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Crónicas de un Pueblo: TOMÁS EDUARDO DE TALLERIE Ingeniero naval y hermano mayor del alma de Cartagena

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Hay nombres que laten bajo las piedras, entre los muros del Arsenal, en los astilleros olvidados o entre las columnas de mármol de una iglesia cargada de milagros. Nombres que la ciudad debería pronunciar en voz alta cada día. Uno de ellos es Tomás Eduardo de Tallerie, cartagenero de sangre, marino de vocación, ingeniero de talento y, sobre todo, hermano mayor de la dignidad y el compromiso con su tierra.

No es justo que se le recuerde solo por una calle discreta. Cartagena le debe mucho más. Porque su vida fue una suma constante de servicio, ciencia, amor a la ciudad y entrega silenciosa. Porque supo unir lo que muchos separan: el deber técnico con el deber moral.

Un cartagenero de cuna y carácter

Nació en Cartagena, un 21 de diciembre de 1828, hijo de padre francés —oficial del ejército— y madre cartagenera, de estirpe trabajadora y comerciante. Desde pequeño se crió entre los ecos metálicos del Arsenal y el orgullo de una ciudad que respiraba pólvora y sal, ciencia y fe.

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Decidió seguir los pasos del mar. Se formó como ingeniero naval, primero en La Carraca y después en los grandes centros navales de Francia como Lorient y Tolón, donde absorbió todo lo que podía aprender sobre construcción de barcos, máquinas y estructuras flotantes.

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Regresó a su ciudad convertido en un joven brillante y comprometido con el progreso.

El alma técnica del Arsenal

En Cartagena, su talento encontró el lugar perfecto. Se convirtió en uno de los pilares de la modernización del Arsenal Militar y del sistema naval español de la segunda mitad del siglo XIX. No era un marino de combate, pero construía los buques que otros capitaneaban.

Participó en la construcción de la fragata Petronila, dirigió los trabajos del dique flotante “Virgen del Pilar” —una maravilla de la ingeniería de su tiempo— y supervisó la botadura de grandes unidades blindadas como la fragata Zaragoza o la Gerona.

Más tarde, fue ingeniero inspector de primera clase del Ministerio de Marina, jefe de ingenieros en Ferrol, miembro de la Junta de Construcciones Navales y responsable de proyectos tan innovadores como el crucero Aragón y el torpedero Cocodrilo.

Todo eso sin dejar nunca de ser un cartagenero al que dolía su ciudad. Un cartagenero que volvía siempre, como el viento de levante.

El templo de su entrega: el Hospital de la Caridad

Pero si hay algo que define el alma de Tomás Tallerie es su amor por el Hospital de la Caridad.

En 1878 fue llamado a formar parte de la Junta Directiva. En 1889 fue nombrado Hermano Mayor, y ya no abandonó nunca esa responsabilidad. Bajo su dirección, el Hospital se modernizó, se reconstruyó el templo neoclásico actual, se reforzó la atención a los más pobres y se consolidó la Caridad como la columna vertebral de la solidaridad cartagenera.

No solo aportó ideas. También dinero. Donó 15.000 pesetas, que eran sus honorarios como ingeniero del Arsenal, para que el nuevo templo pudiera construirse.

Lo hizo sin estridencias. Sin buscar ni laureles ni estatuas. Porque creía, porque quería, porque sentía que Cartagena merecía algo mejor.

Reconocido, pero no lo suficiente

Por su servicio ejemplar, fue condecorado como:

  • Caballero de la Orden del Mérito Naval
  • Comendador de la Orden de Carlos III
  • Caballero de Isabel la Católica
  • Y en 1893 fue proclamado Hijo Predilecto e Ilustre de Cartagena

Murió en su ciudad, el 21 de agosto de 1900, con la serenidad de quien sabe que ha hecho lo que debía.

Un modelo que aún nos sirve

Hoy, más que nunca, Cartagena necesita recordar a sus hijos como Tomás Eduardo de Tallerie. Hombres formados, honestos, discretos, capaces, entregados al bien común. No al lucimiento vacío ni al discurso hueco.

Tallerie fue el cartagenero que supo fundir el acero con la misericordia, el cálculo con el cariño, la ciencia con el alma. Su vida es ejemplo y brújula. Y merece estar grabado, no solo en las lápidas de un hospital, sino en los libros, en las aulas, en las calles y en el corazón de cada cartagenero que sepa lo que significa esa palabra.

Porque ser de Cartagena no es solo nacer aquí, es vivir, luchar, construir, amar y dejar huella. Y Tomás Tallerie lo hizo con creces.

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