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Crónicas den un Pueblo. – Los Baños de la Marrana.

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Escucha nuestro podcast "Cosas de una ciudad con Mar", de ¿Dónde Comemos? Cartagena. Pulsa reproducir en navegador en la pantalla de abajo.

Isla Plana, entre leyenda y memoria.

En el extremo de la costa cartagenera, donde el mar lame con suavidad la arena y la roca, descansa Isla Plana. Su nombre no nació de los hombres, sino del propio mar: frente a la orilla asoma un islote bajo, como un lomo adormecido, que bautizó para siempre a aquel rincón humilde y marinero.

Allí, entre casas encaladas y corrales de animales, la vida discurría a ritmo sencillo.

Los hombres salían a pescar al amanecer, en faluchos o desde la misma orilla; las mujeres se encargaban de los huertos pequeños, de la masa del pan y de la crianza; los niños correteaban descalzos entre las piedras y los animales del corral.

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Nada sobraba y todo servía: la leche de la cabra, los huevos de la gallina, el burro que tiraba del carro, la cerda que aseguraba carne y manteca.

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Y en medio de aquella cotidianeidad, el rumor de un agua templada que manaba junto a la playa se convirtió en promesa de alivio. Un rumor que pronto atrajo no sólo a vecinos, sino a gentes de Mazarrón, de Cartagena y de más allá.

La leyenda de Margarita, la marrana.

Cuentan que en una de esas casas vivía una marrana gorda y tranquila, a la que todos llamaban cariñosamente Margarita. El reuma le había torcido las patas y apenas podía caminar.

Los niños, compasivos, la arrastraron hasta la orilla, y allí, guiada por un instinto secreto, la marrana se revolcó en aquel agua tibia que brotaba de las entrañas de la tierra.

Volvió ligera, casi alegre, como si el dolor hubiera quedado disuelto entre burbujas y sal. La familia, asombrada, lo contó al vecindario, y la voz se extendió como el eco en la montaña: “Si la marrana sana, ¿qué no hará el agua con nosotros?”.

Desde aquel día, los isleños llamaron al manantial los Baños de la Marrana, y así quedó para siempre bautizado el lugar.

El balneario y sus gentes.

El rumor creció, y con él llegó la mano de un médico ilustrado, el doctor José María Vera García, que vio en aquel manantial algo más que leyenda. Mandó abrir pozos, levantar galerías y construir un edificio de bóvedas que acogiera a los bañistas.

No tardaron en llegar las familias de Cartagena con sus tartanas, las de Mazarrón en sus carros, y los veraneantes de más lejos que buscaban salud en el agua.

Había baños generales para hombres y mujeres, baños familiares y pequeñas salas con bañeras calentadas.

El mar entraba por las ventanas de arco, y el aire salobre se mezclaba con el murmullo de la esperanza.

Pero por mucho que la ciencia lo vistiera de balneario, el pueblo nunca olvidó que la primera paciente fue una marrana reumática. Y en cada carcajada, en cada relato junto al fuego, volvía la imagen de Margarita, curada por obra de la naturaleza.

Isla Plana en aquel tiempo.

La vida en Isla Plana era sencilla y plena de recursos humildes. Las casas se levantaban con piedra, barro y cal; los techos eran de caña y teja.

En los corrales se mezclaban gallinas, cabras y cerdos; las parras ofrecían sombra y uva; los higos se secaban al sol sobre cañizos.

Los hombres trenzaban esparto y las mujeres tejían redes. El mar era despensa, el campo complemento, y la solidaridad, costumbre.

En las tardes de verano, mientras los bañistas buscaban alivio en el balneario, los niños jugaban a saltar olas y las mujeres charlaban sentadas en la arena. Había en todo ello una mezcla de rutina y milagro, de pobreza y esperanza.

 

Quintillas y décimas del recuerdo

Quintillas.

En la orilla se templaba

el dolor y la tristeza,

y la vida se cuidaba

con sencillez y firmeza

como el agua que brotaba.

 

Margarita, la marrana,

con su reuma entró cojeando,

y salió más liviana,

casi alegre, retozando,

como si fuera mañana.

 

Décima espinela.

No hubo ciencia más profunda

que la fe del campesino,

cuando en el agua el destino

curó a la bestia moribunda.

Entre espuma vagabunda

la marrana se hizo historia,

y el pueblo guardó memoria

del balneario y su gloria;

agua tibia y transitoria

que aún palpita en la penumbra.

 

Epílogo

Hoy, entre ruinas y proyectos de restauración, los Baños de la Marrana siguen recordando aquel tiempo en que la vida era sencilla, el mar generoso y el agua templada un regalo de la tierra.

La historia oficial hablará de doctores, galerías y bóvedas; pero el corazón popular seguirá contando que todo comenzó con una cerda llamada Margarita, que encontró alivio en la orilla y dio nombre eterno a un balneario singular.

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