Hoy Cartagena se viste de esperanza,
hoy los pasos son rezos encendidos,
y en la plaza donde el alma no descansa
florecen corazones agradecidos.
Hoy no importa el credo ni la pena,
ni si el alma va rota o florecida,
porque ante ti, Señora cartagenera,
se entrega sin reservas toda la vida.
Te traemos lo mejor que cultivamos:
rosas, lirios, claveles, azucenas…,
pero hay un ramo oculto entre las manos,
el de las cicatrices y las penas.
Porque tú, Madre y Reina marinera,
no exiges oro, incienso ni riqueza,
solo un alma sincera y verdadera
que te ofrezca sus dudas con nobleza.
Y allí vamos, costumbre que no muere,
ni el tiempo, ni la lluvia la apacigua:
una madre con su hijo que no duerme,
un anciano con su fe hecha de migas,
una niña con su trenza en primavera,
un joven que tropieza y se persigna…
todos llevan su ramo como puedan
pero todos te dan su mejor vida.
Y tú miras, Virgen de La Caridad,
con esos ojos que son puerto y cielo,
y recibes la flor de la humildad
como el más delicado terciopelo.
Eres Patrona, faro y relicario,
rosa de sal y nácar marinero,
y Cartagena entera, en su santuario,
te ofrenda lo más puro y verdadero.
No hay poesía que alcance tu grandeza,
ni palabras que abracen tu ternura,
pero en esta ofrenda va mi promesa:
amarte con fe la más pura y dura.
Cartagena a tus pies deja su canto,
y en la flor que a tu manto se desliza
va latiendo, entre pétalo y encanto,
un corazón que en ti, Virgen se eterniza.
Kchi.