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Tallarines con cordero.El ritual de la cocina: Paso a paso con Maruja

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PorJosé Antonio Martínez Pérez

8 de marzo de 2025
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El día comenzaba temprano. Maruja se colocaba el delantal, con su bordado de flores, ya desgastado pero lleno de recuerdos. Iba al mercado, directo a su carnicería de confianza, donde pedía un cuello de cordero bien cortado en rodajas. Saludaba al carnicero, compartía alguna que otra anécdota y volvía a casa con la bolsa de tela apretada contra el pecho, como quien guarda un tesoro.

Ya en su cocina, encendía el fuego de leña. El calor crecía lentamente, y en una sartén de hierro fundido vertía un chorro generoso de aceite de oliva. Pelaba y laminaba unos dientes de ajo, lanzándolos al aceite caliente. El aroma se extendía de inmediato, llenando la casa con esa fragancia inconfundible de hogar.

Cuando los ajos tomaban un color dorado, los apartaba con cuidado. Era el turno del cuello de cordero. Las rodajas chisporroteaban en el aceite, liberando su esencia y coloreando el fondo de la sartén con un tono dorado. Maruja movía la carne con una cuchara de madera, asegurándose de que cada trozo se dorara por igual. Luego, con el cordero bien frito, lo reservaba, dejando que reposara mientras el aceite conservaba todo su sabor.

En la misma sartén, añadía los tomates pelados y troceados. Estos empezaban a deshacerse poco a poco, soltando sus jugos y mezclándose con el sabor de la carne frita. El sofrito burbujeaba suavemente, y Maruja no dejaba de remover, paciente, dejando que el tiempo hiciera su trabajo.

Cuando el tomate estaba en su punto, lo pasaba todo a una olla grande. Añadía agua suficiente para cubrir los ingredientes y sumergía un manojo de perejil fresco, bien atado, como una ofrenda de color y aroma. Unos granos de pimienta negra, un toque de azafrán y una pizca de sal completaban el caldo, que comenzaba a hervir despacio, dejando escapar nubes de vapor perfumado.

El chup chup del fuego lento

El secreto de Maruja estaba en la paciencia. Dejaba que el caldo hirviera a fuego lento, permitiendo que cada ingrediente soltara su esencia. El chup chup del guiso era como una nana, una melodía suave que marcaba el ritmo de la cocina.

Pasada media hora, cuando el caldo había tomado un color dorado y un aroma irresistible, era el momento de añadir los tallarines. Maruja los partía con las manos, dejando que cayeran al agua como si fueran cintas de un regalo. Los removía suavemente, asegurándose de que no se pegaran y dejando que absorbieran todo el sabor del guiso.

El caldo se espesaba poco a poco, y los tallarines se volvían suaves y tiernos, impregnándose del toque de la pimienta, el frescor del perejil y la untuosidad del cordero. Maruja probaba el caldo, ajustaba la sal y, si hacía falta, añadía un poco más de agua caliente, manteniendo siempre el equilibrio perfecto entre lo caldoso y lo espeso.

El sabor de lo eterno

Cuando el plato estaba listo, Maruja lo servía en hondos cuencos de barro. Los tallarines caían en espirales doradas, acompañados de las tajadas de cordero que se deshacían con solo mirarlas. El caldo, con su tono cálido y su cuerpo aterciopelado, prometía un bocado reconfortante.

Los niños se sentaban a la mesa, con las mejillas sonrojadas por el calor del fuego y los ojos brillantes de expectación. Maruja repartía las raciones con generosidad, sabiendo que cada cucharada era un homenaje a sus propias abuelas, a las mujeres que antes que ella, habían hecho de la cocina un refugio, un espacio de amor y sustento.

El primer bocado siempre era un momento mágico. El cordero se deshacía en la boca, los tallarines acariciaban el paladar y el caldo envolvía todo con su abrazo cálido. Maruja sonreía, viendo las caras felices de su familia, sabiendo que con muy poco había conseguido mucho.

En cada cucharada, se saboreaban los recuerdos, las historias y las lecciones de vida que se cocinaban a fuego lento. Y aunque hoy Maruja ya no esté, su receta sigue viva, pasando de manos a manos, de corazón a corazón, recordándonos que en la sencillez y en el cariño está la verdadera riqueza de la cocina.

Ingredientes para los Tallarines con Cordero de la abuela Maruja

  • 750 g de cuello de cordero, cortado en rodajas
  • 3 dientes de ajo
  • 3 tomates maduros, pelados y troceados
  • 1 manojo de perejil fresco, bien atado
  • Unos granos de pimienta negra
  • Unas hebras de azafrán
  • Aceite de oliva
  • Sal al gusto
  • 360 g de tallarines (90 g por persona) 

La abuela Maruja nos enseñó que la cocina no es solo un acto de alimentar, sino un arte de transformar, de elevar lo cotidiano a la categoría de lo memorable. Y cada vez que los tallarines con cordero humean en la mesa, su recuerdo vuelve, susurrando al oído que en la sencillez se esconde la verdadera grandeza.

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