Cuando el mar fue salón y la espuma se hizo gala
En la Cartagena de principios del siglo XX, cuando la ciudad respiraba progreso y modernidad a partes iguales, nació un edificio que habría de marcar época, no solo por su arquitectura o por su cercanía al mar, sino por su papel como epicentro de la vida social, cultural y deportiva de la burguesía local: el Real Club de Regatas de Cartagena.
Su historia se remonta al 9 de octubre de 1905, cuando un grupo de jóvenes cartageneros liderados por Alberto Spottorno decidieron fundar un club náutico que diera forma y alma a las regatas que ya por entonces surcaban las aguas del puerto. Pronto se convirtió en una institución respetada, y en 1907, el mismísimo rey Alfonso XIII aceptó la presidencia honoraria, otorgándole así el título de Real Club de Regatas de Cartagena.
Un templo burgués frente al muelle
El edificio original fue proyectado por el arquitecto Mario Spottorno, sobrino del filósofo Ortega y Gasset, y figura representativa de la nueva arquitectura de inspiración modernista. Su construcción comenzó en 1911, y fue inaugurado el 14 de abril de 1912, en un acto solemne que reunió a la flor y nata de la sociedad cartagenera, con representación incluso de la Casa Real.
Desde su posición privilegiada en el muelle de Alfonso XII, el club se alzaba como un pequeño palacio blanco con balcones de hierro, balaustradas artísticas, arcos rebajados y un aire elegante que casaba a la perfección con los trajes largos de las damas, los sombreros de copa y el murmullo educado de las tertulias marítimas.
Cartagena elegante: las veladas, las regatas y la distinción
Durante las primeras décadas del siglo XX, el club fue mucho más que una sede náutica. Era un espacio de encuentro de la burguesía liberal y cosmopolita de la ciudad: ingenieros de la Marina, empresarios mineros, médicos, abogados, comerciantes y sus familias. Allí se organizaban bailes, conciertos, cenas de gala, tertulias, y sobre todo las veladas marítimas, en honor a la Virgen del Carmen, donde las regatas se acompañaban de música, luces y brindis junto al muelle.
El Club era símbolo de pertenencia. Quien era socio del Club era algo más que navegante: era parte del alma distinguida de la Cartagena progresista, culta y amante del mar.
Deporte con historia y legado náutico
Las actividades deportivas fueron creciendo: remo, vela ligera, regatas de crucero y pesca deportiva convirtieron al club en referencia nacional. Fue uno de los siete fundadores de la Federación Española de Clubes Náuticos. Con el paso del tiempo, nuevos edificios y delegaciones ampliarían sus servicios, pero el espíritu seguiría anclado en ese primer club del muelle, frente al Mediterráneo.
En los años 90 se crearían regatas emblemáticas como Cartagena-Ibiza y Cartagineses y Romanos, y en los años recientes, el club ha acogido campeonatos mundiales juveniles, copas de España y actividades sociales solidarias de gran repercusión.
El incendio, la demolición y el renacimiento
En 2001, el edificio original sufrió un incendio que supuso su destrucción y posterior demolición. Pero la memoria arquitectónica y afectiva del lugar era tan poderosa, que en 2006 se inauguró una réplica fiel del edificio original, respetando su volumetría, decoración y espíritu.
Hoy el espacio alberga el Centro de Interpretación del Puerto de Cartagena, y aunque ya no es sede del club, sigue siendo símbolo de aquella Cartagena que supo navegar entre la modernidad y la tradición con elegancia y marinería.
El poema de una ciudad que soñó con velas
Aquel club no fue solo piedra y mortero. Fue poesía. Fue escena viva de una ciudad en flor. Por eso, lo celebramos con estos versos:
Versos al Club de las Aguas Modernistas
En la bahía azul de un sueño art déco,
cuando el siglo bordaba tul en la brisa,
Cartagena alzó, con porte y sin prisa
el palacete náutico del deseo.
Mario Spottorno trazó, con decoro,
arcos de espuma, balcones de faro,
una joya blanca al borde del claro
muelle que abrazaba el mármol y el oro.
Allí acudía, con guantes y encajes,
la burguesía de voz bien templada,
mientras la sal en la brisa bordada
bailaba valses de velas y trajes
¡Oh Cartagena, ciudad con corona!
Tu modernismo, al sol que perdura,
sigue brillando como la textura
del mar que canta y jamás abandona.
El Club del Muelle y los Días de Encaje
Fue un abril con olor a jazmín y alga,
cuando la ciudad, de cuello almidonado,
descendía al puerto, alzando la falda
para ver nacer su templo deseado
Los caballeros bajaban del tranvía
con sombreros de ala ancha
y periódico en la mano.
Las damas,
con sus parasoles bordados,
hablaban de regatas
y del menú del baile del sábado.
El Club… ¡Ay, el Club!
con su escudo en lo alto
y sus arcos como brazos
que abrazaban la espuma
y alzaban el alma.
Hoy, la réplica en pie nos recuerda
que la belleza se puede reconstruir
pero el alma…
el alma fue aquella Cartagena
de abanico y horizonte,
de piano y vino blanco,
que aún vive en las piedras
cuando el viento sopla de levante.
Cartagena, ciudad de puerto y alma
El Real Club de Regatas no fue solo un edificio. Fue un espejo de su tiempo. De aquella Cartagena abierta al mundo, que no temía a la modernidad, pero no renunciaba a sus raíces. Hoy lo celebramos con palabras, con imágenes y con orgullo, como una joya más en el cofre de nuestra memoria colectiva.
Porque hay lugares que no son ruinas ni maquetas: son latidos antiguos que siguen navegando.