Hay nombres que, aunque las placas de las calles o los libros oficiales los mencionen poco, siguen latiendo en la memoria de una ciudad.
Cirilo Molina y Cros es uno de esos hombres que, con firmeza, visión y un profundo amor por Cartagena, ayudó a levantarla de sus cenizas tras el drama del Cantón.
Un cartagenero de raíces firmes.
Nació en Cartagena el 26 de agosto de 1818, en el seno de una familia burguesa respetada.
Su hermano Joaquín Molina y Cros fue poeta y auditor del Cuerpo Jurídico de la Armada, prueba de que en esa casa la cultura y el servicio público se respiraban a diario.
Se casó con Librada Felipa Biale Valarino, hija del cónsul del Reino de Cerdeña, Nicolás Biale, perteneciente a una familia aristocrática de gran influencia.
De este matrimonio nacieron Alberto (1849) y María (1869), que crecerían en un hogar marcado por el compromiso social y el buen nombre.
En 1871 adquirió la antigua residencia del III marqués de Pinares, en la calle de la Jara número 28. Allí, en el hoy conocido Palacio de Molina, vivió sus días más intensos como político y allí, en 1904, cerró sus ojos por última vez.
El alcalde de la reconstrucción.
Cuando Cirilo Molina asumió la alcaldía (1877-1879), Cartagena aún mostraba las heridas de la guerra del Cantón. Los bombardeos habían dañado edificios, plazas y calles, y la moral de la ciudad necesitaba tanto reparo como sus muros. Él entendió que reconstruir era algo más que poner ladrillos: era devolverle a Cartagena su pulso. Bajo su mandato se repusieron empedrados, se cuidaron caminos rurales, se arreglaron plazas como la de la Merced, y se mejoró el aspecto y la utilidad de mercados, lonjas y mataderos. Se impulsó el cementerio de Nuestra Señora de los Remedios, en terrenos donados por el doctor Jacinto Martínez y Martí en Santa Lucía, y se planificó un ambicioso proyecto para llevar agua potable desde la Sierra de Carrascoy, aunque no llegó a materializarse en su tiempo.
La calle que derribó una barrera.
Su gran obra, la que aún hoy seguimos transitando, fue la apertura de la calle Gisbert. Hasta entonces, el centro histórico y el puerto vivían separados por el cerro de la Concepción, como dos vecinos que se conocen, pero se miran de lejos.
Molina soñó con unirlos y lo hizo derribando parte del cerro, prolongando la calle de la Caridad hasta la explanada del muelle. Con el arquitecto Carlos Mancha Escobar al frente del proyecto, en febrero de 1878 comenzó a abrirse ese paso que cambió la circulación, el comercio y la vida urbana.
Un hombre que no se dejaba doblar.
No todo fue fácil. Durante su alcaldía, el Ayuntamiento chocó con el Gobierno militar por unas obras en la calle Real, colindante con el Arsenal. El pulso fue tan serio que el consistorio presentó la dimisión en bloque como protesta. Aquella firmeza, más que un gesto político, fue la muestra de que Cirilo no entendía la alcaldía como un despacho, sino como la defensa activa de la ciudad que representaba.
Más allá de su tiempo.
Cirilo Molina y Cros no fue sólo el alcalde que levantó Cartagena de sus ruinas. Fue también el abogado que defendió que el tren desde Madrid llegara directamente a la ciudad y no por Alicante, asegurando con ello el futuro comercial y estratégico del puerto.
Fue el hombre que supo que las ciudades no se construyen solo con piedra, sino con visión y compromiso.
Hoy, al pasar por la calle Gisbert, al mirar el Palacio de Molina o al pasear por una Cartagena que se abre al mar, conviene recordar que hubo un alcalde que, en tiempos difíciles, se arremangó para que la ciudad volviera a respirar.
Y que lo hizo, como los buenos servidores públicos, pensando más en el porvenir que en su propio nombre.
Poema.
En tiempos de polvo, ruina y dolor,
cuando el cañón dejó su cicatriz,
un hombre se alzó con firmeza y voz,
curando heridas con nuevo matiz.
De toga y palabra, justicia en la sien,
miró la ciudad, su puerto, su fe;
rompió la montaña que unía el ayer,
y el mar besó calles por vez primera en pie.
Calle Gisbert, camino de luz,
paso que enlaza comercio y vivir,
obra que surge como virtud,
y aún hoy respira al verlo venir.
Cirilo Molina, alcalde leal,
abriste Cartagena al soplo inmortal.