sábado, octubre 11, 2025

La gran olvidada victoria de la batalla de Lepanto

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El pasado 7 de octubre se cumplieron 454 años de la gran victoria de la Liga Santa (formada principalmente por España, Venecia, los Estados Pontificios y la Orden de Malta) sobre la armada del Imperio otomano en 1571.

Esta efeméride, gran olvidada en el calendario oficial de la España de hoy, apenas ha tenido repercusión mediática.

No obstante en la otrora ciudad Departamental de Cartagena, una de las bases de la Armada española (antes llamada Marina de Guerra y hoy solo Armada), un grupo de ciudadanos agrupados en la Hermandad de Caballeros de Lepanto la ha conmemorado, como viene haciendo desde su fundación el 7 de octubre de 2004, asistiendo a la celebración de la Santa Misa en la iglesia castrense de la ciudad, entre otros actos, que ya han recogido la prensa y los medios locales; por lo que hoy quiero centrarme en el significado religioso, pero también militar y político que tiene esa festividad.

La Hermandad de Caballeros de Lepanto en la Iglesia Castrense de Santo Domingo, en Cartagena

Para ello quisiera empezar por referirme a la homilía del capellán que ofició la misa, en la que hizo una profunda reflexión teológica pero también de gran sencillez, sobre el profundo significado de la festividad religiosa del día: la celebración de la advocación de la Virgen María como Nuestra Señora del Rosario, destacando el papel de la presencia de la Virgen María en la vida de su Hijo, así como de la trascendencia del rezo del Rosario para el católico.

Hasta ahí nada que no fuera de esperar en ese día. Pero en un giro copernicano, la homilía, tal vez como corresponde a una iglesia castrense inicialmente asignada a la Armada, hizo una referencia al significado para los católicos de la efeméride del día y lo que la victoria de las fuerzas combinadas de la Liga Santa, al mando de don Juan de Austria, supuso para el orbe cristiano y el católico europeo, en particular; lo que me llevó a plantearme lo importante de ese día para nuestra civilización y, por ello, la necesidad de reivindicar esa efeméride.

No fue solo una victoria militar, con contenido político, que lo tenía, en cuanto a España se jugaba su papel hegemónico como primera potencia global (recordemos la frase del Rey de España en esas fechas, Felipe II, «En mi imperio nunca se pone el sol»), sino también el de una victoria de la fe católica, que venía conformando desde hacía ya más de mil quinientos años la faz de Europa, frente a otra cosmovisión totalmente opuesta, la del islamismo, encarnado en ese momento en el poderoso Imperio otomano.

La Batalla de Lepanto

Situémonos en el contexto histórico en el que se dio la batalla, marcado por la expansión marítima del imperio otomano, que representaba una amenaza sin precedentes para la Cristiandad, cuando sus fuerzas intentaron apoderarse de enclaves estratégicos como Malta, cuya salvación se debió a la providencial intervención de las fuerzas enviadas por Felipe II, ferviente defensor de la fe católica.

España lo sufrió directamente, pues el Imperio Otomano apoyó el levantamiento de las Alpujarras, que tuvo lugar entre 1568 y 1571, donde la población morisca del Reino de Granada se rebeló contra la Corona española, contando con financiación desde Argel.

La Liga Santa se forjó bajo el liderazgo espiritual del Papa Pío V, un santo varón cuya visión y determinación unieron a España, Venecia, Génova y Malta en una alianza. Francia, lamentablemente, optó por aliarse con el turco, y la Inglaterra protestante permaneció al margen; pero la fe inquebrantable de Pío V y Felipe II, junto con el compromiso de Venecia, permitió que la cristiandad se alzara unida contra la amenaza otomana.

Don Juan de Austria concentró su armada en Mesina, y el 17 de septiembre de 1571, con las oraciones de la Cristiandad acompañándolos, zarpó hacia el Adriático. La escuadra otomana, por su parte, se encontraba en Lepanto, en el golfo de Patras.

El 7 de octubre de 1571, las armadas se encontraron en una batalla que decidiría el destino de la Cristiandad.

Bajo el mando de Juan de Cardona en la vanguardia, Juan Andrea Doria en el ala derecha, Don Juan de Austria en el centro, Agostino Barbarigo en el ala izquierda y Álvaro de Bazán en la reserva, la armada cristiana desplegó un total de 204 galeras, 6 galeazas y 26 naves, apoyadas por 76 buques menores. Frente a ellos, la escuadra otomana, dispuesta en forma de medialuna, estaba liderada por figuras como Alí Pachá y Uluch Alí, con 210 galeras, 42 galeotas y 21 fustas.

Planteamiento de la Batalla de Lepanto

Las galeazas venecianas, fuertemente artilladas, causaron estragos entre los turcos, mientras que los arcabuceros españoles e italianos, con su precisión y valentía, superaron a los ballesteros otomanos. En un momento crítico, Uluch Alí intentó aprovechar una brecha entre el ala derecha de Juan Andrea Doria y el centro de Don Juan, atacando las galeras de Malta. Sin embargo, la intervención magistral de Álvaro de Bazán, quien utilizó la reserva con gran destreza, y la audacia de Don Juan de Austria, quien no dudó en perseguir al enemigo, aseguraron la victoria cristiana. Uluch Alí huyó con apenas 30 galeras, mientras que el resto de la flota otomana fue destruida o capturada.

La Batalla de Lepanto fue decisiva en la historia de la cristiandad. Las fuerzas cristianas de la Liga Santa obtuvieron una victoria inesperada frente al poderoso imperio otomano.

El Papa San Pío V, consciente del peligro, había convocado a toda la cristiandad al ayuno y a la oración, pidiendo especialmente el rezo del Santo Rosario, para implorar la protección de la María Santísima.

El Rosario venía rezándose desde 1214, cuando a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, mientras sufría por la extensión de la herejía albigense que amenazaba con alejar a muchos de la fe, la Santísima Virgen María se le apareció y le entregó una oración llamada el “salterio angélico”, hoy conocido como Rosario. La Virgen le explicó que esa oración sería la “principal pieza de combate”, el arma elegida por la Santísima Trinidad para reformar el mundo y convertir a los pecadores. Movido por esta revelación, Domingo comenzó a predicar el Rosario con fervor.

Curiosamente, siglos después, en plena I Guerra Mundial, en 1917 la Virgen se apareció en Fátima, Portugal, donde dio a la humanidad el antídoto para salvar al mundo del veneno del comunismo ateo: el Santo Rosario: “Recen el Rosario diariamente” fue su petición.

Volviendo a Lepanto. Mientras las flotas se enfrentaban en el golfo de Patras, miles de fieles unían sus voces en oración. Cuando se tuvo noticia de la victoria, ésta fue atribuida a la intercesión de la Virgen María y el Papa Pío V, en un acto de gratitud, proclamó ese día como la fiesta de la Virgen de las Victorias, más tarde conocida como Nuestra Señora del Rosario, añadiendo la invocación “Auxilium Christianorum” (Auxilio de los Cristianos) a las letanías marianas.

Imagen de Nuestra Señora de Rosario, Iglesia Castrense de Santo Domingo, Cartagena

La batalla de Lepanto no solo representa un hito militar, sino también un triunfo espiritual que testimonia el poder de la oración del Rosario.

Su visión milagrosa de la victoria en Lepanto, certificada por testigos en la Santa Sede, fue un signo de la intervención divina y por esta y otras razones, Pío V fue elevado a los altares.

En lo referente al culto a la Virgen María en la Armada, la Virgen del Rosario habría sido la patrona de la Armada desde la batalla de Lepanto hasta que la veneración marinera a la Virgen del Carmen llevó a que el 19 de abril de 1901 la Virgen del Carmen quedara vinculada de forma oficial con la Armada Española, mediante una Real Orden firmada por el ministro de Marina, Cristóbal Colón de la Cerda y sancionada por la Reina María Cristina.

Otro aspecto, hoy muy importante, es la perspectiva geopolítica de la victoria en Lepanto, que supuso que la misma Europa conservara su identidad judeocristiana que, la ha definido desde el siglo I después de Cristo.

En el siglo XVI Europa estaba dividida entre católicos y protestantes. La amenaza Otomana se cernía sobre Europa y como los protestantes habían abierto una brecha en el seno de la Cristiandad, los países católicos, ya desgastados por la lucha contra los protestantes, no hubieran podido resistir si importantes fuerzas musulmanas hubieran desembarcado en el sur de Italia. Roma habría caído en sus manos y no se sabe quién habría podido detener su avance.

Ante esta situación, el Papa Pio V envió a su sobrino, el Cardenal Alexandrini como legado papal ante el Rey de Francia, Carlos IX, para que se uniera a la Liga Santa, a lo que el rey respondió de forma negativa y grosera hacia el Santo Padre. Carlos IX acababa de renovar los pactos con el Imperio Otomano. No fue diferente la actitud del nuevo nuncio de Francia en Roma despreciando la Liga Santa. La católica Monarquía francesa formaba parte de una triple alianza con la Europa protestante y con los Otomanos y cuyo principal objetivo era derribar el poderío de la monarquía Hispana.

Sim embargo, no dudaron en celebrar esta victoria, como lo hicieron el resto de los católicos europeos, sino también por los cristianos de la Europa protestante.

La Liga Santa, liderada por España, había liberado a Europa del peligro otomano sobre todo al mar Mediterráneo, donde fue aniquilado el dominio musulmán y el peligro que con ello conllevaba. Aunque los otomanos repusieron la flota en seis meses, los mandos, que hacían efectiva y operativa su armada, habían caído en la batalla. Tras Lepanto se inició el declive del Imperio Otomano y entre España y el Imperio Otomano comenzó lo que se llamó la “Tregua Silenciosa”, donde ninguna de las dos potencias volvió a tener un conflicto armado, sin cesar en la rivalidad.

Hoy parece que nos estamos olvidando de la historia y, de forma distinta, nos enfrentamos prácticamente al mismo peligro; ya que Europa se encuentra en una disyuntiva cultural parecida que conviene destacar.

La llegada masiva de inmigrantes musulmanes está cambiando el sustrato de la población europea.

Durante décadas los europeos, especialmente los gobiernos, han contemplado impasibles el avance de una inmigración masiva de procedencia musulmana que no sólo desafía la integración cultural, sino que, según algunos analistas, responde a un proyecto mucho más profundo: el reemplazo sistemático de la cultura y valores, incluso las instituciones de Europa Occidental.

En sus calles, barrios y escuelas está emergiendo una actitud de la población musulmana, muchas veces con plena ciudadanía europea, que atenta contra los principios de una sociedad libre y democrática, que no es “convivencia” o “multiculturalismo” como nos quieren hacer creer, sino una forma no violenta de “ocupación”, mediante la compra voluntades, especialmente de ONGs, la financiación de mezquitas, etc.

Su objetivo es avanzar lentamente en la islamización desde dentro, con un peligro tal vez mayor que el de los yihadistas. Por citar un ejemplo, en nuestro país muchos municipios financian organizaciones islamistas bajo el pretexto de “luchar contra la islamofobia”; mientras se van consolidado y estructurado movimientos que difunden doctrinas contrarias a la igualdad de género o a la libertad de conciencia; pilares básicos de nuestro modelo social y democrático.

Volviendo al significado de la batalla de Lepanto, fue un hecho transcendental en la historia de Europa, donde España jugó un papel fundamental para el destino de Europa que la historiografía, escrita principalmente por manos francesas, ha tergiversado los hechos históricos, ocultando la realidad y el papel de tanta trascendencia que tiene España a nivel mundial.

Es por eso que hoy contemplamos atónitos como se repite el papel de algunas potencias europeas y, pasados los siglos, hemos visto como la historia se repitió en la II Guerra Mundial: la Francia ocupada colaboró con los nazis, aunque se intente reescribir la historia con películas cuyo protagonismo indiscutible es la resistencia francesa; una realidad que las nuevas generaciones tienen que conocer y donde ya va siendo hora que la historia vuelva a nosotros depurada de términos ideológicos, leyendas negras, etc.

La Batalla de Lepanto fue una victoria decisiva, de enorme magnitud, que hoy parece que quiere ser ocultada. Por hacer una sencilla comparación que dé idea de su ferocidad. Si se compara con el desembarco de Normandía, que duró prácticamente un día y en el que hubo 4.460 bajas, de las que 1860 cayeron en combate, la batalla de Lepanto duró 4 horas con 30.000 muertos otomanos y 8.000 cristianos.

Desarrollo de la batalla de Lepanto

Tamaña gesta, principalmente española, merecería no solo que proliferasen por nuestra Patria asociaciones como la cartagenera Hermandad de Caballeros de Lepanto, que tuviesen como uno de sus objetivos principales la conmemoración de la victoria de las armas cristianas sobre el imperio otomano, sino que la misma Europa podría replantarse que su día deje de celebrarse el 9 de mayo de 2025, como aniversario de la Declaración Schuman en 1950, que sentó las bases de la Unión Europea y pase a ser el 7 de octubre, verdadera fecha de nuestra identidad, tal y como hoy la conocemos.

Vano propósito, tal vez, pero ahí queda.

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