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Crónicas de un Pueblo. – Luis Angosto Lapizburu: un cartagenero para la memoria.

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Hay nombres que, aunque el tiempo intente cubrir con el polvo del olvido, resplandecen de nuevo cuando volvemos la mirada hacia nuestra historia. Cartagena, ciudad de mares y vientos, de cultura y fe, tiene en Luis Angosto Lapizburu a uno de esos personajes que merecen ser recordados con gratitud.

Militar, político, terrateniente, benefactor y, sobre todo, cartagenero comprometido con su tierra, dejó una huella profunda que hoy revive cada vez que se pronuncia el nombre de San Ginés de la Jara, patrón y protector de la ciudad.

Un cartagenero de raíz noble.

Luis Angosto Lapizburu nació en Cartagena el 16 de marzo de 1849, en la calle de la Jara. Procedía de una familia distinguida, de tradición militar y aristocrática, lo que le permitió una sólida formación y el acceso a la carrera de armas. Desde muy joven ingresó en la Armada Española, donde sirvió con lealtad y disciplina, alcanzando el grado de teniente de navío y más tarde el de coronel capitán graduado. Su vida militar lo formó en la responsabilidad y en el amor a España, pero su corazón nunca dejó de latir con fuerza por Cartagena.

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El senador que miraba al mar.

Su carrera no se limitó a lo castrense. Hombre inquieto y con clara vocación de servicio, Luis Angosto dio el salto a la política nacional. Fue elegido senador por Orense entre 1891 y 1893, y posteriormente representó a la provincia de Murcia entre 1896 y 1898.

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Desplazamiento de Imágenes

En las sesiones del Senado, su voz se escuchó en asuntos clave: la defensa marítima, el ejército, la infraestructura ferroviaria y de carreteras, y los presupuestos nacionales. Como buen marino, conocía la importancia de mantener una Armada fuerte y un puerto como el de Cartagena en primera línea. Y como cartagenero, nunca olvidó las necesidades de su tierra.

Un hombre de fortuna y generosidad.

Los años y su esfuerzo le permitieron amasar un importante patrimonio. En 1891 era dueño de ocho casas y más de 231 fanegas de tierras, además de poseer fincas en Almoradí, Catral y La Unión. Pero lo que le diferencia no es solo haber acumulado riquezas, sino haber sabido devolverlas a la sociedad.

Luis Angosto supo invertir en obras que trascendieron lo material. Entre ellas destaca su implicación en la Casa del Niño, una institución pionera en Cartagena que acogió y educó a generaciones de pequeños que, sin esa ayuda, habrían quedado a merced del infortunio.

Esa sensibilidad social lo convirtió en un referente de filantropía en la ciudad.

La gran obra de su vida: San Ginés de la Jara.

Si hay un legado que Cartagena debe agradecerle con emoción, ese es la refundación de la Cofradía de San Ginés de la Jara en 1917.

San Ginés había sido desde siglos atrás el patrón espiritual de la ciudad, pero a inicios del siglo XX, la devoción estaba en decadencia y la cofradía prácticamente extinguida.

Fue entonces cuando Luis Angosto, con su visión y su compromiso, decidió devolverle la vida a esta hermandad, reinstaurándola en la antigua Catedral de Cartagena (Santa María la Vieja).

Gracias a él, la tradición devocional renació con fuerza y se consolidó en torno a la romería de agosto, que desde entonces hasta nuestros días sigue llevando a cientos de cartageneros hasta el monasterio de San Ginés, en las faldas del monte Miral.

Allí, entre pinos y recuerdos, cada año la ciudad reafirma su fe y su identidad.

La cofradía que él refundó no solo tiene dimensión religiosa: es también un motor cultural.

Ha impulsado concursos literarios sobre el mar, la marinería, Cartagena y su santo patrón, invitando a poetas y narradores a dejar testimonio escrito del vínculo entre ciudad y devoción.

En esas letras, y en cada procesión o romería, late el espíritu de Luis Angosto.

Una familia vinculada al arte.

El entorno familiar de Angosto Lapizburu también se entrelazó con la cultura. Una de sus parientes, Adelaida Angosto Lapizburu, contrajo matrimonio con el pintor Manuel Wssel de Guimbarda, uno de los grandes artistas que supo plasmar en sus lienzos escenas de Cartagena y de la vida española de su tiempo.

Este vínculo refuerza la idea de que los Angosto Lapizburu no solo se movieron en la esfera militar y política, sino que también aportaron a la vida cultural y artística de la ciudad.

Un legado que sigue vivo.

Hoy, cuando se aproxima de nuevo la romería de San Ginés de la Jara, no podemos evitar mirar atrás y reconocer que sin Luis Angosto Lapizburu, probablemente esta tradición se habría perdido.

Fue él quien levantó del olvido al patrón cartagenero, quien devolvió al pueblo la posibilidad de caminar en procesión hasta el monasterio, de encender velas y entonar cánticos que nos conectan con siglos de historia.

En cada romero que sube la cuesta, en cada familia que comparte el pan y el vino bajo las sombras del Miral, hay un eco de su generosidad.

Y en cada niño que aprende a pronunciar el nombre de San Ginés, se renueva la semilla que este hombre sembró en 1917.

Un cartagenero para recordar.

Luis Angosto Lapizburu fue mucho más que un marino o un senador. Fue un hijo agradecido de Cartagena, que supo servir a España desde la Armada, representar a Murcia en el Senado, crear riqueza y repartirla en obras sociales, y —sobre todo— recuperar para la ciudad a su patrón, San Ginés de la Jara.

Hoy, cuando Cartagena se prepara para vestir de fiesta sus caminos hacia el monasterio, es justo detenernos un instante y reconocer que si esta tradición sigue viva es gracias a la visión y el compromiso de aquel cartagenero nacido en la calle de la Jara. Su memoria, como la devoción a San Ginés, merece ser eterna.

Poema.

 

A Luis Angosto y San Ginés de la Jara.

 

En la calle de la Jara nació un hombre,

con la sal del puerto y luz marinera,

Luis Angosto, raíz de Cartagena,

corazón noble, de alma que no esconde.

 

Marino fue, del mar hizo su nombre,

y en la política halló su bandera,

más su mayor legado, primavera,

fue devolver a San Ginés su asombro.

 

Refundó la cofradía dormida,

y en 1917 le dio aliento,

rescatando al patrón para su gente.

 

Hoy, cada agosto, la romería encendida

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lleva en su sombra aquel noble intento:

¡Cartagena camina eternamente!

 

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