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Crónicas de un Pueblo. – Juan Mediano Durán: la voz del alma cartagenera silenciada por la soberbia del poder

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Hay hombres que escriben para agradar. Otros para olvidar. Pero los hay —pocos— que escriben porque no pueden hacer otra cosa. Porque tienen dentro una Cartagena que les aprieta el pecho si no la cuentan. Uno de ellos fue Juan Mediano Durán, nacido un 31 de julio de 1926, en esta tierra donde el mar lame la historia y la injusticia salpica a los que más la aman.

Juan no fue un hombre de títulos ni de galas, aunque mereció ambos. Fue, simplemente, Juan, como a él le gustaba decir. Pero también fue mucho más: la conciencia viva de una Cartagena que no quería ser olvidada. Y por eso, quizás, quienes ostentaban el bastón de mando decidieron dejarlo fuera del protocolo, como si las calles no le pertenecieran, como si sus palabras no tuvieran derecho a eco.
Juan Mediano fue el cronista que Cartagena tuvo… pero no quiso reconocer.

El corazón que latía entre letras

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Desde sus primeros pasos en El Eco de la Milagrosa, cuando apenas tenía 15 años, ya se adivinaba la caligrafía del compromiso. No era la suya una pluma dócil. Era clara, rebelde, de esas que no se venden ni se alquilan, porque saben que la única deuda que tienen es con la verdad de su pueblo.
Ganó premios, sí. Publicó más de veinte libros, también. Pero lo que realmente hizo fue guardar el alma cartagenera entre páginas: las leyendas que se cuentan bajito, las vidas humildes que los cronistas oficiales nunca anotan, las estampas que sólo se ven con los ojos del recuerdo.

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Desplazamiento de Imágenes

Nuestra Cartagena, Cartageneros, Cartagena insólita, Cuentos de Cartagena, Estampas… títulos como mapas del alma, donde cada palabra era una calle, un sabor, un lamento o una risa.

Radio, abrevaderos y dignidad

Juan no solo escribía: hablaba. Y cómo hablaba. En 1985, su voz comenzó a colarse en los hogares a través del programa Desde el Pilón de los Burros. Con él, Cartagena recuperó no solo la memoria, sino el propio pilón, aquel viejo abrevadero del siglo XIX que había sido tragado por el olvido y que hoy reposa en la Plaza de España gracias a su empeño. Su cruzada por el patrimonio no era de pose, era de alma. Por eso le dieron la Medalla Laureada Cantonal en 1993, no un gobierno, sino su gente.

El peso del amor y la traición institucional

Cuando se fue Maruja, su compañera del alma, su “Marujica”, Juan se refugió en lo sencillo. En la lectura callada, en los paseos lentos por las calles que tanto conocía. En el Centro de Mayores de la calle Juan Fernández, donde compartía historias sin focos ni micrófonos, pero con toda la dignidad de quien nunca necesitó un despacho para tener autoridad moral.

Y sin embargo, fue denostado por los políticos del momento, silenciado por una clase dirigente incapaz de reconocer el valor de lo auténtico, que prefirió entronizar a aduladores antes que a aquellos que les miraban de frente. El poder le dio la espalda, pero el pueblo le abrió el corazón.

No fue cronista oficial, no. Pero fue mucho más: cronista del alma, notario del tiempo y custodio de lo invisible.

Su herencia: la resistencia de la memoria

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Hoy, en esta efeméride de su nacimiento, Cartagena le debe un tributo, no por protocolo, sino por justicia. Porque Juan Mediano no pidió nada, pero lo dio todo. Porque fue leal, incluso cuando el olvido oficial quiso apagar su nombre.

Le recordamos terminando como él: “Juan, simplemente Juan.” Pero con la certeza de que su huella no será borrada mientras haya un cartagenero que sienta como él sintió: con las manos en la historia y el corazón en la tierra.

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