domingo, noviembre 16, 2025

La última luz de Dora Catarineu

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Ayer Cartagena amaneció con una tristeza serena, de esas que se deslizan por las calles sin hacer ruido pero que todos sienten. La noticia del fallecimiento de Dora Catarineu, pintora, escultora y ceramista cartagenera cuya obra y figura forman parte esencial del pulso cultural de la ciudad, había calado hondo entre vecinos, artistas y quienes, alguna vez, encontraron en sus colores una forma distinta de mirar el mundo. Tenía 79 años y murió en Murcia, dejando tras de sí una huella luminosa y una memoria que ya se siente irremplazable.

La alcaldesa, Noelia Arroyo, transmitió en nombre propio y de toda la Corporación municipal el pesar de los cartageneros a la familia y amigos de la artista. Aseguró que Cartagena había perdido “a una mujer entrañable y a una creadora cercana y generosa”, y añadió que su obra seguiría hablándonos de ella, devolviéndonos una sonrisa cuando el tiempo suavizara el dolor inmediato de su ausencia.

Dora, nacida en 1946 en una familia marcada por el arte —una madre pintora, un padre abogado fascinado por la creatividad y un abuelo, Ricardo Catarineu, poeta y dramaturgo vinculado a la Generación del 98—, convirtió aquel ambiente en un lenguaje propio que acabaría trascendiendo fronteras. Su trayectoria fue tan sólida como libre, sin prisa y sin concesiones, tallada a base de intuición, intensidad expresionista y una investigación constante que nunca dejó de crecer.

No fue extraño que en 2022 la sala municipal de exposiciones de la calle Ronda pasara a llevar su nombre. Ella misma la inauguró con la muestra A Dora, una selección de cuadros y esculturas que funcionaba casi como una declaración íntima: allí estaban sus colores profundos, sus arquetipos españoles, su mirada actual y su formación diversa, nutrida entre Sevilla y Reus, primero en la arquitectura técnica y luego en la pintura y la escultura. A lo largo de su carrera sumó una treintena de exposiciones individuales y participó en más de veinte colectivas. Sus obras quedaron repartidas por lugares tan distantes y singulares como el Museo del Ayuntamiento de Kassel, la Embajada de España en Tokio o el Telesferic de Barcelona.

En 2005 firmó el cartel de La Mar de Músicas en el Especial Turquía, un año en que también presentó Turquesa, una muestra coherente con su sensibilidad cromática. Más tarde, en 2018, el MURAM le dedicó la exposición Antológica, un recorrido por tres décadas de evolución artística que permitía descubrir no solo sus procesos, sino también esa búsqueda incansable que definió su identidad, siempre cercana al informalismo, pero sin dejarse encerrar por etiquetas.

A última hora de la tarde de ayer, a las 19:30, se celebró una misa de corpore in sepulto en el Tanatorio de Jesús, en Espínardo, donde fueron velados sus restos. La despedida reunió a familiares, amigos y admiradores que quisieron acompañarla en silencio, como si cada gesto fuera un pequeño homenaje a la artista que nunca dejó de sentirse profundamente cartagenera.

La familia ha anunciado que en los próximos días tendrá lugar un funeral en Cartagena, la ciudad por la que Dora se sentía unida con una devoción firme, casi combativa. Será entonces cuando muchos puedan darle un último adiós, quizá recordando que en cada una de sus obras permanece viva una parte de su mirada, del impulso que la llevó a crear y de ese amor por su tierra que tanto defendió. Porque hay artistas cuya partida no apaga la luz, sino que la esparce un poco más.

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