viernes, octubre 10, 2025

EL BICENTENARIO DE LA LUZ VEDRUNA EN CARTAGENA

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Cartagena guarda entre sus plazuelas y avenidas un puñado de templos del alma donde la fe y la enseñanza caminan juntas. Uno de ellos es, sin duda, el Colegio Santa Joaquina de Vedruna, en la noble Casa Zapata de la Plaza de España, donde desde 1942 las Hermanas Carmelitas de la Caridad Vedruna cultivan generaciones enteras con el perfume de su carisma: la caridad hecha educación, la fe hecha servicio y la enseñanza como acto de amor.

De Vic al Mediterráneo

La historia comienza en 1826, cuando Santa Joaquina de Vedruna funda en Vic (Barcelona) la Congregación de las Carmelitas de la Caridad. Su sueño era claro: acercar el Evangelio al pueblo desde las obras de misericordia y la enseñanza.Doscientos años después, aquel fuego sigue vivo en los cinco continentes, y también en Cartagena, donde su semilla germinó con especial fuerza.

La llegada a nuestra ciudad se remonta a septiembre de 1941, cuando un pequeño grupo de hermanas se instaló provisionalmente en la Casa Dorda, en la calle del Carmen. Poco después, movidas por la necesidad de un espacio más amplio y digno, pusieron sus ojos en un edificio modernista de ensueño: la Casa Zapata, proyectada por Víctor Beltrí para Miguel Zapata Hernández y su esposa Concepción Echevarría en los albores del siglo XX.

El 22 de mayo de 1942 se celebró en su capilla la primera misa, y desde ese día la historia del colegio y la de Cartagena quedaron entrelazadas para siempre.

Décima

Llegaron con fe encendida,

con alma de caridad,

trayendo a la humanidad

el don sagrado de vida.

Su escuela fue bienvenida,

su verbo, dulce oración,

su entrega, una bendición,

su amor, faro que ilumina,

y en la plaza cartagenera

sembraron paz y emoción.

La compra de un sueño

La adquisición de la Casa Zapata fue un acto de fe y sacrificio. La madre Concepción Pérez Gutiérrez, en nombre de la superiora general Elisa Irízar, formalizó la compra por 300.000 pesetas, de las cuales 200.000 fueron prestadas sin interés por las familias Gómez Pina y Magro, que creyeron en el proyecto educativo. Era el año 1942, y los tiempos eran duros; pero el amor por la enseñanza pudo más que la escasez.

Quintilla

Con manos llenas de fe,

compraron un porvenir,

con rezos al amanecer

y un empeño por servir,

a quien quisiera aprender.

La casa que se hizo escuela

La Casa Zapata, joya del modernismo cartagenero, se adaptó con respeto a su nuevo uso. Las columnas de hierro y los ventanales que antes vieron tertulias familiares comenzaron a escuchar las voces de niñas recitando lecciones y oraciones. El aula sustituyó al salón, y el eco de las risas infantiles se mezcló con el sonido del piano y el tañer del timbre.

El colegio se convirtió pronto en uno de los más prestigiosos de Cartagena, reconocido por la calidad de su enseñanza, su trato humano y la profunda formación cristiana que ofrecía. En sus aulas se formaron generaciones de mujeres —y más tarde también hombres— que llevaron con orgullo el sello Vedruna en su corazón.

Décima

En aulas de luz serena

floreció la vocación,

mezclando fe y educación,

la dulzura y la cadena.

No hay en el alma condena

cuando el saber se comparte,

el amor se hace estandarte

y en el pupitre sencillo

brilla un futuro sencillo

que la humildad convierte en arte.

Un legado que perdura

Desde 1942 hasta hoy, las Carmelitas Vedruna han estado en el corazón del Ensanche cartagenero, enseñando no solo ciencias, sino también valores, ternura y espíritu comunitario. Supieron adaptarse a los nuevos tiempos sin perder su esencia: esa mezcla de firmeza y ternura que es marca de la casa.

Durante la transición educativa del siglo XX al XXI, el colegio se abrió a la coeducación, introdujo las nuevas tecnologías y se integró plenamente en la red de Escuelas Vedruna, sin dejar de ser un emblema de continuidad y serenidad espiritual en el bullicio urbano.

La Casa Zapata, por su parte, se mantiene como una de las joyas arquitectónicas mejor conservadas del modernismo de Víctor Beltrí, gracias al esmero con que las hermanas y la comunidad educativa han preservado su esencia. En su fachada aún resuena el espíritu de una época en la que el arte y la fe caminaban de la mano.

Quintilla

No es piedra lo que sostiene

la casa de fe y ternura,

es la mano que procura

que el alma nunca se frene,

y el tiempo no la oscure.

Camino al Bicentenario

Ahora, mientras la Familia Vedruna celebra en el mundo entero los 200 años de aquella fundación en Vic, el colegio de Cartagena se une al jubileo con su propio orgullo. Ocho décadas después de su llegada, las Hermanas siguen siendo símbolo de entrega silenciosa y amor constante, guiando el presente con la misma luz que las trajo aquí en 1941.

Décima final

Doscientos años de historia,

de amor, de fe y enseñanza,

de humildad y de esperanza,

de cruz, de gozo y memoria.

En su humilde trayectoria

hay perfume de oración,

hay ternura y devoción,

hay palabra que consuela,

y en Cartagena se revela

su divina vocación.

Epílogo

El Colegio Santa Joaquina de Vedruna, en la antigua Casa Zapata, es más que un colegio: es una historia viva, un refugio del alma y un ejemplo de cómo el tiempo puede pasar sin borrar la fe.

Y cuando en 2026 se cumplan los doscientos años de su fundación, Cartagena sabrá que entre sus tesoros modernistas también hay uno de amor perpetuo: el que dejan las mujeres que han consagrado su vida a educar con el corazón.

“Educar es sembrar eternidad en la mente de un niño.” Kchi

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