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Crónicas de un Pueblo. – Isidoro Martínez Rizo: la voz de la memoria cartagenera.

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Cartagena, ciudad de mareas históricas y profundas cicatrices, ha tenido cronistas que supieron escribir no solo lo que ocurrió, sino también lo que debía ser recordado. Entre ellos, brilla con luz propia Isidoro Martínez Rizo (1828–1896), comerciante, político republicano, masón y cronista oficial de la ciudad. Su pluma fue brújula para las generaciones que buscaban sentido en la historia local, y su figura, un puente entre la memoria y la identidad.

Cartagena como raíz y horizonte

Martínez Rizo nació y murió en Cartagena, y nunca dejó de sentirla como su única patria. Desde su juventud se implicó en los asuntos públicos y en la vida intelectual de la ciudad. Fue concejal, diputado provincial, federalista convencido y, sobre todo, un hombre ilustrado, que entendía la cultura como herramienta de transformación.

En su droguería de la calle del Carmen —uno de los primeros comercios en aplicar el sistema métrico decimal— se reunían tertulias, ideas nuevas y voces críticas. Allí no solo se despachaban productos, sino también pensamiento y conciencia.

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Su papel en la Cartagena Cantonal

Durante la proclamación del Cantón de Cartagena en 1873, Isidoro Martínez Rizo fue elegido como miembro de la Junta Soberana de Salvación Pública, el órgano que dirigió la ciudad en aquellos meses históricos de insurrección republicana y federalista. Sin embargo, con la misma coherencia con la que escribió su vida, renunció al cargo que se le ofrecía.

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Esta decisión no fue fruto del miedo ni del desacuerdo con los ideales cantonales —que él compartía en lo esencial—, sino una muestra de su coherencia ética y cívica. Sabía que en aquellos días se cruzaban líneas peligrosas entre la utopía y el caos. Se apartó de la política activa, pero no dio la espalda al pueblo.

Aunque no participó en la Junta, comandó dos compañías de milicias federalistas en defensa de la ciudad durante el asedio. Y cuando Cartagena cayó, fue encarcelado hasta 1876, acusado de rebelión. Logró evitar la deportación a las islas Carolinas que sufrieron muchos de sus compañeros, pero pagó con años de prisión su lealtad a una idea de España federal y más justa.

En su posterior etapa como cronista, no ocultó la verdad de aquellos días. Los narró con respeto, con perspectiva y sin revanchismo. Supo captar tanto el heroísmo como el error, el idealismo y la fractura.

Con Isaac Peral, una amistad forjada en el respeto.

Martínez Rizo fue contemporáneo y admirador de Isaac Peral, el inventor cartagenero del submarino eléctrico. No solo lo apoyó desde sus crónicas, sino que defendió su figura con ardor frente al desprecio institucional que sufrió por parte del gobierno y de ciertos sectores científicos.

Ambos compartían una visión progresista del país: creían en la ciencia como motor de futuro, en el mérito personal por encima del apellido, y en una España regenerada desde la periferia, no desde la capital.

Cuando Peral fue marginado y su proyecto archivado, Martínez Rizo se sumó a las voces que exigían justicia. Desde su papel de cronista oficial, dejó constancia del papel brillante de Peral, y lo situó en el panteón de los grandes cartageneros que la historia debía reivindicar.

Masonería: el compromiso silencioso

Isidoro Martínez Rizo fue un masón destacado, bajo el seudónimo de Cincinato, símbolo del ciudadano que sirve a la república y vuelve al arado. En un tiempo en que ser masón significaba ser perseguido, él no solo lo fue, sino que ocupó cargos de relevancia en la logia Amantes del Progreso, una de las más influyentes del Levante español.

Desempeñó funciones de orador, tesorero y primer vigilante, alcanzando el grado 30 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, lo que lo convertía en un referente filosófico y moral.

La masonería no era un refugio elitista, sino una trinchera de pensamiento. Desde allí, Rizo promovía:

  • la educación popular,
  • la libertad de cultos,
  • el laicismo estatal,
  • el progreso científico,
  • y la dignificación del obrero y la mujer.

 

La influencia historiográfica: Fechas, fechos y futuro.

Su mayor legado fue su obra Fechas y fechos de Cartagena (1894), una crónica singularísima que recopila año por año los acontecimientos más relevantes de la ciudad, desde la Reconquista hasta el siglo XIX.

Allí se dan cita:

  • las revueltas, incendios, procesiones y saqueos,
  • la aparición de barrios, plazas, fuentes y costumbres,
  • las fiestas populares, las tragedias, las glorias y las sombras.

 

No escribe como un académico, sino como un testigo con alma de narrador. Añade juicios, ironías, comentarios morales e incluso detalles mínimos que solo quien ama una ciudad puede notar: cuándo florecían los almendros, cómo vestía el aguador, qué dijo un niño en la plaza un día de tormenta.

Gracias a él, sabemos, por ejemplo, del Pilón de los Burros, fuente del siglo XVI que se conservó gracias a sus escritos. Sabemos cómo se celebraban las fiestas del Corpus, cuándo se encendieron los primeros faroles de gas, o cómo eran los entierros de los marineros.

Legado vivo.

Martínez Rizo murió en Cartagena en 1896. Su entierro fue sencillo, como su vida, pero su recuerdo ha crecido con el tiempo. Su hijo Alfonso, anarquista, naturista y urbanista avanzado, fue también un agitador cultural y un escritor prolífico.

Hoy, más de un siglo después, Cartagena le debe mucho:

 

  • Le debe memoria.
  • Le debe honestidad.
  • Le debe una visión de ciudad que aún no ha sido superada: libre, justa, culta y fiel a sí misma.

 

Epílogo.

Isidoro Martínez Rizo no fue solo cronista: fue la conciencia histórica de Cartagena. Su amistad con Peral, su pertenencia a la masonería, su ejemplo durante el Cantón, y su obra perdurable son los pilares de una figura que debe ocupar un lugar destacado en nuestra historia.

Uno de los grandes defensores del alma cartagenera.

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