La Dama de blanco

En la Baja Edad Media, en la ciudad de Cartagena, recién reconquistada por las tropas castellanas, se alzaba imponente el Castillo de la Concepción. Controlado por un noble arrogante, ferviente seguidor de los ideales del amor cortés, se tejió una historia trágica que aún resuena en los muros de la fortaleza.

El noble, cegado por su arrogancia, intentó cortejar a una bella doncella cartagenera. Pero ella, enamorada de un humilde muchacho que, aunque no poseía riquezas ni títulos, había conquistado su corazón, rechazó al noble. Herido en su honor y consumido por la envidia, el noble tendió una trampa al joven, llevándolo a una muerte injusta y cruel.

La tragedia no terminó allí. El noble, decidido a poseer a la doncella, la obligó a casarse con él. Pero ella, firme en su amor y luto, lo rechazó nuevamente, maldiciendo al noble por sus acciones. El despechado noble encerró a la joven en una estancia del castillo, y según las leyendas, la emparedó viva. La maldición de la doncella se cumplió: el noble falleció en circunstancias misteriosas poco después.

La historia se convirtió en leyenda, y se decía que el espíritu de la doncella aún vagaba por los alrededores del castillo. Siglos después, un grupo de policías locales de Cartagena se encontró con este fantasma. Al principio, aterrados por la aparición de la dama de blanco brillando en la oscuridad, huyeron del lugar. Pero, impulsados por la curiosidad y el deber, regresaron.

En su segundo encuentro, la dama les reveló su trágica historia. Los policías, conmovidos por el relato y la injusticia sufrida por la doncella, decidieron ayudarla. Dieron a conocer su historia a los habitantes de Cartagena, esperando que el conocimiento de su sufrimiento y la injusticia que padeció ayudara a su espíritu a encontrar la paz.

Desde entonces, el Castillo de la Concepción no solo se convirtió en un símbolo de la historia y la cultura de Cartagena, sino también en un recordatorio de la historia de amor, pérdida y justicia de la doncella cartagenera, cuyo espíritu, se dice, aún busca la redención y el descanso eterno.

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