En la historia de Cartagena brillan nombres que han dejado huella por su grandeza, por su entrega y por su visión de futuro. Uno de ellos, quizá de los más recordados por quienes vivieron su época y por quienes heredaron su memoria, fue Alfonso Torres López, aquel alcalde que tomó posesión el 5 de octubre de 1923, y que, en apenas unos años, transformó la ciudad con la fuerza de sus ideas y la sensibilidad de su corazón.
Su llegada al poder municipal coincidió con tiempos convulsos. Pero a pesar de las dificultades, Torres demostró ser un alcalde reformador: pagó los atrasos de los empleados, normalizó la Hacienda Municipal, promovió monumentos que aún hoy son orgullo de la ciudad —el mausoleo de Isaac Peral, las esculturas de Monroy, Villamartín y Máiquez—, y fue el primero que, en plena dictadura de Primo de Rivera, elevó oficialmente al Gobierno la petición de restitución de la provincia para Cartagena, un anhelo eterno de la trimilenaria.
Con él, Cartagena pavimentó calles, instaló fuentes y jardines, repobló montes pelados, mejoró los caminos vecinales de la comarca y proyectó escuelas y casas de socorro. Defendió la Casa de Misericordia y la Casa del Niño, dignificó el entierro de los pobres, impulsó la construcción de casas baratas en el Ensanche y evitó el cierre de los astilleros, consiguiendo la construcción de buques para la Armada.
Y en lo alto del monte de la Concepción, proyectó junto a Víctor Beltrí el parque que hoy es emblema de nuestra ciudad. Cartagena, gracias a Torres, caminó hacia la modernidad.
El hombre detrás del alcalde.
Pero si la política muestra el rostro público de un hombre, la vida cotidiana enseña el íntimo. La memoria familiar de su nieta, Isabel Silgestron Torres, guarda anécdotas que revelan el lado más humano de Alfonso Torres.
Un día cualquiera, al ver pasar a una vendedora de manzanas con su hijo pequeño, el alcalde se conmovió. Ordenó que aquella misma tarde entrara en su casa, que el niño merendara junto a sus hijos y que jugara con ellos. No era un gesto de poder, era un acto de humanidad: el hombre que pensaba en los que menos tenían.
Otra escena habla de su profunda sensibilidad social. Supo que a los pobres sin recursos se les enterraba en un simple agujero, como si la muerte fuera la última humillación. Le resultó insoportable.
Desde entonces dispuso que todos, incluso los más humildes, tuvieran ataúd y sepultura digna. Ironías del destino, cuando él mismo fue llevado preso y condenado al fusilamiento en 1939, alguien anónimo dejó dos ataúdes a las puertas de la cárcel, para que no faltara la dignidad al hombre que jamás se la negó a los demás.
Y cuando llegó el agua del Taibilla a Cartagena, Torres quiso celebrarlo como una fiesta del pueblo. Se preparó una comida multitudinaria, una mesa infinita en la Calle Real, donde se sentaron codo con codo los cartageneros, compartiendo pan y alegría. Era la Cartagena que soñaba: solidaria, unida, sin clases que separaran al rico del pobre.
Cartagena guarda en su memoria nombres que fueron piedra angular de su historia. Entre ellos destaca con luz propia Alfonso Torres López, alcalde que tomó posesión del cargo el 5 de octubre de 1923, en tiempos convulsos, y que en pocos años transformó la ciudad con hechos visibles, con visión de futuro y con gestos que mostraron la grandeza de su corazón.
Su vida acabó trágicamente en 1939, fusilado tras la Guerra Civil. Pero su legado no pudo borrarse: quedó escrito en las calles pavimentadas, en los montes reforestados, en los monumentos levantados y, sobre todo, en los recuerdos de quienes conocieron su humanidad.
Un alcalde reformador en tiempos difíciles.
Alfonso Torres no fue un alcalde de promesas huecas. Desde el mismo instante en que ocupó el sillón consistorial, supo que su deber estaba en resolver las carencias cotidianas de Cartagena y sembrar futuro. Aquellos años fueron de cambio, y él puso su nombre en la historia con hechos concretos:
1. La Hacienda en orden
Cartagena arrastraba una deuda asfixiante y funcionarios desmoralizados por sueldos atrasados. Torres, con pulso firme, saldó las cuentas pendientes y devolvió dignidad al Ayuntamiento. Con ello no solo recuperó la confianza de los trabajadores municipales, sino que levantó la moral de toda la administración.
2. El tesoro común
Al normalizar la Hacienda Municipal y aumentar los ingresos, logró que la caja pública dejara de ser un pozo sin fondo. Con recursos estables pudo financiar obras, escuelas y hospitales. La ciudad entera se benefició de su disciplina económica, porque entendía que el dinero común debía gastarse en bien común.
3. Cartagena honra a sus hijos
No olvidó a los grandes cartageneros que habían engrandecido la cultura y la ciencia. Promovió los monumentos a Monroy, Villamartín y Máiquez, y el mausoleo de Isaac Peral. Con ellos, Cartagena miraba al pasado con orgullo y se reconocía heredera de su propia grandeza.
4. La voz de la provincia
Fue el 7 de abril de 1924 cuando, con valentía, elevó al Directorio Militar la primera petición oficial de que se restituyera a Cartagena su provincia. No temió hacerlo en plena dictadura, consciente de que era un clamor histórico. Su informe no era un capricho: era un documento respaldado por notables de la ciudad y por el sentimiento de todo un pueblo.
5. Piedras que hicieron ciudad
Torres impulsó la pavimentación de calles. Lo que parecía un detalle menor cambió la vida de barrios enteros: donde había polvo y barro, hubo piedra y firmeza. El caminar de Cartagena dejó de ser incierto y se volvió más digno.
6. Agua, sombra y belleza
No solo pensó en la piedra, también en la frescura. Instaló fuentes públicas, jardines y paseos. A los cartageneros de entonces les devolvió un aire más amable, un respiro de belleza en medio del trabajo duro del puerto y la industria.
7. Los montes verdes otra vez
La repoblación forestal de los pelados montes del término municipal fue otra de sus conquistas. Donde solo quedaban cicatrices de piedra, comenzaron a crecer árboles. Fue una obra silenciosa, pero de futuro: Cartagena recuperaba pulmones para respirar.
8. Caminos que unen
Entendió que Cartagena no era solo la ciudad amurallada, sino también sus diputaciones y pueblos. Por eso mejoró la infraestructura viaria, trazando caminos vecinales que comunicaron los caseríos rurales con el centro. El campesino dejó de estar aislado, y la comarca se sintió más cercana.
9. Salud para todos
Con visión sanitaria, proyectó la construcción de la Casa de la Cruz Roja en la calle Gisbert e impulsó casas de Socorro y dispensarios en distintos barrios. Sabía que la salud no podía ser privilegio, sino derecho al alcance de cada familia cartagenera.
10. Misericordia y niñez
Fomentó instituciones benéficas como la Casa de Misericordia y la Casa del Niño. Allí los más necesitados encontraban refugio, educación y cuidado. En su acción social se reflejaba su carácter humano: nadie debía quedar al margen.
11. La dignidad de los pobres
Quizá uno de sus gestos más recordados: dignificó los entierros de los pobres. Hasta entonces, los cadáveres se recogían en un carro lúgubre, “la Pepa”. Torres no soportaba esa humillación y ordenó que a cada fallecido sin recursos se le diera un ataúd digno. La muerte debía igualar a todos, no degradar a los humildes.
12. Escuelas para el futuro
Proyectó la reorganización de las escuelas municipales. Entendía que la educación era la semilla del progreso. No bastaba con levantar calles y jardines: había que sembrar conocimiento para que las generaciones futuras crecieran libres y formadas.
El rostro humano de un alcalde.
Más allá del político reformador, existía el hombre sensible. Su nieta, Isabel Silgestron Torres, guarda anécdotas que pintan el retrato íntimo de su abuelo.
Un día vio pasar a una vendedora de manzanas con su hijo pequeño. Se conmovió y ordenó que esa tarde el niño entrara en su casa, merendara y jugara con sus hijos. Era su manera de decir que la infancia no debía conocer barreras sociales.
Se indignó al saber que los pobres eran enterrados en simples agujeros, sin ataúd. Lo prohibió y garantizó entierros dignos. Y la historia se tornó símbolo: cuando él mismo fue encarcelado y condenado a muerte, dos ataúdes aparecieron en la puerta de la prisión,
dejados por manos anónimas para asegurar que aquel hombre que había dado dignidad a los demás, no careciera de ella al morir.
Y cuando se confirmó la llegada del agua del Taibilla, organizó una comida popular inmensa: una mesa interminable en la Calle Real, donde todos los cartageneros celebraron juntos la gran noticia. Fue su forma de mostrar que Cartagena solo podía avanzar desde la unidad.
La tragedia y el legado.
El fusilamiento de Alfonso Torres en 1939 pretendía borrar su nombre de la historia, pero la memoria popular lo mantuvo vivo. Fue un alcalde que soñó en grande, que defendió la provincia, que humanizó la política y que puso la dignidad por encima de todo.
Cartagena le debe mucho. Recordar su nombre no es nostalgia: es justicia.
Décimas en su memoria.
Alfonso Torres, tu estrella
brilló en tiempos de agonía,
eras justicia y poesía
en la ciudad más doncella.
Tu labor quedó en huella,
tu bondad en cada gesto,
hoy Cartagena te presta
su palabra agradecida,
porque en tu corta medida
nos dejaste un mundo honesto.
Quintillas populares
De un niño pobre al camino
le diste pan y cariño,
lo acogiste como a un niño
propio de tu hogar divino,
sin distancia ni dominio.
Cuando el agua fue llegada
y en Calle Real se extendía,
Cartagena compartía
una mesa prolongada,
pan, esperanza y alegría.
Epílogo
Alfonso Torres López fue alcalde, reformador, republicano y, sobre todo, un cartagenero íntegro. Gobernó con firmeza, soñó con modernidad y vivió con humanidad.
Lo mataron los hombres, pero no pudieron matar su memoria.
Porque su huella sigue viva en Cartagena,
y su nombre aún late en cada piedra de la ciudad que tanto amó