Raíces de un linaje con nombre de historia.
A mediados del siglo XIX, cuando Cartagena era puerto de sueños y astillero de patrias, dos apellidos se unieron para tejer una de las sagas más nobles del Campo de Cartagena: los Pascual de Riquelme y los Alfaro.
El primero, de cuna murciana, hundía sus raíces en la vieja hidalguía regional, enlazado con los Roca de Togores, los Fontes y los Viudes, familias que gobernaron la región desde la política, la milicia y la cultura.
El segundo, de arraigo cartagenero, traía el brillo de la administración local y la solvencia de la gente de orden que había hecho fortuna en el comercio y la propiedad.
De ese cruce de sangre y destino surgiría un matrimonio que marcaría época: Mariano Pascual de Riquelme y Roca de Togores, capitán de navío, y María de la Encarnación Alfaro García de Cáceres, dama de virtud, cultura y generosidad.
Décima I
De Murcia vino el linaje,
de Cartagena, el encanto,
él de espada, ella de manto,
de deber y de coraje.
Del honor fue su equipaje,
del amor, su fundamento,
y en su mutuo sentimiento
fundaron casa y razón,
que en la tierra y el corazón
dejaron su testamento.
El Capitán de Navío: vida militar de Mariano Pascual de Riquelme.
Nacido en Cartagena el 7 de agosto de 1825, Mariano Pascual de Riquelme y Roca de Togores ingresó muy joven en la Real Armada Española, en la que alcanzó el grado de Capitán de Navío, rango que equivalía a coronel de marina.
Sirvió en diversos destinos del Mediterráneo, participando en campañas de vigilancia y transporte de tropas, y estuvo vinculado al Departamento Marítimo de Cartagena, donde residió sus últimos años.
Poseía numerosas condecoraciones por méritos en servicio y fue reconocido por sus compañeros como hombre de honor, disciplina y cultura.
Su trayectoria, aunque aún pendiente de documentación detallada en archivos navales, lo sitúa entre los oficiales que consolidaron la presencia marítima española en una época de cambios.
Falleció el 19 de diciembre de 1890, siendo recordado en la prensa local como “uno de los cartageneros ilustres” y “oficial de méritos y virtudes ejemplares”.
Quintilla I
Navegante del deber,
de uniforme y de bandera,
su voz mandó en la esfera
donde el mar le vio nacer,
y el viento le vio volver.
Encarnación Alfaro: origen y linaje.
Encarnación Alfaro provenía de una familia acomodada de Cartagena, con raíces en los antiguos linajes administrativos y comerciales de la ciudad.
Aunque sus orígenes exactos aún se buscan entre los archivos parroquiales, se sabe que pertenecía a una estirpe de buen nombre y educación, posiblemente vinculada a la rama García de Cáceres, como aparece en algunos registros genealógicos.
Su educación refinada y su carácter piadoso la convirtieron en figura querida entre las damas cartageneras.
En 1855, contrajo matrimonio con el capitán Mariano Pascual de Riquelme en la parroquia de Santa María de Gracia, unión bendecida por las dos familias y símbolo de la unión entre la milicia y la virtud.
Décima II
De Alfaro, la fe sencilla,
de Riquelme, la noble espada,
su unión fue llama sagrada
que el tiempo jamás humilla.
De su hogar nació la semilla
de respeto y de bondad,
y en su dulce claridad
brilló un amor verdadero,
que dio fruto duradero
en paz y prosperidad.
Los hijos y la descendencia.
El matrimonio tuvo tres hijos: Mariano Pascual de Riquelme Alfaro, heredero del linaje y administrador de las fincas familiares. José Pascual de Riquelme Alfaro, vinculado al comercio marítimo y a las exportaciones de esparto y vino. Amparo Pascual de Riquelme Alfaro, dama devota y benefactora en Cartagena.
Sus descendientes se emparentaron con las familias Matz y Quintar, manteniendo vivo el apellido en el siglo XX. De esa rama procede Mariano Pascual de Riquelme y Matz (1933-1994), poeta cartagenero que perpetuó el espíritu ilustrado de su casa.
Quintilla II
De su estirpe nacen flores,
de su nombre, tradición,
y su noble bendición
sigue viva en los amores
que heredan sus sucesores.
Empresas y patrimonio.
Los Pascual de Riquelme y Alfaro fueron propietarios de tierras en La Aljorra, Miranda, Las Lomas y el Hondón, destinadas al cultivo de cereal, vid, olivo y almendro.
Participaron en sociedades agrícolas y comerciales que exportaban productos a través del Puerto de Cartagena.
En el ámbito urbano, su patrimonio incluía viviendas en las calles Mayor, Aire, San Miguel y Jabonerías, además del Palacio de la Plaza del Ayuntamiento.
Sus ingresos provenían de la agricultura, los arrendamientos urbanos y el comercio marítimo, pilares de la economía cartagenera de la época.
Décima III
Entre el campo y la ciudad
repartieron su fortuna,
pues sabían que ninguna
vida brilla sin verdad.
Su ejemplo de dignidad
fue noble y laborioso,
el trabajo, su reposo,
la justicia, su camino,
y su amor, fiel destino
de legado generoso.
El Palacio Pascual de Riquelme: elegancia y cultura.
En la Plaza del Ayuntamiento nº 9, frente al recién construido Palacio Consistorial, se alzó su residencia urbana, símbolo de prestigio y modernidad.
El Palacio Pascual de Riquelme, reformado en 1907 por Tomás Rico Valarino y ampliado en 1912 por Francisco de Paula Oliver Rolandi, destacaba por su fachada modernista, sus balcones de hierro forjado y su cúpula de cinc.
Encarnación Alfaro, ya viuda, organizaba en sus salones tertulias literarias, veladas musicales y actos benéficos.
Por sus estancias desfilaron artistas, marinos, escritores y filántropos.
La casa se convirtió en un faro de cultura y convivencia en la Cartagena de principios del siglo XX.
Hoy, ese edificio forma parte del Museo del Teatro Romano, conservando el alma de aquellas noches de conversación y arte.
Quintilla III
Bajo mármol y cristal,
se alzó un templo de elegancia,
donde reinó la constancia
del arte universal
y la voz del bien social.
La Torre Asunción de La Aljorra: fe, tierra y legado.
En el corazón del Campo de Cartagena, Encarnación Alfaro construyó su refugio: la Torre Asunción de La Aljorra.
En 1904, mandó levantar una capilla-oratorio dedicada a la Virgen de la Asunción, decorada con motivos marineros en honor a su difunto esposo.
El conjunto incluía torre defensiva, vivienda, palomar y dependencias agrícolas.
En 1908, la finca figuraba oficialmente como su propiedad, donde cada verano abría las puertas a los vecinos para celebrar la misa y la fiesta patronal.
La torre simboliza la unión entre la devoción y la generosidad: allí Encarnación oraba, administraba y ayudaba a los más humildes.
Aún hoy, los descendientes de la familia habitan la finca, conservando su memoria.
Décima IV
En su torre y su oración,
el tiempo dejó su huella,
la fe fue su centinela,
la bondad su dirección.
De Encarnación, devoción
y de Riquelme, memoria,
la finca guarda la historia
de amor y de redención,
de nobleza y compasión,
de trabajo y de gloria.
Actividad social y beneficencia.
Encarnación Alfaro aparece documentada como hermana cofrade de la Ilustre Cofradía Marraja en 1872, según patente conservada en el Archivo General de la Región de Murcia.
Participó activamente en labores benéficas, apoyo a la educación femenina y promoción de actos religiosos en Cartagena y La Aljorra.
Era considerada por sus contemporáneos una mujer “piadosa, culta y generosa”, reflejo de una élite ilustrada comprometida con su entorno.
Quintilla IV
Dama noble, alma sencilla,
que al pobre tendió la mano,
fue del pueblo un ser humano
que alzó su fe en la capilla
y dio al cielo su verano.
El ocaso y el legado.
Encarnación falleció hacia 1915, dejando una huella indeleble en la historia cartagenera.
Su testamento reflejaba la distribución justa del patrimonio entre sus hijos y la conservación de las obras religiosas y familiares.
Dejó en vida dos monumentos al alma: el Palacio de Cartagena, emblema del progreso y la cultura, y la Torre Asunción de La Aljorra, símbolo de fe y amor a la tierra.
El apellido Pascual de Riquelme, unido al de Alfaro, perdura en la historia como ejemplo de equilibrio entre el deber, la elegancia y la humanidad.
Décima Final
De la mar al almendral
lleva su nombre la historia,
y en su doble trayectoria
Cartagena es su altar.
De Alfaro el alma inmortal,
de Riquelme el alto fuero,
su linaje verdadero
vive en piedra y oración,
pues su fe y su corazón
siguen brillando primero.







