Cartagena, 23 de junio de 1901. En esta fecha, se da por concluida una de las obras arquitectónicas más emblemáticas de la ciudad: el Palacio de Aguirre. El edificio, encargado por el empresario vasco Camilo de Aguirre y Alday, marcó un hito en el desarrollo urbano de la Cartagena modernista y es hoy símbolo del esplendor burgués de la época.
Diseñado por el arquitecto Víctor Beltrí, el palacio se erige en la Plaza de la Merced como un canto al arte modernista: adornos de cerámica con motivos florales, balcones de forja minuciosa, esculturas alegóricas al trabajo (abejas libando, ruedas dentadas) y una escalinata imperial que deslumbra desde el primer paso. En su interior, el visitante podía contemplar un salón de baile neorrococó decorado por Cecilio Plá, un oratorio neogótico, un despacho de estilo victoriano y suelos de mármol que parecían fundirse con la luz.
Pero detrás de sus muros dorados hay mucho más que arte y arquitectura. Hay una historia de familia, de esfuerzo, de ciudad, y de olvido.
Los Aguirre: una familia ligada al alma de Cartagena
Camilo de Aguirre y Alday nació en Bilbao en 1837. Ingeniero de minas, llegó a Cartagena en 1872, atraído por la riqueza del subsuelo de la Región. Fue fundador o accionista de importantes explotaciones mineras en Mazarrón y La Unión —San Hilarión, Dulcinea, Candelaria— y llegó a integrar el consejo del Banco de Cartagena. Fue concejal, benefactor y referente de la burguesía ilustrada.
Se casó con Vicenta Fernández Combarro, también bilbaína, mujer de inmensa fe y entrega social. Fue presidenta de la Casa de Misericordia, impulsora de la Tienda-Asilo de San Pedro y entregó su vida a ayudar a los más necesitados de la ciudad.
Tuvieron nueve hijos: Luis (alcalde de Cartagena en 1907), Camilo Jr. (presidente del Sindicato Minero), Trinidad (tesorera de organizaciones de caridad), además de Caridad, Francisco, Antonio, Ramón, Vicenta y Ricardo. Una familia educada en el compromiso social, en el trabajo y en la elegancia.
¿Por qué se vendió el Palacio?
A la muerte de doña Vicenta (1912) y don Camilo (1916), la familia ya no era la misma. El mantenimiento del edificio era costoso. Las empresas familiares comenzaban a resentirse por la caída del precio de los metales y el declive del auge minero. Los herederos, aún comprometidos con la ciudad, decidieron vender el palacio en 1917 al Banco Hipotecario, cerrando así una etapa de oro en la vida de Cartagena.
Desde entonces, el edificio ha sido de todo: sede política en tiempos oscuros, emisora de radio, Delegación del Gobierno y, desde 2009, tras una excelente restauración, Museo Regional de Arte Moderno (MURAM).
¿Qué fue de los herederos?
Con la venta del edificio, la familia se dispersó. Algunas ramas emigraron a Madrid, otras regresaron a Bilbao. Aunque el apellido Aguirre aún es común en Cartagena, no queda constancia pública ni familiar directa de descendientes del linaje de Camilo residiendo hoy en la ciudad ni vinculados a su legado. Algunas fotografías, documentos y menciones aparecen en publicaciones de carácter histórico, cedidas por ramas como la Aguirre de Zulueta, pero el apellido ya no brilla con luz propia en el entorno cartagenero.
Un palacio que aún habla

Hoy, el Palacio de Aguirre sigue allí. Majestuoso, desafiante, eterno. Sus balcones de hierro forjado parecen susurrar nombres de otra época. Su escalera sigue esperando a una familia que ya no está, pero cuya huella vive en cada azulejo, en cada columna y en la memoria colectiva de una ciudad que no olvida a quienes la engrandecieron.
Camilo de Aguirre no sólo levantó un edificio: levantó un símbolo. Y aunque sus herederos ya no estén en Cartagena, el palacio sigue siendo suyo, porque cada cartagenero que lo mira lo reconoce como un legado imborrable del alma de la ciudad.