Cartagena volvió a convertirse hoy en testigo privilegiado de uno de esos hitos discretos pero trascendentes que marcan el pulso de la industria naval española. El S-82 Narciso Monturiol, segundo submarino de la serie S-80, ya toca el agua. Tras culminar con éxito su maniobra técnica de puesta a flote, el sumergible inicia una nueva etapa en su camino hacia la entrega a la Armada: la fase de pruebas, primero en puerto y después en alta mar.
La operación, ejecutada durante varias horas mediante un dique flotante, ha requerido un trabajo minucioso y coordinado, con especialistas dentro y fuera del casco, revisando sistemas, asegurando niveles y verificando cada parámetro que garantiza que un submarino de estas características pueda abandonar el muelle con todas las garantías. No se trata solo de depositar una estructura en el mar: es el paso simbólico y técnico que confirma que todo lo construido en tierra firme comienza a comportarse como un buque real.
Empieza ahora un proceso igual de complejo. Las pruebas en puerto servirán para pulsar cada sistema vital del Monturiol: desde la carga de gasoil y baterías hasta la propulsión sobre amarras, una de las verificaciones más sensibles antes de permitir cualquier navegación autónoma. Cuando estos hitos estén cumplidos, llegará el momento de la verdad: las pruebas de mar, tanto en superficie como en inmersión, donde el submarino deberá demostrar que todo funciona exactamente como fue diseñado.
El programa S-80, del que el Narciso Monturiol es su segunda pieza clave, sitúa a España en el reducido grupo de naciones capaces de diseñar y construir submarinos convencionales de última generación. Un logro industrial y tecnológico de enorme calado que consolida a Navantia como Autoridad Técnica de Diseño y proyecta hacia el exterior una capacidad estratégica poco habitual incluso entre países con grandes armadas.
Pero este avance no solo navega en términos militares. El programa S-80 genera un impacto económico notable: una media anual de 210 millones de euros sobre el PIB y alrededor de 5.000 empleos directos, indirectos e inducidos entre Navantia, su industria colaboradora y la actividad que se despliega a su alrededor. Cada puesta a flote es, por tanto, algo más que un acto técnico: es la demostración visible de una cadena de talento, innovación y trabajo que sostiene a un sector entero.
El Narciso Monturiol ya está en el agua. Empieza ahora su recorrido hacia las pruebas definitivas. Y con él, España continúa reafirmando su capacidad para construir futuro bajo la superficie del mar.







