En la pequeña bahía de Portmán, cuando el mar aún brillaba limpio y azul, se levantó a finales del siglo XIX una de las mansiones más representativas de la riqueza minera: la Casa del Tío Lobo.
Construida como residencia del magnate Miguel Zapata Sáez, conocido como “El Tío Lobo”, el edificio fue reformado en 1913 por el arquitecto Víctor Beltrí, quien le otorgó su inconfundible aire modernista con mirador poligonal y cúpula de cinc.
Era mucho más que una vivienda. Era un símbolo de estatus, poder y ostentación, levantado frente a la bahía que servía de salida natural a los cargamentos de mineral. Desde sus balcones y jardines, la familia Zapata dominaba la vista del mar y de los negocios.
Una sociedad dividida.
El auge minero transformó la comarca:
Cartagena, ciudad portuaria y militar, vio crecer a una burguesía poderosa.
La Unión, municipio joven, se convirtió en hervidero de trabajadores, cafés cantantes y círculos mineros.
Portmán, pequeño pueblo costero, pasó a ser el gran escaparate del hierro y la pirita.
En este escenario, la Casa del Tío Lobo se convirtió en epicentro social, donde se celebraban recepciones, tertulias y encuentros entre familias notables: los Zapata, Maestre, Dorda, Spottorno, Bernal y Celdrán, entre otras.
Un trovero de la época podría haber cantado:
En la bahía de ensueño
se alzó un palacio señero,
del minero el compañero
nunca llegó a ese diseño.
Lo que el sudor hizo dueño
otro en riqueza volvió,
la mansión se levantó
con el esfuerzo ajeno,
que si el pobre sudó pleno
el rico la levantó.
La familia Zapata y su posición social.
Miguel Zapata, nacido en El Mirador (San Javier), pasó de pastor a magnate minero. Se le temía y respetaba. Controlaba explotaciones, talleres mecánicos, fundiciones, incluso una flota para transportar mineral.
La familia Zapata alcanzó un lugar privilegiado, compartiendo tertulias con la élite de Cartagena. Sus damas eran recibidas en los grandes salones de la sociedad modernista, luciendo vestidos parisinos y joyas traídas de Madrid.
El servicio doméstico en la casa incluía cocineros, criados uniformados, jardineros y mozos de cuadra. En el jardín se organizaban meriendas veraniegas y veladas musicales.
Decima
Zapata fue rey y dueño
del hierro y la fundición,
puso el sello en la región
con riqueza y con empeño.
Mas el minero pequeño,
con su miseria y dolor,
nunca gozó del fulgor
de fiestas ni de banquetes,
sólo en sus cantos y trovetes
dejó su voz y clamor.
El esplendor de la Casa del Tío Lobo.
Arquitectura: fachada sobria con balcones ornamentados, mirador modernista con cúpula.
Interiores: mosaicos hidráulicos, barandillas de hierro forjado, carpinterías elegantes.
Exteriores: jardines con limoneros y flores, enrejado perimetral, un espacio pensado para exhibirse y recibir.
Era habitual que los invitados llegaran desde Cartagena en carruajes, y fueran recibidos con limonadas frescas y dulces en el jardín.
Decima.
En los jardines sonaba
la música del gramófono,
y el aire fresco y autónomo
la velada perfumaba.
El caballero paseaba,
la dama bajo sombrilla,
y en aquella maravilla
Portmán brillaba elegante,
que era espejo deslumbrante
de toda la serranía.
El paseo social por Portmán (1910)
Imaginemos un atardecer en 1910. La bahía intacta, las olas brillando bajo la luz dorada. La Casa del Tío Lobo al fondo, abierta para recibir a las familias notables.
Las damas Maestre, Dorda y Spottorno caminan junto a las Zapata, vestidas de blanco y pastel, con sombrillas de encaje. Los caballeros conversan de política y contratos mineros. Niños corretean junto a la playa, recogiendo conchas.
El pueblo observa desde la distancia: los pescadores arreglando redes, los mineros manchados de tierra, saludando con respeto. Dos mundos conviven, aunque separados por un abismo social.
En los jardines iluminados con faroles, se sirven pastelillos y refrescos. La música de un vals acompaña el murmullo de conversaciones.
Decima.
Portmán fue joya encendida,
bahía de azul encanto,
donde se mezclaba el canto
del lujo y de dura vida.
La dama fina vestida
lucía con su sombrilla,
mientras al pie de la orilla
sudaba el pobre minero…
Así fue el mundo sincero
de nuestra tierra sencilla.
Reflexión final.
Hoy, más de un siglo después de aquel esplendor, la Casa del Tío Lobo y tantos otros edificios modernistas y mineros agonizan en el abandono.
Sus muros, que fueron testigos de tertulias, de negocios y de sueños, se desmoronan lentamente, arrastrando consigo un trozo de la memoria colectiva de nuestra tierra.
No basta con recordar su grandeza; es preciso actuar con valentía y decisión. La legislación actual resulta insuficiente, pues demasiadas veces los bienes declarados históricos se dejan a la intemperie, convertidos en ruinas por la desidia de sus propietarios o la indiferencia institucional.
Es urgente legislar nuevas fórmulas que permitan recuperar y poner en uso social estos bienes, ya sea mediante cesiones temporales, acuerdos con asociaciones culturales o proyectos de restauración pública-privada.
No podemos permitir que generaciones venideras encuentren solo piedras caídas donde antes hubo vida, cultura y patrimonio.
La Casa del Tío Lobo no es únicamente el símbolo de una familia ni de una fortuna minera; es un referente de la historia reciente de Cartagena, La Unión y Portmán. Su recuperación sería un acto de justicia con nuestro pasado y un legado para el futuro.
Décima.
Si la historia se derrumba
¿qué espejo queda al mañana?
La memoria se desgrana
cuando la ruina retumba.
Levantemos de la tumba
lo que aún late en el lugar,
pues quien no sabe guardar
lo que fue raíz y canto,
perderá con hondo llanto
lo que no sabrá enseñar.