sábado, octubre 25, 2025

Crónicas de un Pueblo – ALGAR: PUERTA DEL MAR Y ALMA DEL CAMPO.

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I. El origen humilde y la voz del agua

Todo comenzó en torno a un pozo.

Aquel al-ghar, “la cueva” o “la hondonada”, dio nombre a un enclave donde los pastores hallaban sombra, los labradores agua y los caminantes reposo.

En la vasta planicie del Campo de Cartagena, entre el Cabezo Rajao y las orillas del Mar Menor, se formó un caserío que no tenía murallas, pero sí corazón.

Durante los siglos XVI y XVII fue punto de encuentro de ganaderos trashumantes y hortelanos.

El paisaje, abierto y austero, moldeó una población de carácter recio, de palabra honesta y manos encallecidas.

La llegada de colonos manchegos trajo nuevos cultivos y devociones, y entre ellas una Virgen que se haría eterna: la Virgen de los Llanos, protectora de agricultores, marineros y caminantes.

Decima

Entre el polvo y la semilla,

brotó un soplo de esperanza,

y el alma tomó pujanza

bajo el sol de la Castilla.

El Algar, voz sencilla,

fue oración de los trigales,

romería de arrabales

y espejo de lo murciano,

donde el pan era cristiano

y los cielos, cardinales.

 

II. Siglo XIX: la fiebre de la mina y el pulso del progreso

El siglo XIX trajo al pueblo el rugido del metal.

Las minas de La Unión y el Llano del Beal convirtieron los caminos de El Algar en arterias de hierro y polvo.

Por sus calles pasaban los carros repletos de mineral, las reatas de mulas y las caravanas de jornaleros que iban a dejar el sudor bajo tierra.

El aire del campo se mezcló con el humo de las fundiciones y el tintineo de los lingotes de plomo.

El auge minero cambió la estructura social.

Surgieron familias acomodadas que invirtieron en comercios, casas señoriales y cultura.

Entre ellas destacó una de nombre ya eterno en la historia algareña: la familia Rubio.

III. Los Rubio: esplendor y caída de una estirpe

El patriarca, Antonio Rubio Ristoll, comerciante y emprendedor, se estableció en El Algar hacia 1855 junto a su esposa Josefa Albaladejo Esteban.

Ambos simbolizaron la unión del comercio cartagenero con la pujanza del campo algareño.

De su matrimonio nacieron varios hijos: Antonio, José, Eusebio, Eduardo, Ángel y María de los Llanos.

El mayor, Antonio Rubio Albaladejo, sería quien elevaría el apellido a la historia.

Visionario, empresario y político, presidió la Diputación Provincial y fue concejal de Cartagena en tiempos difíciles.

Durante la epidemia de cólera de 1885, no abandonó su puesto; ayudó a los enfermos de El Algar y promovió la mejora de las aguas.

Fue también pionero en introducir el teléfono en la localidad y en montar una fábrica de pan movida por vapor, que surtía a todo el entorno.

Entre 1895 y 1898 levantó su casa solariega, la Casa Rubio, con muros sólidos, forja elegante y un jardín que todos conocían como el huerto del señor Antonio.

Aquella mansión fue símbolo de prosperidad, pero también de fugacidad: tras su muerte, la familia entró en declive económico, y el edificio pasó a manos del Ayuntamiento en 1925, transformándose en escuela pública.

Hoy, en restauración, vuelve a alzarse como monumento vivo de un pueblo que no olvida a quien le dio forma.

 

Décima

Rubio de nombre y de entraña,

de honor y de dignidad,

sembró en la comunidad

la cultura y la campaña.

Cuando el viento se acompaña

de su eco en los naranjos,

parece que los trabajos

y las voces de la escuela

lleven aún su centinela

por los patios y los bajos.

 

IV. La Sociedad “La Amistad” y el Teatro Circo Apolo (1907)

El espíritu cultural de aquella época cristalizó en la fundación de la Sociedad La Amistad, un grupo de once vecinos que soñaron con levantar un teatro donde el pueblo pudiera ver zarzuela, circo y comedia sin tener que viajar a Cartagena.

Encargaron los planos al arquitecto Pedro Cerdán Martínez, maestro del modernismo murciano.

El resultado fue el Teatro Circo Apolo, inaugurado el 4 de enero de 1907, joya modernista con interiores de madera, graderío circular, palcos de hierro y una acústica sorprendente.

Allí resonaron las compañías itinerantes, las risas de los niños y las tonadillas de moda.

El Apolo fue espejo del alma algareña: popular, elegante y entusiasta.

El periodista y escritor Pedro Esteban García, gran conocedor del patrimonio local, lo describiría un siglo después como “la catedral laica de un pueblo que quiso ser ciudad”.

Decima

Entre bambalinas nuevas

brotó el arte y la palabra,

y la risa que se labra

en los palcos y las pruebas.

El Apolo fue las nieves

de aquel enero elegante,

y su eco delirante

todavía reverbera,

como si el alma entera

de El Algar cantara amante.

V. El Algar y el Mar Menor: reflejo de la comarca

Ningún pueblo del Campo de Cartagena puede entenderse sin su relación con el mar.

El Algar, aunque de interior, fue siempre el puente natural entre Cartagena y el Mar Menor.

El camino de Los Urrutias llevaba las mercancías agrícolas y mineras hacia los embarques y traía de vuelta pescado, sal y brisa.

Las familias acomodadas de El Algar —Rubio, Celdrán, Maestre, Peñalver— levantaron casas de verano junto a la orilla.

Allí acudían cada año a tomar los baños medicinales, mientras los jornaleros del pueblo trabajaban en las salinas, en los barcos o en el transporte de mercancías.

Cartagena, El Algar y el Mar Menor eran un solo cuerpo con tres almas: industria, tierra y mar.

Décima

Cuando el sol se duerme al este,

y en Los Urrutias se apaga,

una brisa dulce halaga

las eras donde amanece.

El Algar entonces parece

mar adentro, tierra afuera,

y su voz marinera

mezcla canto y oración,

como eco de comunión

que en la mar se reverbera.

 

VI. Comerciantes, maestros y visionarios.

Además de los Rubio, otras familias destacaron en la historia algareña:

José Maestre Pérez, médico del Llano del Beal y empresario minero, extendió su influencia por todo el Campo de Cartagena.

Su labor sanitaria y su espíritu progresista tuvieron eco en El Algar, donde su nombre aún se recuerda unido al desarrollo minero y a la educación popular.

Francisco Celdrán Martínez, comerciante y benefactor, vinculado también a la cultura y al deporte local.

Sus descendientes participaron activamente en la vida social del pueblo y en la conservación del Teatro Apolo.

Pedro Luengo García, que adquirió en subasta la primera sociedad teatral y contribuyó a la refundación de La Amistad en 1902, asegurando la continuidad del proyecto cultural.

Los Peñalver-Garcerán, propietarios posteriores de la Casa Rubio (entonces conocida como Villa Águeda), que la mantuvieron en pie durante el siglo XX, evitando su ruina total.

Pedro Esteban García, historiador, investigador y cronista moderno del patrimonio algareño, autor de El Teatro Circo Apolo de El Algar y La Casa Palacio de los Rubio, gracias a quien hoy conocemos con detalle el pasado del pueblo.

Y junto a los grandes apellidos, miles de nombres sin busto ni calle: los mineros, carpinteros, herreros, maestras y labradoras que levantaron día a día el pulso de la comunidad.

VII. De la guerra al renacer

El siglo XX fue testigo de crisis, emigraciones y silencios.

Tras la Guerra Civil, la vida se rehizo con trabajo y paciencia.

El teatro cerró, la mina decayó y el campo volvió a ser refugio.

La Casa Rubio, transformada en escuela, se llenó de risas de niños que escribían en pizarras los mismos nombres de quienes habían fundado el pueblo.

En 1989, la Asociación de Vecinos de El Algar recuperó el Teatro Apolo, iniciando un proceso de restauración que culminó en 2011.

El edificio fue declarado Bien de Interés Cultural, y hoy vuelve a brillar con obras, conciertos y representaciones.

La Casa Rubio, en rehabilitación desde 2025, será el nuevo centro cultural y vecinal: símbolo del ciclo que se cierra y se renueva.

VIII. La Virgen de los Llanos y la identidad viva.

En el corazón del pueblo sigue latiendo su fe.

La Virgen de los Llanos, cuya imagen preside el templo desde el siglo XVIII, continúa siendo el eje de las fiestas patronales.

Cada procesión es un encuentro con la historia: hombres y mujeres que antaño se arrodillaban ante la tierra, hoy lo hacen ante la memoria.

La Virgen es, para muchos, la “madre del campo”, la que protege las cosechas y bendice las aguas que van al mar.

Su devoción une generaciones y mantiene viva la esencia del pueblo.

Décima

Virgen pura de los Llanos,

madre de la sementera,

la oración que en ti se espera

va en los labios de tus manos.

Guarda a tus hijos hermanos,

del mar la voz, del campo el día,

y haz que nunca se nos fría

la esperanza ni el amor,

pues en ti late el fervor

de El Algar y su alegría.

 

IX. Epílogo: Cartagena y su hijo del llano.

Cartagena no puede contarse sin El Algar, ni El Algar sin Cartagena.

La ciudad fue madre del puerto, del comercio y la cultura; el pueblo, hijo de la tierra, del esfuerzo y del alma.

Ambos se complementan: uno mira al mundo, el otro lo labra.

El Algar representa la identidad del Campo de Cartagena:

esa comarca que fue romana, árabe, minera, agrícola y modernista,

y que hoy reclama ser reconocida como lo que siempre fue:

una tierra unida por el mar, la historia y el trabajo.

Décima

Cartagena lo parió,

la mina lo bautizó,

el mar menor lo besó

y el sol lo coronó.

Si el tiempo no lo borró

es porque tiene memoria,

y en su humilde trayectoria

guarda al fin su identidad:

ser reflejo de verdad

de la gran madre, su historia.

 

Conclusión

El Algar no es un simple pueblo: es un compendio de la historia cartagenera. De su pozo nació la vida,de su mina, el progreso, de su teatro, la cultura, y de su Virgen, la fe que no se rinde.

Hoy, mientras el sol cae sobre los campos dorados y el Mar Menor devuelve el reflejo de sus casas, El Algar sigue siendo lo que siempre fue: puerta del mar, alma del campo y corazón de la comarca.

El Algar: donde la tierra canta y el mar responde

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