secano nuevo mito.

No fue castillo proscrito

ni muralla de frontera,

fue casa de hacienda entera

con panteón y capilla,

y en la comarca brilla

su memoria duradera.

 

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